ZARPES DESDE CATALUNYA / LUIS SILVA SCHULTZE
LAS CRAYOLAS GOYA
De camino a la
exposición sobre Goya, “Luces y sombras”,
que se está realizando estos meses en Barcelona, recordaba cuando pintábamos
con crayolas Goya la música de Manuel de Falla, en la clase de cuarto con mi
querida maestra María Luisa Bresciano, en la escuela de la calle Caldas de Malvín. En
aquellas tardes en que aprendíamos a sentir, mis crayolas Goya, impulsadas por la
alegría del espíritu que me transmitía Falla, prendían fuegos de amaneceres y
atardeceres sobre un mar embravecido. Los rayos de luz sonora que lanzaba el
tocadiscos, se convertían en manchas de mil colores yuxtapuestos. Yo no sabía
por qué la maestra me decía el impresionista ni por qué lo del nombre de Goya
en las crayolas. Un día sonó el timbre de recreo, y yo fui el único que me
quedé pintando porque para mí los rayos continuaban llegando, mientras María
Luisa miraba todas las láminas de mis compañeros extendidas sobre su escritorio.
Cuando me levanté para llevarle mi hoja, pesadísima por la gran cantidad de
capas de pintura, uno de los ángulos superiores tocó un florero muy alto con tres rosas amarillas, con tal precisión,
que ni una sola de las pinturas que allí estaban se salvó de quedar flotando
entre las flores como la Ofelia de Hamlet. Como yo no me animaba a mirarle la
cara a la maestra (todas las mujeres bellas y dulces son también las que luego
portan las caras más terriblemente crueles cuando se enojan), mis ojos iban y
venían entre mi cuadro sin humedad alguna y los que estaban nadando en la
piscina, e interpreté lo ocurrido como una llamada de los dioses invitándome a
la fiesta universal del arte. Pero los dioses, al igual que los humanos,
también se equivocan al discar, porque, salvo alguna jugada aislada en el fútbol
o en el ajedrez, o algunos pasos de baile con la música de Julio Jaramillo, no
he dado golpe en el arte. Pocos años más tarde, en el liceo, Amalia Polleri,
gran profesora de dibujo, me impulsó a participar en un concurso entre todos
los liceos del país. Quedé en tercer lugar de una forma inexplicable porque el
motivo tenía que ser histórico, (150 años de la batalla de las Piedras), y lo
mío sólo era una noche hermosa pero no histórica, con difumadas carretas
cruzando un arroyo con luna. Pero lo mejor que provocó Amalia con su
extraordinaria docencia, fue pintarme los ojos, para siempre, con los colores de
Francisco Goya, el de las crayolas.
Siempre he leído
sobre Goya, y no pierdo oportunidad de ver sus cuadros y grabados. Ya somos muy
amigos. Sin embargo, el cine, otra posibilidad para acercarme a mi admirado
Francisco, aun nos debe una buena película, pese a las grandes interpretaciones
de Francisco Rabal, José Coronado, Jorge Perugorría y finalmente Ava Gardner como duquesa de Alba en la “Maja desnuda”.
De aquí en
adelante, me centraré en la etapa de Goya cuando graba “Los Caprichos”. Por
supuesto, que sólo me limitaré a resumir mis lecturas, ya que no tengo grandes
aportes que hacer por aquello de que los dioses se equivocaron al discar. Sin
embargo, agregaré algún toque anecdótico a la novela de un escritor uruguayo
basada en uno de los Caprichos, y finalmente, mencionaré la influencia, no muy
conocida, que tuvo el genial pintor en otro gran y querido personaje histórico.
Total, una ensalada impresionista, otra vez con la música de Manuel de Falla de
fondo.
“Los
Caprichos” es una serie de 80 grabados de 43 x 32 centímetros, realizados entre
1794 y 1798 y publicados en 1799. Con ellos se inicia una profunda y decisiva
transformación en la vida artística de Goya a sus 47 años. Veinte años antes, había
llegado a Madrid desde la provincia de Zaragoza, y gracias a vínculos
familiares y sobre todo, a su gran astucia, pudo empezar a pintar, al óleo
sobre tela, bocetos conocidos como “los cartones”. Los temas de los cartones
eran elegidos por los reyes, en este caso, Carlos III y Carlos IV, y luego
servían como modelos para confeccionar tapices, elementos de decoración que se
usaban para combatir el frío y la humedad en las enormes paredes de palacios y castillos.
