CÉSAR VALLEJO
CUATRO JOYAS CRÍTICAS OLVIDADAS
I / CONTRA EL SECRETO PROFESIONAL
La actual generación de América no anda menos extraviada que las
anteriores. La actual generación de América es tan retórica y falta de
honestidad espiritual, como las anteriores generaciones de las que ella
reniega. Levanto mi voz y acuso a mi generación de impotente para crear o
realizar un espíritu propio, hecho de verdad, de vida, en fin, de sana y
auténtica inspiración humana. Presiento desde hoy un balance desastroso de mi
generación, de aquí a unos quince o veinte años.
Estoy seguro de que estos muchachos de ahora no hacen sino cambiar de
rótulos y nombres a las mentiras y convenciones de los hombres que nos
precedieron. La retórica de Chocano, por ejemplo, reaparece y continúa, acaso
más hinchada y odiosa, en los poetas posteriores. Así como en el romanticismo,
América presta y adopta actualmente la camisa europea del llamado “espíritu
nuevo”, movida de incurable descastamiento histórico. Hoy, como ayer, los
escritores de América practican una literatura prestada, que les va
trágicamente mal. La estética, -si así puede llamarse esa grotesca pesadilla
simiesca de los escritores de América-, carece allá, hoy tal vez más que nunca,
de fisonomía propia. Un verso de Neruda, de Borges o de Maples Arce, no se
diferencian en nada de uno de Tzara, de Ribemont o de Reverdy. En Chocano, por
lo menos, hubo el barato americanismo de los temas y los nombres. En los de
ahora ni eso.
Voy a concretar. La actual generación de América se fundamenta en los
siguientes aportes:
1) Nueva ortografía. Supresión de signos puntuativos y de mayúsculas
(postulado europeo, desde el futurismo de hace veinte años, hasta el dadaísmo
de 1920).
2) Nueva caligrafía del poema. Facultad de escribir de arriba abajo como
los tibetanos o en círculo o al sesgo, como los escolares de kindergarten;
facultad, en fin, de escribir en cualquier dirección, según sea el objeto o
emoción que se quiera sugerir gráficamente en cada caso (postulado europeo
desde San Juan de la Cruz y de los benedictinos del siglo XV, hasta Apollinaire
y Baudouin).
3) Nuevos asuntos. Al claro de luna sucede el radiograma. (Postulado
europeo, en Marinetti como en el sinoptismo poliplano.)
4) Nueva máquina para hacer imágenes, Sustitución de la alquimia comparativa
y estática, que fue el nudo gordiano de la metáfora anterior, por la farmacia
aproximativa y dinámica de lo que se llama “rapport” en la poesía
d’après-guerre. (Postulado europeo, desde Mallarmé, hace cuarenta años, hasta
el superrealismo de 1924.)
5) Nuevas imágenes. Advenimiento del poleaje inestable y casuístico de
los términos metafóricos, según leyes que están sistemáticamente en oposición
con los términos estéticos de la naturaleza.) Postulado europeo, desde el
precursor Lautréamont, hace cincuenta años hasta el cubismo de 1914.
6) Nueva conciencia cosmogónica de la vida. Acentuación del espíritu de
unidad humana y cósmica. El horizonte y la distancia adquieren insólito
significado, a causa de las facilidades de comunicación y movimiento que
proporciona el progreso científico e industrial. (Postulado europeo, desde los
trenes estelares de Laforgue y la fraternidad universal de Hugo, hasta Romain
Rolland y Blaise Cendrars.)
7) Nuevo sentimiento político y económico. El espíritu democrático y
burgués cede la plaza al espíritu comunista integral. (Postulado europeo, desde
Tolstoi, hace cincuenta años, hasta la revolución superrealista de nuestros
días.)
En cuanto a la materia prima, al tono intangible y sutil, que no reside
en preceptivas ni en teorías, del espíritu creador, éste no existe en América.
Por medio de las nuevas disciplinas estéticas que acabo de ennumerar, los
poetas europeos van realizándose más o menos, aquí o allá. Pero en América
todas estas disciplinas, a causa justamente de ser importadas y practicadas por
remedo, no logran ayudar a los escritores a revelarse y realizarse, pues ellas
no responden a necesidades peculiares de nuestra psicología y ambiente, ni han
sido concebidas por impulso genuino y terráqueo de quienes las cultivan. La
endósmosis, tratándose de esta clase de movimientos espirituales, lejos de
nutrir, envenena.
Acuso, pues, a mi generación de continuar los mismos métodos de plagio y
de retórica, de las pasadas generaciones, de las que ella reniega. No se trata
aquí de una conminatoria a favor del nacionalismo, continentalismo ni de raza.
