18/9/12

LA INDECENTE NOCHE DE YEMANJÁ
 
HUGO GIOVANETTI VIOLA
 
1ra edición 1994 / 1ra edición Web 2012
 
 
 
PRIMERA ENTREGA
 
 
 
para Fernando Pardo
que trajo al Papalote
 
para Demian Díaz Torres
que ayudó a remontarlo
 
para Marcos Torres
que trajo a Yemanjá
 
 
 
Los años nos dejan ver
el entrevero y el brillo.
Jorge Luis Borges
 
 
Y tú, mi padre, allí, en tu triste apogeo
maldice, bendice, que yo ahora imploro con la
vehemencia de tus lágrimas.
No entres dócilmente en esa noche quieta.
Rabia, rabia, contra la agonía de la luz.
Dylan Thomas
 
 
Silvio Rodríguez y Juan Luis Guerra compusieron todas las canciones que le son atribuidas, aunque no entre 1939 y 1957.
 
Del rojo pelo -también defasada cronológicamente- pertenece a Washington Benavides y Eduardo Darnauchans.
 
 
 
 
UNO: ESTRELLITAS Y DUENDES (1)
 
 
 
CUANDO MI padre y mi tío-abuelo Ismael fueron a visitar a Luquitas en la jardinera no quise acompañarlos. Las mujeres se pusieron a chusmear y mamá me pidió que me recostara un rato y no protesté. El caserón de la chacra tenía una especie de comedor-porche muy alto (donde acabábamos de almorzar) y una hilera de piecitas a las que se bajaba como a un sótano. La última vez que vinimos llovió toda la tarde. Habíamos traído a María Sara -la hija del Chueco, un vecino alma podrida- y me pusieron a dormir la siesta con ella en el cuarto de mis dos tías jóvenes.
 
Me siento de través en una cama -apoyado contra la pared mugrienta y húmeda- y canto: Viviré en tu recuerdo / como un simple aguacero / de estrellitas y duendes / vagaré por tu vientre / mordiendo cada ilusión. Y siento que no quiero ver más a María Sara, pero me refriego la cabeza y sigo cantando la bachata del Papalote: Vivirás en mis sueños / como tinta indeleble / como mancha de acero / no se olvida el idioma / cuando dos hacen amor.
 
La última vez que vinimos a la chacra fue al empezar la primavera y ya estamos casi en Navidad. Por un ventanuco entra olor a chiquero y hay un jazmín del país que se mueve, también. Entonces junto las manos como para rezar. Pero canto: Me tosté en tus mejillas mi bien / como el sol en la tarde / se desgarra mi cuerpo / y no vivo un segundo / para decirte que sin ti muero.
 
Ma-Sa tenía la mirada estrellada por la lluvia. Estábamos sentados uno frente al otro y de golpe ella se levantó el vestido azul con volados y lunares blancos que se ponía las noches que venía el japonés. Tenía bombacha blanca. (Y ahora me clavo en el mentón en el pecho y murmuro: Me quedé en tus pupilas mi bien / ya no cierro los ojos / me tiré a lo más hondo / y me ahogo en los mares / de tu partida de tu partida.) Después ella me pidió que cerrara los ojos y me la imaginé pintarrajeada igual que una actriz de cine. “Mirá” me dijo, separando las piernas: “Se llama Sarita. Pobrecita. Vení. Dale un beso”. Y se tapó la cara con la bombacha. Pero creo que no pude besarle la ranura lastimada del sexo ni con los ojos. Si hubiese sido un perro, le hubiese podido lamer hasta el alma. Pero éramos dos niños de nueve años.
 
Y ahora que María Sara ya no está, apoyo el entrecejo sobre los pulgares y rezo: Andaré sin saberlo / calzaré de tu cuerpo / comeré lo que sobre / dentro de tu corazón.
 
 
MI PADRE ya había vuelto de lo de Luquitas (aunque enseguida salió a caminar por la chacra, me dijo mamá) y ahora Ismael roncaba despatarrado en un perezoso: usaba una faja negra sucia en lugar de un cinturón y tenía pocos dientes y una nariz afrutillada donde las moscas se relamían. Mi abuela decía siempre que era un santo varón. De repente las moscas se pusieron muy doradas y me di cuenta que mi abuela iba a empezar a llorar. Mamá también se dio cuenta, porque me hizo una seña rara y dijo: “¿Por qué no les recitás la poesía de Artigas, Abelito? ¿Sabían que además de salir abanderado Abelito hizo una poesía que recitó en la fiesta de fin de año?”. Mis tías jóvenes contestaron Tomá y Mirá vos, pero Ángela (la esposa de Ismael) siguió envolviendo la morcilla y el pan casero que nos llevábamos siempre para casa. Entonces mi abuela se apantalló el sol que anunciaba la caída de la tarde y chistó con más fuerza que una cigarra y hasta Ismael dejó de hacer barullo.
 
Cuando me paro al lado de la mesa descubro que ya anduvo en danza la foto de mi comunión: la veo brillar sobre la falda de mamá (que está embarazada pero todavía tiene poca barriga) y odio mi jeta picuda retocada con carmín en el laboratorio. Y al empezar a recitar me interrumpe la voz grotescamente acaribeñada de mi padre, atravesando el alfombrado del pajarerío como un saxo tenor: Tengo un corazón / mutilado de esperanza y de razón / tengo un corazón / que madruga donde quiera / ay ay ay ay ay ay. Ismael se despertó con un manso sobresalto y mis tías dieron vuelta la cabeza, pero mamá se endureció y a mi abuela le chorrearon dos lagrimones. Yo corro hasta el molino de agua que hay al costado de la casa, guiado por la segunda estrofa de la bachata: Y este corazón / se desnuda de impaciencia ante tu voz / pobre corazón / que no atrapa su cordura.
 
Mi padre está sentado sobre la fuente rectangular de cemento, mirando firuletear los pescaditos rojos. Entonces lo abrazo desde atrás y lo escucho berrear el estribillo de la bachata más famosa del Papalote: Quisiera ser un pez / para tocar mi nariz en tu pecera / y hacer burbujas de amor por donde quiera / ooooh / pasar la noche entera / mojado en ti. / Uuuun pez / para bordar de corales tu cintura / y hacer siluetas de amor bajo la luna / mojado en tiiii. Y cuando lo suelto siento como si me hubiesen clavado una rosa en la cara.

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