También Goya, en esos primeros tiempos, en su afán de hacer carrera y
consolidarse en la corte, había retratado a reyes y nobles de una forma
magistral aunque un poco aduladora. En esta primera etapa, llamada de las
pinturas claras, Goya ya muestra su genio con su técnica exquisita, pero, “pese
a que trata el tema del trabajo y de la miseria del pueblo con unos tintes
mucho más crudos y realistas de cuanto consistiese el género”, carece de
libertad de acción porque “sólo hace mandados” y está sujeto, en consecuencia,
a las inevitables restricciones de los convencionalismos de la época.
Finalmente, su “maravilloso juego de luz y color, como un canto a la juventud y
a la vida”, lo lleva a ser finalmente reconocido por la corte y la nobleza.
Allí están en esos cartones, para la mejor historia de la pintura del mundo, “La
caza del codorniz”, la única pasión conocida de Carlos IV, (ahora los reyes
españoles matan elefantes en África), “El quitasol”, “Merienda a orillas del
Manzanares”, “La cometa”, “El ciego de la guitarra”, y decenas más de maravillas
con el pueblo en tareas laborales o disfrutando de la vida en fiestas y juegos
populares. Goya es nombrado en 1780, con 34 años, académico de San Fernando, la
principal Academia de Arte de España, y nueve años más tarde, Carlos IV, hijo
sucesor de Carlos III, lo nombra Pintor
de Cámara del Rey con un sueldo impresionante. Goya pasa a ser un hombre muy rico y se da el lujo
de tener en propiedad una de las tres lujosas carrozas inglesas que había en aquel Madrid de 130.000
habitantes. Pero el mar de su vida, también le trajo olas amargas: de sus siete
hijos, seis mueren prematuramente y en 1793, un año antes de “Los Caprichos”,
contrae una enfermedad gravísima que lo dejará totalmente sordo, justamente a
él, que no paraba de conversar y discutir con todo el mundo. También la
enfermedad, que aun hoy se discute cuál fue, le hace perder vista y equilibrio
para andar. Sin embargo, Goya vivirá hasta los 82 años, una barbaridad para la
época, lo que le permitirá pintar 700 cuadros, 900 dibujos, 300 grabados y 2
series de pintura mural, es decir,
alcanzó un extraordinario volumen de obras, y una cantidad tal de técnicas
usadas, que sólo tiene parangón con Picasso. Su sordera lo aislará, pero
también le permitirá escucharse mejor a si mismo, y entonces, “su agitado y a veces
atormentado mundo interior”, será un
volcán de belleza por lo autenticidad de lo vertido. Sus ojos captarán ahora
detalles en la sociedad y el ser humano invisibles antes por el ruido del mundo:
su arte ganará en profundidad y se meterá a recorrer el laberinto de la
naturaleza humana. Por otro lado, Goya ya se siente un pintor reconocido por
todos, y entonces no necesitará en el futuro hacer aquellos encargos y solo
hará los imprescindibles por mantener sus lazos con reyes y nobles. Como
decíamos antes, su obra se transforma radicalmente, y aparecerá el mejor Goya,
para muchos críticos, el mejo pintor de la historia. De los cartones, de los
retratos casi aduladores y su pintura realista pero siempre encargada por otro,
Goya pasa a grabar Los Caprichos, o a pintar
unos retratos “despiadadamente veraces”, y en
sus lienzos sobre motivos populares que nunca dejó de realizar, se aprecian la
agitación de su mundo interior, pero también, una mayor preocupación pictórica
por reflejar los sinsabores de los humildes y las injusticias sociales de la
vida. “Goya descubre su genialidad el día en que se atreve a dejar de
complacer”, dice Malraux. Por ejemplo en los nuevos retratos que ahora acomete,
sigue pintando maravillosamente bien y combinando colores como nadie en rasos,
terciopelos, trajes de gala, lazos y bandas, esmaltes de medallas y
condecoraciones, pero “este nuevo retrato tiene ahora el alma del sujeto, y capta
intensas melancolías, altivas sensualidades, donjuanescas brutalidades,
resignaciones inocultables, inocencias infantiles cortadas por abruptos
casamientos impuestos a los 13 años…y, así cientos de hombres y mujeres,
burgueses o plebeyos, cultos o analfabetos, introvertidos o sociables,
recobrados para siempre en una vida más veraz y auténtica que la de la corte”.
Su visión de la naturaleza también cambia, y de los “maravillosos árboles de
los cartones de la primera etapa, se pasa a troncos ennegrecidos o ramas secas,
casi restos de un incendio devastador, o las onduladas colinas de los
alrededores de Madrid se metamorfosean en áridas rocas de gélida desnudez “. En
Goya comienza a brotar un gran escepticismo sobre la naturaleza humana y que
alcanzará su mayor intensidad en 1808 cuando llegue la guerra contra Napoleón y
sus extraordinarias pinturas de “Los Desastres de la guerra”, y en 1820 con Las
Pinturas Negras en la Quinta del Sordo, quizás su momento más sublime.
Ahora, ya más
centrados en el contexto histórico y en la vida de Goya en la última década del
siglo dieciocho, intentaremos acercarnos a Los Caprichos, su primer gran trabajo luego
del susto mortal. En la primera mitad de ésta serie de grabados, y desde la
razón, estalla el gran Goya revolucionario que lucha con su arte por una
sociedad mejor. Goya, muy relacionado con los ilustrados españoles, alumnos de
la Revolución Francesa, realiza una espectacular sátira contra “la nobleza
parasitaria y el fanatismo religioso, a la vez que plantea la necesidad de
leyes más justas y un nuevo sistema educativo”. Para Robert Hughes, Goya “es un
marxista incipiente” aplicando aquello de Terencio, “nada de lo humano me es
ajeno”. Su arma es la crítica humorística. En la segunda mitad de los grabados,
Goya deja la razón, y con un escepticismo muy pronunciado sobre la naturaleza
humana, produce “grabados fantásticos, con visiones delirantes de seres
extraños nacidas de sus fantasías y de sus temores, deformando exageradamente
las fisonomías y los cuerpos de los que representan los vicios y torpezas
humanas dándoles aspectos bestiales”. Quizás el Capricho 43, “El sueño de la
razón produce monstruos”, “indescriptible y conmovedora representación del
intelectual que, desplomado en su escritorio, es acosado por dudas y terrores
nocturnos”, sea el Capricho que mejor refleje aquella desesperanza en que se
cumpliera su sueño de un hombre nuevo. En los Caprichos ya no vemos la luz
solar de las praderas más allá del Manzanares, ni los colores claros, cálidos y
vibrantes en mujeres y hombres con las alegrías del vivir. En los grabados de
los Caprichos, blanco, muchos grises, negro y algún lápiz rojo, y la luz sólo
para remarcar el mensaje ideológico. Lo bucólico deja su lugar a la denuncia
social porque los que atormentan al hombre con prejuicios, ignorancia y hambre,
no lo dejan ser feliz. Así por lo menos entiendo yo su mensaje.
Son los Caprichos
y no los lienzos de sus pinturas, desconocidas en Europa hasta finales del
siglo XIX, los que hacen famoso a Goya en Europa. Dice Baudelaire, uno de sus
descubridores: “En España, un hombre extraordinario ha abierto horizontes
nuevos al espíritu de lo cómico, en ocasiones, se deja llevar por la sátira
violenta, y a veces, trascendiéndolo presenta una visión de la vida
esencialmente cómica… Goya es siempre un gran artista y a menudo un artista
aterrador…añadió a ese espíritu satírico español, fundamentalmente alegre y
jocoso, que tuvo en su día en la época de Cervantes, algo mucho más moderno,
una cualidad muy apreciada en la época actual, un amor por lo indefinible, un
sentido de contrastes violentos, de lo aterrador de la naturaleza, de los
rasgos humanos que han adquirido características animales….es extraño que este
anticlerical haya soñado tan frecuentemente con brujas, aquelarres, magia
negra, niños cociéndose en un asador y muchas cosas más: todas las orgías del
mundo de los sueños, todas las exageraciones de las imágenes alucinógenas, y
por añadidura, todas esas jóvenes españolas, delgadas y blancas que las
inevitables brujas lavan y preparan para sus pactos secretos o para la
prostitución nocturna. ¡El aquelarre de la civilización! ¡Luz y oscuridad, la
razón y la sinrazón se enfrentan en todos estos horrores grotescos!” (Por las
dudas, aquelarre es una palabra del euskera asimilada al español, y que se
refiere al lugar donde las brujas celebran sus reuniones y sus rituales). Luego
de Baudelaire, Los Caprichos de Goya han incidido en el Romanticismo francés,
el Impresionismo, el Expresionismo alemán y el Surrealismo: con Goya nace la
pintura moderna.
