RICARDO PRIETO:
“ME GUSTARÍA QUE EL URUGUAYO DEL SIGLO XXI
FUERA MENOS PRAGMÁTICO Y EGOCÉNTRICO”
por Julia Galemire
(reportaje recuperado de LA ONDA DIGITAL / 2008)
Hace pocos días falleció el escritor y dramaturgo
Ricardo Prieto (65 años). Prieto padecía de cáncer desde hacía un tiempo.
Considerado uno de los más importantes dramaturgos uruguayos, Prieto también
había escrito narrativa y poesía. Entre sus obras más conocidas destacamos
"El Huésped Vacío" o "Desmesura de los zoológicos". Nuestra
colaboradora, la escritora y poetisa Julia Galemire, le realizó tiempo atrás
una entrevista para La ONDA digital.
En homenaje al destacado intelectual reproducimos a continuación ese diálogo con Prieto.
¿Cuál es la contribución de la literatura a la vida
moderna?
Es casi nula. La tecnología y el hedonismo desplazan y ahogan el
espacio de reflexión que la literatura propicia. La gente sólo quiere consumir,
y el sistema la impele a consumir lo que es liviano y perecedero y está reñido
con la búsqueda de la trascendencia, palabra esta que alude a contenidos que se
ridiculizan o se temen. La voluntad de indagar está paralizada. Sólo se buscan
el goce y la evasión. Asistimos a la agonía de la literatura todos los días en
el anochecer, cuando millones de televisores se encienden en las casas del
planeta y se establece el contacto entre los receptores y el discurso
epidérmico y digerido que absorben. Y es una pena que esto ocurra, porque la
literatura es una de las puertas que se abre sobre el inmenso mundo invisible
que nos rodea y sobre el no menos inmenso mundo interior que alberga mucho más
que nuestra compleja vida psíquica. Además, y esto es bastante lamentable, en
la era de las comunicaciones estamos más incomunicados que nunca, y ríos de
conceptos prefabricados nos aplastan, nos acosan e intentan convertirnos en
seres humanos pueriles, superficiales y doblegados ante el pensamiento
mecanizado. ¿Qué misión podría cumplir la literatura en un mundo tan
desquiciado como este?
¿Qué valores debería tener la literatura actual para
un mejor entendimiento con el lector y para promover una mayor lectura?
Lo peor que podría hacer la literatura actual es propender al
"entendimiento con el lector". Las obras literarias surgen por
necesidad, porque un escritor quiere intercambiarse con una actividad y con un
objeto, que es el libro. Si escribimos para que nos lea más gente, la necesidad
inicial, que puede ser demasiado oscura y abstrusa para el público y la crítica
actuales pero de contenidos reveladores para el público y la crítica futuros,
se pondrá al servicio de intereses espurios y perderá su pureza inicial. Pensar
en más masas de lectores implica ideologizar el discurso o mimetizarlo con las
apetencias de un público que tiene, en general, intereses poco sustanciales. Es
lo mismo que escribir obras con mensaje. Y ya se sabe lo que estas obras
significan; son, como decía Marcel Proust, "regalos a los que se les deja
el precio". Creo que la obra literaria, cuando es valiosa, es un regalo
desinteresado que nos hace su autor. Ni Rimbaud ni Emily Dickinson ni Kafka
pensaron en el éxito masivo.
Poca gente ha tenido tanta autenticidad como ellos en el momento de
empezar a escribir, y muy poca ha creado una obra tan extraordinaria y
perdurable. En el mundo contemporáneo, tan regulado por la búsqueda del éxito
momentáneo, infinidad de poetas que carecen de talento narrativo escriben
cuentos o novelas porque la poesía no es lucrativa ni ofrece muchas vidrieras.
Se pasan a la narrativa porque piensan que sus mecanismos de proyección son más
vastos. Lo mismo ocurre con muchos narradores que emigran a géneros más
visibles. Yo escribí para el teatro durante treinta y cinco años y viví en
medio de la parafernalia de reportajes y publicidad que eso implica, en una
especie de fatigante primera plana, pero en los últimos tiempos marcho por
otros caminos y me siento muy a gusto. Recién ahora estoy aprendiendo a
escribir. Actualmente sólo edito poesía y cuentos, o novelas que no surgen de
recetas ni buscan el éxito masivo. Sólo aspiro a un público inteligente,
sensible, reflexivo y necesariamente reducido. Alcanza con eso. No olvide que
los modos de expresión han sufrido una enorme inflación. Refiriéndose a estos,
dice George Steiner, que "su precisión discriminatoria, su contenido claro
y verificable han sido erosionados para que el público los encuentre
agradables". Creo que hay que sustraerse urgentemente de esa búsqueda
patológica del éxito que corroe a la literatura.
¿Qué papel debería desempeñar la literatura en la
educación primaria y secundaria?
Un papel muy importante. Mejor dicho, un papel central. La literatura,
como dice Ítalo Calvino, "es un espejo que refleja el mundo en imágenes
dobles y ambiguas". Si nos obligan a enfrentarnos desde niños a la densa
complejidad de esas imágenes, seremos hombres más plenos, más graves, más
profundos, más sabios, y, sobre todo, más justos y solidarios. Nos
convertiremos en los seres humanos que el planeta necesita para dejar de ser un
estercolero.
Entrando en el tema de la literatura uruguaya
¿existe una sensibilidad particular en nuestros escritores?