Siempre he creído que estas etiquetas están fuera del arte, y que cuando se
juzga a los escritores en nombre de ellas, se cae en grotescas confusiones y
peores desaciertos. Aparte de que ese Jorge Luis Borges, verbigracia, ejercita
un fervor bonaerense tan falso y epidérmico como lo es el latino-americanismo
de Gabriela Mistral y el cosmopolitismo a la moda de todos los muchachos
americanos de última hora.
Al escribir estas líneas, invoco otra actitud. Hay un timbre humano, un
latido visceral y sincero, al cual debe propender el artista, a través de no
importa qué disciplinas, teorías o procesos creadores. Dése esa emoción, seca,
natural, pura, es decir, prepotente y eterna y no importan los menesteres de
estilo, manera, procedimiento, etc. Pues bien. En la actual generación de América
nadie logra dar esa emoción. Y tacho a esos escritores de plagio grosero,
porque creo que ese plagio les impide expresarse y realizarse humana y
altamente. Y los tacho de falta de honradez espiritual, porque al remedar las
estéticas extranjeras, están conscientes de ese plagio y sin embargo, lo
practican, alardeando, con retórica lenguaraz, que obran por inspiración
autóctona, por sincero y libre impulso vital. La autoctonía no consiste en
decir que se es autóctono, sino en serlo sinceramente, aun cuando no se diga.
* * *
Leyendo el último libro de Pablo Abril de Vivero “Ausencia”, he vuelto a
pensar en la cultura de América. Libros como éste, representan un momento muy
significativo en la literatura continental. De lejos no se ve la nobleza de
estos versos. Nobles, porque, en pleno mil novecientos veintisiete, no
pretenden descubrir el remedio contra la tuberculosis y ni siquiera una escuela
más de poesía. Pertenece este libro a la humana hermosura de la llana elocución
y de la rara virtud de emocionar. Este libro es, por eso, de los nobles de
América. Abril pudo enredar un poco la sintaxis y otro poco la lógica y habría
así, por este solo hecho, ingresado a esas masas de chiflados que, bajo tal o
cual rótulo vanguardista, infestan todo el ambiente. (Digo masas, porque hoy,
al revés de lo que podría o debería acontecer, la totalidad de los escritores
son revolucionarios. La aristocracia espiritual está allá en ser conservador y
lo vulgar y “standard” está en ser o al menos rotularse vanguardista). Abril
pudo mixtificar un poco y escribir a ojos cerrados y habría así “epaté” a los
meridianos y círculos máximos. Si Abril hubiese siquiera escrito sin mayúsculas
y con rascacielos -paradoja esta muy vanguardista-, Abril habría vanguardizado
para las galerías.
Pero el libro de Abril, como otros sinceros libros de América, se dejó
llevar por la emoción genuina y creadora y, de esta manera, logra mantenerse
fuera de toda escuela y acusa una personalidad libre y vigorosa. “Ausencia” es
la obra de un poeta profundo y sencillo, humano y transparente. Así se
caracterizan los verdaderos creadores: dándose sin embardurnarse y sin
embadurnar a los demás.
Los artistas que, como Abril, tienen algo que dar al corazón, lo dan
sana y naturalmente. En ello también está lejos del vanguardismo. Casi todos
los vanguardistas lo son por cobardía o indigencia. Uno teme que no le salga
eficaz la tonada o siente que la tonada no le sale y, como último socorro, se
refugia en el vanguardismo. Allí está seguro. En la poesía seudo-nueva caben
todas las mentiras y a ella no puede llegar ningún control. Es el “secreto
profesional” que defiende Jean Cocteau; es “el reino que no es de este mundo”
según el abate Brémond. La razón de Paul Souday, el buen gusto, la necesidad
sagrada de la emoción auténtica y humana, no tienen entrada allí.
Pero, por felicidad, salen una que otra vez libros como el de abril en
América, que logran entre el charlestón vanguardista, un paso de equilibrio,
una voz sana, un fresco brillo sin pretensiones. Por estos libros es dado de
cuando en cuando, percibir indiscutibles perfiles de gran emoción lírica en
América. El capítulo titulado “Nocturnos” de “Ausencia”, llega a ese alto tono
poemático.
II / LOS ARTISTAS ANTE LA
POLÍTICA
(De Mundial, 30 de diciembre
de 1927)
El artista es, inevitablemente, un sujeto político. Su neutralidad, su
carencia de sensibilidad política probaría chatura espiritual, mediocridad
humana, inferioridad estética. ¿Pero en qué esfera deberá actuar políticamente
el artista? Su campo de acción política es múltiple: puede votar, adherirse o
protestar, como cualquier ciudadano; capitanear un grupo de voluntades cívicas,
como cualquier estadista de barrio; dirigir un movimiento doctrinario nacional,
continental, racial o universal, a lo Rolland. De todas estas maneras puede,
sin duda, militar en política el artista; pero ninguna de ellas responde a los
poderes de creación política, peculiares a su naturaleza y personalidad propia.
La sensibilidad política del artista se produce, de preferencia y en su máxima
autenticidad, creando inquietudes y nebulosas políticas, más vastas que
cualquier catecismo o colección de ideas expresas y, por lo mismo, limitadas,
de un momento político cualquiera, y más pura que cualquier cuestionario de
preocupaciones o ideales periódicos de política nacionalista o universalista.
El artista no ha de reducirse tampoco a orientar un voto electoral de las
multitudes o a reforzar una revolución económica, sino que debe, ante todo,
suscitar una nueva sensibilidad política en el hombre, una nueva materia prima
política en la naturaleza humana. Su acción no es didáctica, transmisora o
enseñatriz de emociones o ideas cívicas, ya cuajadas en el aire. Ello consiste,
sobre todo, en remover, de modo oscuro, subconsciente y casi animal, la
anatomía política del hombre, despertando en él la aptitud de engendrar y
aflorar a su piel nuevas inquietudes y emociones cívicas. El artista no se
circunscribe a cultivar nuevas vegetaciones en el terreno político, ni a
modificar geológicamente ese terreno, sino que debe transformarlo química y
naturalmente. Así lo hicieron los artistas anteriores a la Revolución Rusa y creadores de ella. La
cosecha de semejante creación política,
efectuada por los artistas verdaderos, se ve y se palpa sólo después de siglos,
y no al día siguiente, como acontece en la acción superficial del
seudo-artista.
Diego Rivera cree que el pintor latino-americano debe tomar como motivos
y temas artísticos la naturaleza, los hombres y las vicisitudes sociales
latino-americanos, y como medio político de combatir el imperialismo estético
y, por ende, económico de Wall Street, Diego Rivera rebaja y prostituye así el
rol político del artista, convirtiéndolo en el instrumento de un ideario
político, en un barato medio didáctico de propaganda económica. “Es una verdad
indiscutible -dice Rivera- el poder del factor estético como determinante en
primer lugar económicamente de la orientación de la referencia de los consumos
y en segundo lugar, como factor psicológico capaz de encauzar la mente y la
voluntad proletaria por el trayecto más corto hacia la consecución de lo que
conviene a sus intereses de clase”. Olvida Diego Rivera que el artista es un
ser libérrimo y obra muy por encima de los programas políticos, sin estar fuera
de la política. Olvida que el arte no es un medio de propaganda política, sino
el resorte supremo de creación política. Hablo del arte verdadero. Cualquier
versificador, como Maiacovsky, puede defender en buenos versos futuristas, la
excelencia de la fauna soviética del mar; pero solamente un Dostoievsky puede,
sin encasillar el espíritu en ningún credo político concreto y, en
consecuencia, ya anquilosasdo, suscitas grandes y cósmicas urgencias de
justicia humana. Cualquier versificador, como Deroulède, puede erguirse ante la
muchedumbre y gritar los gritos democráticos que quiera; pero solamente un
Proust puede sin empadronar el espíritu humano en ninguna consigna política,
propia ni extraña, suscitar, no ya nuevos tonos políticos en la vida sino
nuevas cuerdas que den esos tonos.
Diego Rivera fabrica un disco y pretende dárselo a los artistas de
América, para que se ocupen de darle vueltas.
Todo catecismo político, aun el mejor entre los mejores, es un disco, un
cliché, una cosa muerta, ante la sensibilidad creadora del artista. Esta acción
política está bien en manos segundonas de artista copiador o repetidor, pero no
en manos de un creador. Por lo demás, bueno sería que se lograse descubrir la
pólvora, aun dentro de la teoría de Rivera; pero la historia del arte no ofrece
ningún ejemplo de artista que, partiendo de consignas o cuestionarios
políticos, propios o extraños, haya logrado realizar una gran obra. Las
teorías, en general, embarazan e incomodan la creación.
El artista debe, antes de gritar en las calles o hacerse encarcelar,
crear, dentro de un heroísmo tácito y silencioso, los profundos y grandes
acueductos políticos de la humanidad, que sólo con los siglos se hacen visibles
y fructifican, precisamente, en esos idearios y fenómenos sociales que más
tarde suenan en la boca de los hombres de acción o en la de los apóstoles y
conductores de opinión, de que hemos hablado más adelante.