Con la
presencia de brujas Goya “desarrolla un mundo de seres misteriosos y demoníacos
que el hombre lleva en el subterráneo de su ser. Lo demoníaco es fruto del
error del hombre por separarse de la vías de la razón”. Los duendes también
aparecen mucho.” En principio, los duendes era una superstición menor que no
inspiraba temor, sino que se les veía de forma festiva y burlona. Pero también
en el siglo XVIII duende quería decir fraile y por ello los duendes de Goya van
vestidos con hábitos religiosos y se convierten en seres siniestros.”
La denominación
de Caprichos viene dada por una carta del mismo Goya al vicedirector de la Real
Academia de Bellas Artes explicándole que en los nuevos cuadros pintados tras
su enfermedad, “…..en los que he logrado hacer observaciones a que regularmente
no dan lugar las obras encargadas, en que el capricho y la invención no tienen
ensanche”. Antes de llamarlos Caprichos, el artista había pensado en ponerle
Sueños, probablemente pensando en los Sueños Literarios de Francisco de
Quevedo, también satírico como él. La palabra capricho viene del italiano
capricci, imaginaciones de la realidad. Muchos artistas, antes que Goya, habían
recurrido a la figura de los caprichos en la literatura y la pintura. “Sin
embargo, Goya fue el primer artista en emplear la palabra capricho para
referirse a imágenes provistas de intención crítica, de una vena y un propósito
de denuncia”.
Goya ya había
tenido una experiencia como grabador con las pinturas de Velázquez, junto con
Rembrandt, sus grandes maestros. Pero aquí en la serie de los Caprichos alcanzó
una madurez extraordinaria. Utiliza una técnica mixta de aguafuerte, aguatinta
y retoques con punta seca. Aguafuerte: plancha de cobre con barniz que luego se
levanta con una punta de acero por donde va el dibujo, se agrega el ácido o
aguafuerte que ataca donde se ha levantado, se entinta la plancha, se pone un
papel húmedo y se pasa por los rodillos
quedando la estampa grabada. En la técnica del aguatinta en cambio, se extiende
una capa de polvo de resina sobre la plancha que de su cantidad dependen los
tonos claros o más oscuros, se calienta y la resina se adhiere al cobre, una
técnica que le permitía a Goya tratar el grabado como si fuera una pintura. Otra
vez Hughes: “Con la mezcla de técnicas del aguafuerte y la del aguatinta, Goya
consigue esa inconfundible magnitud profunda, densa, misteriosa en las que las
figuras se recortan con tremenda solidez y aplomo, y al mismo tiempo, parecen
extrañas apariciones; es una oscuridad en la que se pierden los detalles, de
tal modo que nuestra mirada retiene estados de ánimo antes que una descripción
del mundo real”.
Comprar copias
de una plancha de grabados era mucho más barato que comprar un lienzo, por
ello, Goya, como artista comprometido, cumple con la hermosa obligación de
llegar a la mayor cantidad posible de corazones pensantes.
Se han hecho
de las placas grabadas veinte ediciones de Los Caprichos, la última en Madrid
en 1937 por el gobierno republicano en plena guerra civil. Cuando Goya pone a
la venta sus Caprichos anunciándose en el Diario de Madrid, promete con los grabados “la censura de los
errores y vicios humanos…extravagancias y desaciertos que son comunes en toda
sociedad civil”. Para muchos críticos, “no es fácil de decidir si el artista
quiere apartar de sí, con un trazo satírico, todos esos errores, vicios,
extravagancias y desaciertos, o se siente víctima de ellos”. Goya le dio un ambiguo
título a cada capricho con el fin de tener él mismo más escapatorias ante la
posibilidad de los terribles interrogatorios de las autoridades reales,
religiosas y de la Inquisición, como realmente ocurrió luego, cuando antes las
protestas encendidas del clero, Goya tuvo que retirar las estampas, después de
catorce días de venta, y regalárselas al rey a cambio de una pensión para el
único hijo que le quedaba. Es curioso señalar, que en esa época, eran habituales
las tertulias exclusivamente dedicadas a comentar las colecciones de estampas
satíricas, y “descubrir” personajes públicos entre los monstruos y bestias de
los dibujos, aunque Goya, siempre temiendo represalias, resaltaba que él solo tenía
un interés universal en su trabajo.