No existe, por suerte. De lo contrario tendríamos una literatura
homogénea, uniforme y aburrida. En nuestro país, como en cualquier lugar del
mundo, cada escritor es un caso único.
¿Cuáles son las virtudes que pueden destacarse en la
literatura uruguaya del siglo XX?
Creo que estamos demasiado cerca del siglo XX para poder emitir un
juicio de valor riguroso y aceptable. Dentro de sesenta o setenta años, cuando
los escritores actuales y sus receptores contemporáneos estén muertos, se sabrá
qué era qué, quién era quién y qué obras perduraron. Yo creo, por ejemplo, que
Morosoli es el narrador uruguayo más importante, una especie de Chéjov
latinoamericano, pero esta es una simple opinión, tan relativa como podría ser
la opinión de un crítico que opina lo contrario, o la de usted, que es una
escritora y tendrá la suya. Como en el campo filosófico, en el plano de la
percepción de los valores literarios unas verdades se oponen transitoriamente a
otras. Pero también como en ese campo, en que sólo algunas doctrinas y
cosmovisiones logran perdurar, más tarde o más temprano comparece el juicio
definitivo sobre una época literaria o una obra.
Ese juicio, como usted debe saber, nunca será el de una sola persona,
ni siquiera el de una sola generación. Se necesita por lo menos la evaluación
de siete u ocho generaciones para determinar con precisión qué valor tiene un
texto y qué significación posee un período. No olvide, además, que vivimos en
un medio con lamentables características provincianas, donde el amiguismo, la
subjetividad y las rencillas aldeanas empañan casi siempre la lucidez de los
juicios. Conviene mantenerse ajeno a las diatribas y a los elogios y, dentro de
lo posible, emitir juicios en los medios de difusión con muchísima cautela. En
realidad, para no cometer papelones históricos, lo más sano es no emitirlos.
¿Qué papel han jugado los críticos en el desarrollo
de la literatura en el siglo pasado y qué será de la crítica en el futuro?
La crítica debería representar el mismo papel que la literatura porque
está indisolublemente unida a ella. Además, un crítico es también escritor, y
tiene o no tiene talento, tiene o no tiene inteligencia, tiene o no tiene
inspiración. Es decir que el papel que juegan los críticos puede ser admirable
cuando están a la altura de las obras que juzgan. De lo contrario no juegan
ningún papel y son absolutamente prescindibles. ¿Quién se acuerda hoy de los
señores que cuestionaban a Balzac o a Stendhal mientras alababan desmesuradamente
a escritores que han sido olvidados? Yo no he estudiado nunca las implicancias
de la labor crítica en el desarrollo de la literatura del siglo pasado. Sólo he
analizado el paupérrimo discurso crítico referido al teatro uruguayo en la
década de los setenta y estoy escribiendo un ensayo que intenta desmenuzarlo.
En él usted podrá hallar varias perlas: desde el áspero
cuestionamiento de algún crítico menor a la obra de Pirandello hasta las
injustificadas loas a la obra de Brecht, desde la apología desmesurada y
arbitraria de obras nacionales absolutamente perecederas hasta el
encumbramiento del panfleto político. Pero, en general, el tema no me atrae. Es
más: me parece superfluo. Y confirmo esta presunción cuando leo las
barbaridades que han escrito los críticos norteamericanos sobre autores
geniales como Carson Mc Cullers o Tennessee Williams, a mi juicio la mejor
narradora y el mejor dramaturgo anglosajones del siglo XX, nada menos. O cuando
registro el macaneo y el barullo que han armado muchos críticos latinoamericanos
o europeos en torno de los fuegos fatuos de una novela como Cien años de soledad, de García Márquez,
y el manto de silencio que han extendido sobre Bomarzo, de Mujica Laínez, que, a mi criterio, es una obra
magistral. Pero no hay que darle demasiada importancia al tema. Son muchos los
escritores y los críticos llamados y muy pocos los elegidos. Cuando tenga
tiempo analice con atención las críticas del semanario MARCHA sobre
dramaturgos, narradores o poetas de las décadas de los sesenta y los setenta, o
las del diario EL PAÍS sobre dramaturgos de esa misma época, lea después las
obras reseñadas y comprobará cuánta inconsistencia y amiguismo destilaban
aquellos comentarios, y cómo, salvo excepciones, hoy nos parecen baladíes, poco
rigurosos y prescindibles. El crítico enjuicia la obra, sin duda, pero nunca
hay que olvidar que las obras también enjuician al crítico.
¿Cómo será la literatura del siglo XXI en nuestro
país? ¿Habrá un movimiento o movimientos que permitan la renovación de esa
literatura?
Si pudiera responder a esa pregunta no me ganaría la vida como agente
inmobiliario ni estrenando obras de teatro. No soy vidente, aunque
quisiera, pues tirando las cartas se gana dinero suficiente como para vivir
modestamente dedicándose a la literatura. Sólo puedo decirle que me gustaría
que el uruguayo del siglo XXI fuera menos pragmático y egocéntrico, menos
mezquino y analítico, menos individualista y envidioso. También me gustaría que
aprendiera a relacionarse mejor con la adversidad y con el dolor y que
desarrollara más apetencias metafísicas. Esos cambios se reflejarían en la
literatura.
¿Habrá un cambio en las estrategias comerciales de
nuestros editores y libreros? ¿Los escritores tendrán más difusión y promoción?
No lo sé. Y, en realidad, confieso que no me importa demasiado.
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