PAULO
FREIRE
PEDAGOGÍA
DEL OPRIMIDO
TERCERA ENTREGA
ERNANI MARIA FIORI
APRENDER
DECIR SU PALABRA
(EL
MÉTODO DE ALFABETIZACIÓN DEL PROFESOR PAULO FREIRE / 3)
Con
la palabra el hombre se hace hombre. Al decir su palabra, el hombre asume
conscientemente su esencial condición humana. El método que le propicia ese
aprendizaje abarca al hombre todo, y sus principios fundan toda la pedagogía,
desde la alfabetización hasta los más altos niveles del quehacer universitario.
La
educación reproduce de este modo, en su propio plano, la estructura dinámica y
el movimiento dialéctico del proceso histórico de producción del hombre. Para
el hombre, producirse es conquistarse, conquistar su forma humana. La pedagogía
es antropología.
Todo
fue resumido por una simple mujer del pueblo en un círculo de cultura, delante
de una situación representada en un cuadro: “Me gusta discutir sobre esto
porque vivo así. Mientras vivo no veo. Ahora sí, observo cómo vivo”.
La
conciencia es esa misteriosa y contradictoria capacidad que el hombre de
distanciarse de las cosas para hacerlas presente, inmediatamente presentes. Es
la presencia que tiene el poder de hacer presente; no es representación, sino
una condición de presentación. Es un comportarse del hombre frente al medio que
lo envuelve, transformándolo en mundo humano. Absorbido por el medio natural,
responde a estímulos; y el éxito de sus respuestas se mide por su mayor o menor
adaptación: se naturaliza. Alejado de su medio vital, por virtud de la
conciencia, enfrenta las cosas objetivándolas, y se enfrenta con ellas, que
dejan de ser simples estímulos para erigirse en desafíos. El medio envolvente
no lo cierra, lo limita; lo que supone la conciencia del más allá del límite.
Por esto, porque se proyecta intencionalmente más allá del límite que intenta
encerrarla, la conciencia puede desprenderse de él, liberarse y objetivar,
transustanciado, el medio físico en mundo humano.
La
“hominización” no es adaptación: el hombre no se naturaliza, humaniza al mundo.
La “hominización” no es sólo un proceso biológico, sino también historia.
La
intencionalidad de la conciencia humana no muere en la espesura de un
envoltorio sin reverso. Ella tiene dimensión siempre mayor que los horizontes
que la circundan. Traspasa más allá de las cosas que alcanza y, porque las
sobrepasa, puede enfrentarlas como objetos. La objetividad de los objetos se
constituye en la intencionalidad de la conciencia, pero, paradójicamente, esta
alcanza en lo objetivado lo que aun no se objetivó: lo objetivable. Por lo
tanto, el objeto no es sólo objeto sino, al mismo tiempo, problema: lo que está
enfrente, como obstáculo e interrogación. En la dialéctica constituyente de la
conciencia, en que esta se acaba de
hacer en la medida en que hace al mundo, la interrogación nunca es pregunta
exclusivamente especulativa: en el proceso de totalización de la conciencia, es
siempre provocación que la incita a totalizarse. El mundo es espectáculo, pero
sobre todo convocación. Y, como la conciencia se constituye necesariamente como
conciencia del mundo, ella es pues, simultánea e implícitamente, presentación y
elaboración del mundo.
La
intencionalidad trascendental de la conciencia le permite retroceder indefinidamente
sus horizontes y, dentro de ellos, sobrepasar los momentos y las situaciones
que intentan retenerla y enclaustrarla. Liberada por la fuerza de su impulso
trascendentalizante, puede volver reflexivamente sobre tales situaciones y momentos, para juzgarlos y juzgarse. Por esto es capaz de
crítica. La reflexividad es la raíz de la objetivación. Si la conciencia se
distancia del mundo y lo objetiva, es porque su intencionalidad trascendental
la hace reflexiva. Desde el primer momento de su constitución, al objetivar su
mundo originario, ya es virtualmente reflexiva. Es presencia y distancia del
mundo: la distancia es la condición de la presencia. Al distanciarse del mundo,
constituyéndolo en la objetividad, se sorprende ella misma en su subjetividad.
En esa línea de entendimiento, reflexión y mundo, subjetividad y objetividad no
se separan: se oponen, implicándose dialécticamente. La verdadera reflexión
crítica se origina y se dialectiza en la interioridad de la “praxis”
constitutiva del mundo humano; reflexión que también es “praxis”.
Distanciándose
de su mundo vivido, problematizándolo, “descodificándolo” críticamente, en el
mismo movimiento de la conciencia, el hombre se descubre como sujeto
instaurador de ese mundo de su experiencia. Al testimoniar objetivamente su
historia, incluso la conciencia ingenua acaba por despertar críticamente, para
identificarse como personaje que se ignoraba, siendo llamada a asumir su papel.
La conciencia del mundo y la conciencia de sí crecen juntas y en razón directa;
una es la luz interior de la otra, una comprometida con otra. Se evidencia la intrínseca
correlación entre conquistarse, hacerse más uno mismo, y conquistar el mundo,
hacerlo más humano. Paulo Freire no inventó al hombre; sólo piensa y practica
un método pedagógico que procura dar al hombre la oportunidad de redescubrirse
mientras asume reflexivamente el propio proceso en que él se va descubriendo,
manifestando y configurando: “método de concientización”.
Pero
nadie cobra conciencia separadamente de los demás. La conciencia se constituye
como conciencia del mundo. Si cada conciencia tuviera su mundo, las conciencias
se ubicarán en mundos diferentes y separados, cual nómadas incomunicables. Las
conciencias no se encuentran en el vacío de sí mismas, porque la conciencia es
siempre, radicalmente, conciencia del mundo. Su lugar de encuentro necesario es
el mundo que, si no fuera originariamente común, no permitiría la comunicación.
Cada uno tendrá sus propios caminos de entrada en este mundo común, pero la
convergencia de las intenciones que la significan es la condición de
posibilidad de las divergencias de los que, en él, se comunican. De no ser así,
los caminos serían paralelos e intraspasables, las conciencias no son
comunicantes porque se comunican; al contrario, se comunican porque son
comunicantes. La intersubjetividad de las conciencias es tan originaria cuanto
su mundanidad o su subjetividad. En términos radicales, podríamos decir, en
lenguaje ya no fenomenológico, que la intersubjetividad de la conciencia es la progresiva
concienciación, en el hombre, del “parentesco ontológico” de los seres en el
ser. Es el misterio que nos invade y nos envuelve, encubriéndose y
descubriéndose en la ambigüedad de nuestro cuerpo consciente.
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