Hay un
capricho de Goya que me lleva atrás en el tiempo. Una tarde veraniega, a finales
de los sesenta, yo estaba solo en la playa vacía de Las Delicias de Maldonado.
Cuando al sol le quedaban solo quince metros para caer, aparece Taco Larreta,
(su nombre, Gualberto José Antonio Rodríguez Larreta Ferreira, su edad actual,
noventa años). Llevaba un pantalón corto amarillo, una remera blanca y extiende
sobre la arena una toalla violeta. Se sienta y abre un libro que mi curiosidad
no alcanza a ver. Pero Taco cambia inmediatamente el libro por el sol, y vuelve
a ponerse de pie para ver el acontecimiento acercándose al agua. ¿Taco en su
monólogo de Hamlet preguntándose si ser o no ser, o preguntándole al mar por
algún crimen histórico no resuelto, o preguntándole a la tarde que se va el
eterno e inexplicable misterio de la vida y de la muerte? Preguntas sin
respuestas en la obra en la que él estaba actuando sobre el escenario de arena, mar y cielo. Luego de un rato no muy
largo, y con esa hermosa luz de cuando
el día se ha rendido ante la noche, Taco recoge la toalla violeta, la remera
blanca y hace el camino de vuelta con su pantalón amarillo y el libro del que
yo no podía leer el título. Al pasar a mi lado, hace un leve movimiento de cabeza de cortesía.
¡¡¡Me saludaba el fundador de Club de Teatro y del Teatro de la Ciudad de
Montevideo, el gran actor, el gran
director, el crack Taco Larreta! Años después,
cuando en otro atardecer se ocultó el sol de la democracia, nos fuimos los dos
a España, él a Madrid y yo a Barcelona, (ya no estábamos en Las Delicias). En
1980, Taco Larreta gana el Premio Planeta con la novela Volavérunt, (volando en
latín), título del número 61 de los Caprichos de Goya. En la novela, le habla
Goya a Godoy en Burdeos: “¿Recuerda usted un “capricho” que intitulé
“Volavérunt”? La maja, (se refiere a la duquesa de Alba, su
gran amor), lleva muy ufana una gran mariposa en la frente que parece
arrastrarla en el vuelo hacia alguna región de delicias e ignora los monstruos que se agolpan y acechan a sus
pies. Pero los monstruos terminarán por triunfar, ¿me comprende usted? Y la
mariposa no es más que un espejismo. Esos terribles polvillos nos llenan la
cabeza de maravillosas mariposas multicolores, pero al fin nos sumen en el
horror gris de los demonios. Esa es la idea de Volavérunt. “Goya se refiere
aquí a las hojas de la coca, que empezaban a llegar a España en ésas épocas
desde Los Andes y cuyo polvillo la duquesa aspiraba por la nariz para drogarse.
La lectura de la novela es una delicia de intriga, pero además, me aclaró
algunos aspectos de la obra que yo había presenciado en la playa. Evidentemente
el libro tenía que ser una biografía de Goya, el amarillo del pantalón corto
era el amarillo de Nápoles, combinación de arseniato y acetato de cobre, el más
peligroso de todos los colores, el blanco de la remera era el blanco plata que
usaban los pintores del siglo dieciocho y también muy peligroso, y finalmente
el violeta de la toalla era ni más ni menos que el violeta de cobalto, nombre
poético que esconde el arseniato de cobalto, terrible veneno, pese a que con
éste color se solía pintar la túnica de Jesús Nazareno. Con uno de esos tres
colores sacados del taller de Goya envenenaron a la duquesa de Alba. ¿Quién?
Lean la novela o pregúntenle al mar.
La calle
Desengaño en Madrid la he caminado alguna vez. Mide muy pocos metros. Es
paralela a la Gran Vía, y vieja como es, tendría que ser romántica y
encantadora como las callejuelas de Praga. Pero hoy no lo es por los orines y
la desesperación y el hambre de algunas mujeres, lo que provoca un ambiente
sórdido y decadente. Solo tiene 13 portales. En esa callejuela, en el primer portal
vivió Goya y en una perfumería del mismo
edificio, puso en venta sus Caprichos por 320 reales cada uno, (1 kilo de pan 6
reales). En esa misma calle, en el número 10, vivió y descubrió a Goya, José
Martí, deportado a España en 1871 después de haber caído preso en Cuba con 16 años. Esa misma
calle Desengaño, da nombre a la novela del judío alemán Lion Feuchtwanger sobre
Goya, un trabajo que le llevó siete años. Lion había nacido en 1884 en Alemania,
y su participación como soldado en la primera guerra mundial lo convierte en un
extraordinario pacifista; más tarde escribe sensacionales novelas y colabora muchos
años con Bertold Brecht; denunciará luego el ascenso de Hitler desde Francia
mientras EEUU e Inglaterra le daban una oportunidad al futuro genocida por lo
que Feuchtwanger pasó a ser el hombre más buscado por el régimen alemán; años
más tarde es detenido en un campo de concentración en Francia del que consigue
fugarse, y luego de estudiar la pintura de Goya en Madrid y caminar mil veces
por la calle Desengaño, se exilia en Los
Angeles, donde le toca enfrentarse a Mac Carthy, para finalmente morir en 1958.
Una vida de verdad.
La palabra
desengaño en la España de aquella época tenía dos significados. Era desilusión,
desencanto, decepción. Pero también, desengaño era escarmiento, intrusión y
comprensión.
En la calle
Desengaño Martí escribe sobre su desilusión, su desengaño, con los españoles
liberales que no admitían para las colonias como Cuba, los mismos derechos de
libertades que reclamaban para su país. Martí descubre las pinturas de Goya en academias y talleres, y se admira como el
pintor se sobrepuso a su sordera, y de ello extrae uno de sus más caros
principios: “el enfrentamiento al sufrimiento mediante la creación artística”.
También Martí es uno de los primeros que ve en Goya un adelanto del
impresionismo. En la gran obra de Goya, “Una corrida de toros en un pueblo”,
por la síntesis compositiva, por el manejo del color y por poner el tema sobre
la forma, Martí sentencia: “Parece un cuadro manchado y es un cuadro
terminado”. Martí ve en Goya el gran pintor de las mujeres del pueblo,” la
salvia de la vida, los ojos de la esperanza”. Martí se reafirma como
revolucionario cuando ve la pintura revolucionaria de Goya. Por ejemplo, en el
gran cuadro “La casa de los locos”, en un manicomio uno de los locos dirige un
ejército, otro lucha contra el rayo de luz que entra por una ventana, otro loco
se cree rey con una flauta en una mano y con la otra se sostiene un pie, y a su
lado otro es una autoridad religiosa y está dando bendiciones. “Ejército,
religión, monarquía, cada uno vive su triunfo, grotescamente, ya que es triunfo
inexistente, cada uno es grande en su naufragio”. Dice José Martí, (nombre de
mi escuela de la calle Caldas, María Luisa, las crayolas Goya y mi cuadro seco
e impresionista): “Este lienzo, La casa de los Locos, es una página histórica y
una gran página poética “. En efecto, Martí años más tarde en Nueva York como
corresponsal de importantes diarios
latinoamericanos, hará de periodista pero a la vez de poeta. José Martí pinta con sus poesías, como Goya en sus
Caprichos, el violento futbol yanqui, y los majos y las majas de Goya, (gente
de las capas más bajas de los suburbios de Madrid), ahora serán en Martí “el
pragmático norteamericano en la Bolsa, en el club de juego, en la tarima
electoral”. Martí y Goya, entonces, son una misma línea artística: “el primero aspiró
el aurea de los lienzos del segundo, y cada uno en su estilo soltó sus bramidos”.
“El aragonés encontró el fragor de su arte con el peso de los años, el
habanero, inmediatamente en su vida, como presintiendo la brevedad de su
tiempo”.
Un año antes
de morir en Francia con 82 años, Goya, valiéndose de una lupa porque ya casi no
veía, pinta “La lechera de Burdeos”, un cuadro maravilloso de muchos tonos
azules que encierran una dulzura cautivante y que es mi debilidad goyana. Goya nunca llegó a usar mucho el azul, sólo al principio y al
final de su vida. “Desde la Edad Media, el azul era el color de la Virgen, por
lo que tenía un carácter marcadamente positivo. Al pintar el bellísimo rostro
de la muchacha, se despierta en Goya una límpida vena poética, rencontrando las
tonalidades tiernas y luminosas, al azul ingrávido de sus primeros cartones,
aunque la pincelada breve, los contornos difumados, y la luz que baña la
materia sensible, hacen de esta obra el primer cuadro impresionista.” Para
muchos otros críticos, y yo lo comparto, el primer cuadro impresionista fue
aquél que no cayó en la piscina de María Luisa.
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