Si el artista renunciase a crear lo que podríamos llamar las nebulosas
políticas de la naturaleza humana, reduciéndose al rol, secundario y
esporádico, de la propaganda o de la propia barricada, ¿a quién le tocaría
aquella gran taumaturgia del espíritu?
III / LA DICHA DE LA LIBERTAD
(De Mundial, 3 de febrero de
1928)
Bueno es, en todos los tiempos, los modos y las personas, recordar a los
hombres su ley de haber nacido únicamente para ser dichosos. Cuanto los hombres
hacen o sueñan va a su dicha. Nada se pierde en sí mismo, porque todo sirve o
debe servir a la dicha de los hombres. (Dicha, que en los evangelios religiosos
se llama bienaventiranza.)
* * *
Pero la felicidad sólo es posible para la libertad absoluta. Pobre del
hombre que pretende buscar la dicha fuera de esta condición. Pobre de aquel que
pretende invertir esta ley, erigiendo a las obras de la naturaleza y a las
obras humanas, en objeto de servidumbre por parte de los hombres.
* * *
Existen, sin embargo, artistas que carecen de este sentimiento superior
de humanidad. Yo sé de aquellos que han esculpido un granito perfecto, se
convierten en esclavos de su obra y se dejarían matar, antes que romperle las
narices a la estatua. Carecen estos pobres hombres de libertad, es decir, no
son del todo felices de su creación. ¿Os imagináis a Dios, el ser libre por
excelencia, arrodillado ante el universo, que es su obra?
* * *
Jacques Maritain en su ofensiva contra el progreso material que tiende a
socavar los fundamentos espirituales de la vida, sostiene la primacía del
Espíritu. Pero, un nuevo filósofo salido, pongamos por caso, de las fábricas de
la Citroen, podría responder al señor Maritain que los fueros del espíritu no
deben ir tampoco hasta minar los fundamentos materiales de la vida, que
integran en una igual medida que los espirituales, toda gran cultura.
En pos de una justa armonía entre ambos factores vienen los hombres
bregando desde el principio de los siglos.
IV / LITERATURA A PUERTA CERRADA
(De Variedades, 26 de mayo de
1928)
El literato de puerta cerrada no sabe nada de la vida. La política, el
amor, el problema económico, el desastre cordial de la esperanza, la refriega
directa del hombre con los hombres, el drama menudo e inmediato de las fuerzas
y direcciones contrarias de la realidad, nada de esto sucede personalmente al
escritor de puerta cerrada. Producto típico de la sociedad burguesa, su
existencia es una afloración histórica de intereses e injusticias sucesivas y
heredadas, hacia una célula estéril y neutra de museo. Es una momia, que pesa,
pero no sostiene. Este nuevo plumífero de gabinete es, en particular, hijo
directo del error económico de la burguesía. Propietario, rentista, con
prebendas o sinecuras de Estado o de familia, el pan y el techo le están
asegurados y puede escapar a la lucha económica, que es incompatible con el aislamiento
individual. Tal es el más frecuente caso del literato de gabinete. Otras veces
el escriba se nutre de un tácito sentido económico, heredado de la psicología
colectiva de la que procede. Carece, entonces, de renta, como vulgar parásito
de la sociedad, pero disfruta de un temperamento que le permite practicar una
literatura de gran cotización. Sin darse cuenta, posee y pone en juego una
serie de instintos de producción, de naturaleza típicamente burguesa, como son
los sentimientos y las ideas conservadoras. La anquilosis de su arte, de
clausura, corresponde subterráneamente a la anquilosis de sus lectores. En una
sociedad de aburridos regoldantes y de explotadores satisfechos, la literatura
que más place es la que huele a polilla de bufete. Cuando la burguesía francesa
fue más feliz y satisfecha de su imperio, la literatura de mayor prestancia fue
la de puerta cerrada. A la víspera de la guerra, el rey de la pluma fue Anatole
France. Hoy mismo, en los países donde la reacción burguesa se muestra más
recalcitrante como en la propia Francia, Italia y España -para no citar sino
países latinos-, los escritores de más inmediata influencia son Valéry,
Pirandello y Gómez de la Serna, cuyas obras contienen, en el fondo, una
exclusiva y evidente sensibilidad de gabinete. Ese refinamiento mental y ese
juego de ingenio, trascienden de lejos al hombre que goza muellemente y a
puerta cerrada.
Frente a esta literatura de pijama, que como el aire confinado de las
piezas cerradas, tiende actualmente hacia arriba, pero para evaporarse, también
como ese aire, muy pronto se agolpa ante los pulmones naturales del hombre, la
libre inmensidad de la vida.
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