ENCUENTRO
CON LA SOMBRA
(El
poder del lado oscuro de la naturaleza humana)
Carl G. Jung / Joseph
Campbell / Marie-Louise von Franz / Robert Bly / Ken Wilber / Nathaiel Branden
/ Sam Keen / Larry Dossey / Rollo May / M. Scott Peck / James Hillman / John
Bradshaw y otros
Edición a cargo de Connie Zweig y
Jeremiah Abrams
VIGÉSIMA
ENTREGA
PRIMERA PARTE: ¿QUÉ ES LA SOMBRA?
4. EL DR. JEKYLL Y MR. HYDE (2)
John A. Sanford
En
cierta ocasión C. G. Jung dijo que somos lo que hacemos, lo cual puede
ayudarnos a comprender mejor la causa del proceso de degradación de Jekyll. Una
vez que Jekyll ha tomado -aunque no
fuera más que en una sola ocasión- la decisión de ser Hyde, tiende a convertirse
en Hyde porque la decisión deliberada de hacer el mal nos torna malvados. Es por ello que la solución al
problema de la sombra no consiste en que el ego se identifica con un arquetipo,
sino que tiende a ser devorado y poseído por él.
Jekyll
albergaba la esperanza de poder convertirse en Hyde a voluntad pero cuando se
da cuenta de que se está transformando involuntariamente en Hyde y de que éste
comienza a dominarle, parece tomar conciencia del inminente peligro que se
cierne sobre él. Entonces la seguridad inicial que le había llevado a afirmar
“puedo deshacerme de ese tal Mr. Hyde en el momento en que lo desee” desaparece
por completo. Esta despreocupación por el mal es patente en el pasaje en el que
Jekyll se sienta en un banco y considera que, después de todo, es “un hombre
como los demás” y compara su búsqueda coprometida del bien con la “perezosa
crueldad” del egoísmo de sus semejantes. Así pues, su indiferencia con respecto
al mal y su deseo de escapar a la tensión de su naturaleza dual son los hitos
que jalonan el camino que termina conduciéndole a la destrucción.
En
ese momento Jekyll toma la firma determinación de romper todo vínculo con Hyde,
la parte ocultad de su personalidad, llegando incluso a declara a Utterson: “Te
juro por el mismo Dios… te juro por lo mas sagrado, que no volverá a verle
nunca más. Te doy mi palabra de caballero de que he terminado con Hyde por el
resto de mi vida”. Jekyll retoma entonces su antigua vida, se convierte en un
devoto y se entrega con ahínco a las obras de caridad.
Pero,
al parecer su devoción religiosa era puramente formal -y, por tanto, poco
sincera y se limitaba a asistir a los oficios religiosos. Su única esperanza
era la de que su aspiración religiosa le protegiera del poder de Hyde, una motivación muy frecuente en personas
aparentemente religiosas, especialmente en aquellas confesiones que censuran el
pecado, amenazan con el castigo eterno y promueven las buenas obras como único
camino hacia la salvación. Este tipo de religiosidad, en el fondo, tiende a
atraer a quienes luchan, consciente o inconscientemente, por mantener a la
sombra bajo su control.
En
el caso de Jekyll, sin embargo, esta tentativa manifiesta su ineficacia ya que,
de este modo, la sombra no desaparece sino que, por el contrario, se acrecienta
y pugna, con más fuerza que nunca, por salir a la superficie y adueñarse de la
personalidad de Jekyll para poder vivir a su antojo. Todo intento por mantener
a la sombra confinada a la oscuridad del psiquismo está abocado al fracaso. De
este modo, Stevenson nos recuerda que, si bien ceder a los dictados de la
sombra no constituye una respuesta a este problema, tampoco lo es su represión
ya que ambas alternativas terminan escindiendo en dos a la personalidad.
Si
lo consideramos con más detenimiento, tanto su intención de cortar toda
relación con Hyde como su supuesta religiosidad nada tienen que ver con la
conciencia moral sino más bien con su deseo de supervivencia personal. No son
pues motivos espirituales los que le impulsan a tratar de someter a Hyde sino
tan sólo el miedo a su propia destrucción. El hecho de que incluso en plena
crisis de arrepentimiento no terminara destruyendo las ropas de Hyde ni abandonase su casa en el
Soho evidencia claramente que bajo la superficie de su personalidad todavía
persistía una atracción no reconocida hacia el mal. Jekyll sólo hubiera podido
salvarse del mal si su espíritu se hubiera impregnado de algo mucho más
poderoso, pero al ceder al impulso de transformarse en Hyde, Jekyll vació su
alma y, de este modo, permitió que el mal tomara posesión de ella.
Su
principal error fue el de pretender escapar de la tensión entre los opuestos
que se desplegaban en su interior. Como ya hemos visto, el Dr. Jekyll conocía
la dualidad que albergaba en su propia naturaleza -era consciente de que dentro
de él habitaba otro ser cuyos deseos iban en contra de su necesidad de
aprobación social- y estaba dotado, por tanto, de una comprensión psicológica
superior a la de la de la mayoría de sus semejantes. Si hubiera profundizado en
esta comprensión hasta el punto de sostener la tensión entre los opuestos su
personalidad hubiera podido seguir creciendo hacia la individuación. Sin
embargo, Jekyll no fue capaz de sostener esta tensión y eligió tomar una pócima
que le permitiera seguir siendo Jekyll y disfrutar, al mismo tiempo, de los
placeres y ventajas de ambos aspectos de su psiquismo sin tener que padecer,
por ello, tensión ni sentimiento de culpa alguno. Jekyll no se sentía responsable
de Hyde, por ello declaró en cierta
ocasión: “Después de todo el único culpable ha sido Hyde”.
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