EUGENIO d’ORS, NODO
DE TRADICIÓN ESTÉTICA Y DEBATE CONTEMPORÁNEO
Por Antonio González
TERCERA ENTREGA
LO BARROCO
El libro más importante por su
contenido y más influyente por sus repercusiones, de la entera obra orsiana es,
a mi juicio, Lo barroco (1935). Desde el debate de Pontigny,
sostenido en torno a ese tema en el verano de 1931, Eugenio d'Ors se convirtió
en un referente internacional en estética y en crítica cultural y artística.
En Lo barroco muestra como en ningún otro lugar su pasión por
la vida y su aspiración de racionalidad. D'Ors ama lo barroco, el sentimiento,
la contingencia, pero no está dispuesto a dejarse arrastrar por la
irracionalidad y el panteísmo dinamista propio de lo barroco y de la
Modernidad. Así, d'Ors se convierte en Ulises que, amarrado al seny,
no olvida los cantos de sirena del sentimiento y la vida pero tampoco sucumbe a
ellos. Esa es su clasicidad.
Con todo, ese miedo a
caer en el abismo de la irracionalidad le lleva a exagerar la postura
racionalista de tal modo que parece que d'Ors aborrece lo barroco y lo que en
él se contiene. Sin embargo, ama el contenido -que no es exclusivamente suyo-
de lo barroco -naturaleza, vida, sentimiento- pero rechaza la manera en que el
eón barroco se deja imbuir por todo ello: al margen de la racionalidad,
panteísticamente, al modo de la Modernidad. El panteísmo barroco y moderno
procede de la inconmensurabilidad de movimiento y razón, pero si el
movimiento no cabe en la razón, sí tiene lugar en el seny,
que, como la ironía socrática, conoce los límites del conocimiento y
advierte que el movimiento es irracional sin rechazarlo por ello. El seny,
más bien, lo admite jerárquicamente por consistir en una racionalidad
ampliada.
En Lo barroco, d'Ors
parece inclinado a despreciar el contenido de lo barroco, tachándolo de hereje. Sin
embargo, el contenido de lo barroco -vida, naturaleza, movimiento- no tiene
carácter negativo, ya que, si no caben en la pura razón, sí son admitidos
necesariamente en el seny. Esa es la clave del recurso orsiano al
clasicismo: la integración de dimensiones valoradas jerárquicamente que en él
se opera, y si lo clásico integra alternativas por medio de la unidad y la
discontinuidad, en lo barroco, por la continuidad, se absolutiza un opuesto y
se rechaza totalmente el otro.
Si el barroco es opuesto al clasicismo
es precisamente porque en lo barroco se da la disyunción razón-vida, mientras
que en lo clásico no. El eón clásico no es la opción por la razón al margen de
la vida frente a la barroca opción por el puro sentimiento. Esa
opción por la razón frente al sentimiento ya es barroca. El verdadero opuesto
al barroco -en cuanto sentimental- es el barroco -en cuanto racionalista en
sentido moderno-. El problema nace de equiparar el contenido dominante en
un determinado eón con el hecho de que ese contenido domine en ese
eón: sentimiento, vida, naturaleza, que dominan en el eón barroco de forma
panteística, no son patrimonio exclusivo de lo barroco, sino que el eón clásico
los asume jerárquicamente, sin que por ello dominen en él.
Finalmente, hay que señalar que la
oposición clásico-barroco no se identifica con la oposición razón-vida, como a
menudo se ha sostenido. D'Ors no es un pensador de dualismos -razón-vida,
clásico-barroco- sino de unidad, de integración jerárquica, que, por medio del
seny, del ángel, del universal concreto, admite jerárquicamente el elemento
irracional como necesario, y le otorga un valor positivo. Eugenio d'Ors ama
el contenido de lo barroco. Esa es su clasicidad. Ese es su
gran logro.
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