LA EXPRESIÓN AMERICANA
CUARTA ENTREGA
PRÓLOGO DE IRLEMAR CHIAMPI
LA HISTORIA TEJIDA POR LA IMAGEN (4)
El concepto de era imaginaria
Esa posición epistemológica llevará a Lezama a formular la posibilidad
de investigar lo que se llamaba “eras imaginarias”. Es difícil precisar, en el
estricto contexto teórico de La expresión
americana, en qué consiste exactamente una era imaginaria. Con los escasos
datos de esa primera exposición una era imaginaria coincide, aparentemente, con
una cultura, por el hecho de poder constituir un “campo inteligible”, esto es,
un tipo de sociedad que Toynbee definió a partir de impulsos y respuestas,
dados por las religiones (cristianismo, judaísmo, budismo, etc.). Pero, en
verdad, una era imaginaria no coincide necesariamente
con una cultura, menos todavía con una sociedad. Lezama sugiere que su interés
es detectar, en el curso de una cultura o sociedad, los tipos de imaginación,
los momentos en que se dio la “potencialidad para crear imágenes” -entiéndase:
cuando se supera el causalismo “obliterado y simplón”-. El ejemplo de la “era
carolingia”, con su imaginación hispostasiada en lo teológico, ayuda a ver que
esta sería, dentro de la gran cultura occidental (cristiana), una era, un
momento particular. En un ensayo posterior Lezama confirma la diferencia entre
una cultura y una era imaginaria: “En los milenios, exigidos por una cultura,
donde la imagen actúa sobre determinadas circunstancias excepcionales, al
convertirse el hecho en una viviente causalidad metafórica, es donde se sitúan
esas eras imaginarias. La historia de la poesía (o la poesía de la historia,
añadiríamos) no puede ser otra cosa sino el estudio y expresión de las eras
imaginarias” (“A partir de la poesía”, 1960, Introducción
a los vasos órficos, p. 174). Por tanto, una era imaginaria se da
ocasionalmente dentro de la totalidad que es una cultura con sus milenios, o
coincide eventualmente con ella, siempre que el hecho se convierta en “viviente
causalidad metafórica”, cuya duración es variable. El modo de esa vivencia
poética de los pueblos -en la cual la dimensión mítico-religiosa tiene gran
peso- es lo que determina un tipo de imaginación dentro de una cultura y en su
vasto fondo temporal.
La importancia de esa distinción recae en la propia perspectiva que
Lezama adopta en el tratamiento del hecho americano. Si una era imaginaria
coincide necesariamente con una cultura, América no podría figurar como una era
imaginaria, puesto que, faltándole el prestigio del milenio requerido, se
disolvería, indiferenciada, en el gran fondo temporal, bimilenario, de
Occidente. En cambio, si una era milenaria puede ser afloramiento dentro de una
cultura, entonces sí es posible detectar el estatuto imaginario americano
dentro de Occidente.
Pero como el proyecto lezamiano es, además, mostrar el devenir americano
(mediante el contrapunto de las semejanzas y diferencias) dentro de la cultura
occidental, es necesario un giro teórico más en esa formulación: los tipos de
imaginación trascienden las propias culturas donde fueron generados y
desaparecen en otras. El ejemplo de la “vivencia de la apórroia” (evaporación) entre los griegos -que reaparece en las
conversaciones del emperador Augusto, en el Hamlet
y en un poema de Rilke- ilustra esa posibilidad de que un tipo de
imaginación sea transgeográfico, transcultural y transhistórico. Con esa idea
Lezama trata de contrariar el destino biológico spengleriano, apoyándose en
Toynbee, para quien las sociedades, aun después de su desintegración, no
desaparecen totalmente, sino que proyectan sus formas en otras posteriores.
Para Lezama una era imaginaria tampoco desaparece: sobreviven rasgos o restos
de su tipo de imaginación y reaparecen reconfigurados en otras eras imaginarias.
Para comprobar más rigurosamente lo que decimos habría que estudiar los
densos y complejos ensayos que Lezama escribió en los años sesenta, lo cual
exigiría un tratamiento exegético para decodificar sus referencias textuales.
Pero en el ámbito de La expresión
americana el giro teórico que apuntamos se justifica porque Lezama
considera que “todo tendrá que ser reconstruido, invencionado de nuevo, y los
viejos mitos, al reaparecer de nuevo, nos ofrecerán sus conjuros y sus enigmas
con un rostro desconocido”. Por eso, ¿qué otro estatuto imaginario tendría
nuestra cultura sino el de reinventar y sumar imaginarios anteriores?
La solvencia de esos principios teóricos aparecerá en la tesis que
atraviesa el diseño lezamiano de nuestro devenir. Si éste cuenta con alguna
especificidad, o si puede formar una era imaginaria, ella está en la “suma
crítica” de los “corpúsculos generatrices” de otras culturas, las vivas o las
que se arruinaron, desde la europea y las autóctonas hasta las más remotas de
Oriente.
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