JUAN
RULFO (1917 – 1986)
PEDRO
PÁRAMO
TRIGESIMOSEXTA ENTREGA
-Supe que te habían derrotado, Damasio. ¿Por qué te
dejas hacer eso?
-Le informaron mal,
patrón. A mí no me ha pasado nada. Tengo mi gente enterita. Ahí traigo
setecientos hombres y otros cuantos arrimados. Lo que pasó es que unos pocos de
los «viejos», aburridos de estar ociosos, se pusieron a disparar contra un pelotón
de pelones, que resultó ser todo un ejército. Villistas, ¿sabe usted?
-¿Y de dónde salieron ésos?
-Vienen del Norte, arriando parejo con todo lo que
encuentran. Parece, según se ve, que andan recorriendo la tierra, tanteando
todos los terrenos. Son poderosos. Eso ni quien se los quite.
-¿Y por qué no te
juntas con ellos? Ya te he dicho que hay que estar con el que vaya ganando.
-Ya estoy con ellos.
-¿Entonces para qué vienes a verme?
-Necesitamos dinero,
patrón. Ya estamos cansados de comer carne. Ya ni se nos antoja. Y nadie nos
quiere fiar. Por eso venimos, para que usted nos provea y no nos veamos urgidos
de robarle a nadie. Si anduviéramos remotos no nos importaría darle un «entre»
a los vecinos; pero aquí todos estamos emparentados y nos remuerde robar.
Total, es dinero lo que necesitamos para mercar aunque sea una gorda con chile.
Estamos hartos de comer carne.
-¿Ahora te me vas a poner exigente, Damasio?
-De ningún modo,
patrón. Estoy abogando por los muchachos; por mí, ni me apuro.
-Está bien que te
acomidas por tu gente; pero sonsácales a otros lo que necesitas. Yo ya te di.
Confórmate con lo que te di. Y éste no es un consejo ni mucho menos, ¿pero no se
te ha ocurrido asaltar Contla? ¿Para qué crees que andas en la revolución? Si
vas a pedir limosna estás atrasado. Valía más que mejor te fueras con tu mujer
a cuidar gallinas. ¡Échate sobre algún pueblo! Si tú andas arriesgando el
pellejo, ¿por qué diablos no van a poner otros algo de su parte? Contla está
que hierve de ricos. Quítales tantito delo que tienen. ¿O acaso creen que tú
eres su pilmama y que estás para cuidarles sus intereses? No, Damasio. Hazles
ver que no andas jugando ni divirtiéndote. Dales un pegue y ya verás como sales
con centavos de este mitote.
-Lo que sea, patrón. De usted siempre saco algo de
provecho.
-Pues que te aproveche.
Pedro Páramo miró cómo
los hombres se iban. Sintió desfilar frente a él el trote de caballos oscuros,
confundidos con la noche. El sudor y el polvo; el temblor de la tierra. Cuando
vio los cocuyos cruzando otra vez sus luces, se dio cuenta de que todos los hombres
se habían ido. Quedaba él, solo, como un tronco duro comenzando a desgajarse por
dentro.
Pensó en Susana San
Juan. Pensó en la muchachita con la que acababa de dormir apenas un rato. Aquel
pequeño cuerpo azorado y tembloroso que parecía iba a echar fuera su corazón
por la boca. «Puñadito de carne», le dijo. Y se había abrazado a ella tratando
de convertirla en la carne de Susana San Juan. «Una mujer que no era de este mundo.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario