G.
K. CHESTERTON (1874 – 1936)
EL
HOMBRE QUE FUE JUEVES
(PESADILLA)
Traducción
y prólogo de ALFONSO REYES
CUADRAGÉSIMAPRIMERA ENTREGA
CAPÍTULO
DUODÉCIMO
LA
TIERRA EN ANARQUÍA (1)
Poniendo al galope los
caballos, sin reparar en la pendiente, pronto los jinetes recobraron la ventaja
perdida; pronto las primeras casas de Lancy los ocultaron de sus perseguidores.
La cabalgata había sido
larga. Al llegar al pueblo, el occidente empezaba a encenderse con los colores
del crepúsculo. El Coronel sugirió la idea de que, antes de dirigirse a la
estación de policía, procuraran una alianza que podría serles de mucha
utilidad.
-De los cinco ricos que
hay en el pueblo -dijo cuatro son unos tramposos vulgares. La proporción es
idéntica en todo el mundo. El quinto, amigo mío, es un excelente sujeto. Y, lo que
ahora nos importa más, tiene un automóvil.
-Me temo -dijo el
Profesor con su habitual jovialidad, contemplando el camino por donde la mancha
negra y rampante podía aparecer de un momento a otro-, me temo que no tengamos
tiempo para visitas vespertinas.
Y el Coronel:
-La casa del Dr. Renard
está a tres minutos de aquí.
-Nuestro daño -dijo el
Dr. Bull- está a menos de dos minutos.
-Sí -dijo Syme-; pero
cabalgando un poco volveremos a dejarlos atrás, porque están a pie.
-Consideren ustedes que
mi amigo tiene un automóvil- replicó el Coronel.
-No nos lo dará -dijo
Bull.
-Sí, es de los
nuestros.
-Pero puede no estar en
casa.
-Silencio -dijo Syme de
pronto-; ¿qué ruido es ese?
Por unos segundos se
quedaron inmóviles como estatuas ecuestres. Y por uno, dos, tres, cuatro
segundos, cielo y tierra parecieron suspenderse también. Después, con
agonizante atención, oyeron llegar desde el camino ese rumor palpitante e indescriptible
que anuncia a las caballerías.
Hubo un cambio
instantáneo en la fisonomía del Coronel, como si le hubiera caído un rayo
dejándolo ileso.
-Nos han cogido -dijo
con breve ironía militar-. ¡Cuatro contra caballería!
-¿De dónde sacaron los
caballos? -preguntó Syme, poniendo maquinalmente su montura al galope.
Calló un instante el
Coronel. Después dijo con turbado acento:
-He dicho una verdad
estricta al asegurar que sólo en el Soleil d'Or hay caballos en veinte millas a
la redonda.
-¡No! -gritó Syme-. Ese
hombre no puede haberlo hecho. ¡Con aquellos cabellos blancos!...
-Bien pueden haberlo
obligado -dijo con suavidad el Coronel-. Pueden ser hasta un ciento. Razón por
la cual vamos ahora mismo a casa de mi amigo Renard, que tiene automóvil.
Con estas palabras
dobló la esquina a toda rienda, tan de prisa que los otros, aunque también al
galope, apenas podían seguir la cola voladora de su caballo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario