PAULO
FREIRE
PEDAGOGÍA
DEL OPRIMIDO
CUARTA ENTREGA
ERNANI MARIA FIORI
APRENDER
DECIR SU PALABRA
(EL
MÉTODO DE ALFABETIZACIÓN DEL PROFESOR PAULO FREIRE / 4)
En
la constitución de la conciencia, mundo y conciencia se presentan como
conciencia del mundo o mundo consciente y, al mismo tiempo, se oponen como
conciencia de sí y conciencia del mundo. En la intersubjetividad, las
conciencias también se ponen como conciencias de un cierto mundo común y, en
ese mismo mundo, se oponen como conciencia de sí y conciencia de otro. Nos
comunicamos en la oposición, única vía de encuentro para conciencias que se
constituyen en la mundanidad y en la intersubjetividad.
El
monólogo, en cuanto aislamiento, es la negación del hombre. Es el cierre de la
conciencia mientras que la conciencia es apertura. En la sociedad, una
conciencia que es conciencia del mundo que, reflexivamente, se hace más lúcida
mediación de la inmediatez intersubjetiva de las conciencias. La soledad y no
el aislamiento, sólo se mantiene en cuanto se renueva y revigoriza en
condiciones de diálogo.
El
diálogo fenomenaliza e historiza la esencial intersubjetividad humana; él es
relacional y en él nadie tiene la iniciativa absoluta. Los dialogantes
“admiran” un mismo mundo; de él se apartan y con él coinciden; en él se ponen y
se oponen. Vemos que, de este modo, la conciencia adquiere existencia y busca
planificarse. El diálogo no es un producto histórico, sino la propia
historización. Es, pues, el movimiento constitutivo de la conciencia que,
abriéndose a la finitud, vence intencionalmente las fronteras de la finitud e,
incesantemente, busca reencontrarse más allá de sí misma. Conciencia del mundo,
se busca ella misma en un mundo que es común; porque este mundo es común,
buscarse a sí misma es comunicarse con el otro. El aislamiento no personaliza
porque no socializa. Mientras más se intersubjetiva, más densidad subjetiva
gana el sujeto.
La
conciencia y el mundo no se estructuran sincrónicamente en una conciencia
estática del mundo: visión y espectáculo. Esa estructura se funcionaliza
diacrónicamente en una historia. La conciencia humana busca conmensurarse a sí
misma en un movimiento que transgrede, continuamente, todos sus límites.
Totalizándose más allá de sí misma, nunca llega a totalizarse enteramente, pues
siempre se trasciende a sí misma. No es la conciencia vacía del mundo que se
dinamiza, ni el mundo es simple proyección del movimiento que la constituye
como conciencia humana. La conciencia es conciencia del mundo: el mundo y la
conciencia, juntos, como conciencia del mundo, se constituyen dialécticamente
en un mismo movimiento, en una misma historia. En otras palabras: objetivar el
mundo es historizarlo, humanizarlo. Entonces, el mundo de la conciencia no es
creación sino elaboración humana. Ese mundo no se constituye en la contemplación
sino en el trabajo.
En
la objetivación aparece, pues, la responsabilidad histórica del sujeto. Al
reproducirla críticamente, el hombre se reconoce como sujeto que elabora el
mundo; en él, en el mundo, se lleva a cabo la necesaria mediación del
autorreconocimiento que lo personaliza y le hace cobrar conciencia, como autor
responsable de su propia historia. El mundo se vuelve proyecto humano: el
hombre se hace libre. Lo que parecería ser apenas visión es, efectivamente, “provocación”;
el espectáculo, en verdad, es compromiso.
Si
el mundo es el mundo de las conciencias intersubjetivas, su elaboración
forzosamente ha de ser colaboración. El mundo común mediatiza la originaria
intersubjetividad de las conciencias: el autorreconocimiento se “plenifica” en
el reconocimiento del otro; en el aislamiento la conciencia se “nadifica”. La
intersubjetividad, en que las conciencias se enfrentan, se dialectizan, se
promueven, es la tesitura del proceso histórico de humanización. Está en los
orígenes de la “hominización” y contiene las exigencias últimas de la
humanización. Reencontrarse como sujeto y liberarse es todo el sentido del
compromiso histórico. Ya la antropología sugiere que la “praxis”, si es humana
y humanizadora, es “práctica de la libertad”.
El
círculo de cultura, en el método Paulo Freire, revive la vida en profundidad crítica.
La conciencia emerge del mundo vivido, lo objetiva, lo problematiza, lo
comprende como proyecto humano. En diálogo circular, intersubjetivizándose más
y más, va asumiendo críticamente el dinamismo de su subjetividad creadora.
Todos juntos, en círculo, y en colaboración, reelaboran el mundo, y al
reconstruirlo, perciben que, aunque construido también por ellos, ese mundo no
es verdaderamente de ellos y para ellos. Humanizado por ellos, ese mundo los
humaniza. Las manos que lo hacen no son las que lo dominan. Destinado a
liberarlos como sujetos, los esclaviza como objetos.
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