27/9/16

LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO DEL MARQUÉS CARACCIOLI

EL LIBRO QUE JOSÉ GERVASIO ARTIGAS RELEÍA TODOS LOS DÍAS EN IBIRAY

por Pedro Gaudiano


(Capítulo VII de Artigas católico, segunda edición ampliada con prólogo de Arturo Ardao, Universidad Católica, 2004)


QUINTA ENTREGA



5 / El inicio del libro



5.2. El prólogo



El marqués Caraccioli comienza el prólogo de La conversación consigo mismo de la siguiente manera:


“Comunmente se cree en nuestros días, que acordarles (sic) (30) a los hombres lo que son los hace misántropos, o aborrecedores de su especie, porque nadie conoce en sí mismo sino un humor o genio que se toma por el alma. Nuestra metafísica, en consecuencia de esto, sólo nos sirve para inventar definiciones inútiles, cuando debería desprendernos de los objetos materiales, y elevarnos hasta el Ser increado” (31).


Según el autor, la conversación consigo mismo consiste en la operación por la cual uno intenta coordinar los propios pensamientos y “hacer de ellos un todo que discurra, combine, calcule y nos guíe, según las varias ocurrencias” (32). Más adelante explica que esta conversación consigo mismo es “muy diferente de aquellas en que sólo se habla del malo o buen tiempo, de la lluvia, de las modas y vanidades”, porque le recuerda al hombre su origen y “le da a conocer toda su existencia y todas sus facultades” (33). “La elevación que saca su origen de las distinciones del mundo es soberbia, y la que nace de nuestra intimidad con Dios es verdadera dignidad. Sólo aquel que se conoce conversa bien consigo mismo, y ninguno se conoce sino aquel que se mira en el Ser supremo que nos ha criado” (34).


Caraccioli tenía clara conciencia que el tema de su obra requeriría ser tratado con mayor extensión y profundidad, pero explica que, en atención al lector, tuvo que acomodarse a los requerimientos de la época. “Yo creo que en un siglo tan disipado como el nuestro, es preciso ofrecer al público obras metafísicas o moralidades (sic) con mucha precaución y discernimiento. En esta suposición me he acomodado al tiempo, y he debido hacerlo; porque de otro modo sería preciso ir a buscar lectores al otro mundo” (35).


Según el autor, los lectores italianos de la época estaban muy poco  interesados en obras que trataran acerca del alma y sus atributos; se interesaban más bien en lo referente a “leyes y antigüedades”. Carccioli critica a la escolástica, “cuyas cuestiones -afirma- son verdaderamente ridículas” y se muestra partidario de Malebranche, “aquel célebre metafísico que sacó de San Agustín su sistema” (36). Afirma que La conversación consigo mismo fue “aprobada por el padre Orsi, Maestro del sacro palacio, y aplaudida por el padre Fabrici, lector de Teología, como que era una obra docta, juiciosa y llena de una filosofía sublime y cristiana” (37).


Entre Espinoza “que lo materializó todo”, y Berkeley “que todo lo espiritualizó”, Caraccioli sitúa a Pascal, quien “lleva el medio entre estos filósofos extravagantes” (38).


Al finalizar el prólogo, el autor manifiesta su clara admiración por Platón: “Toda filosofía que nos aparta de él, no es sino una ciencia ilusoria”. Y agrega que los metafísicos y moralistas de su época, para estar de moda, debían tener “particular cuidado de no hablar de Malebranche o Nicolé (sic); de otro modo se les tendrá por chochos o vejestorios del tiempo de antaño”. Caraccioli manifiesta que en aquella época por todas partes surgían escritos que se impugnaban unos a otros, y se muestra cansado de tanta palabra inútil que sólo servía para confundir las ideas. Por eso finaliza el prólogo diciendo: “Volvamos a la Conversación con nosotros mismos, y estudiemos en sentir y conocer nuestra alma, más bien que de definirla” (39).


La talla intelectual de Artigas quedaría de manifiesto en esa capacidad de leer, en su ancianidad, un libro de filosofía cristiana perteneciente a la corriente del ontologismo, que critica a Aristóteles y a la escolástica, defiende y ensalza a Malebranche y cita mucho a San Agustín, pero también a Virgilio, Descartes, Spinoza, Berkeley, Pascal, Platón… Si bien en ningún momento menciona explícitamente a Jesucristo, en el último capítulo, que se titula La conversación con nosotros mismos nos introduce en la conversación con Dios, se refiere en forma inequívoca al misterio de la Trinidad y de la Encarnación: “Fue preciso que el Verbo se hiciera sensible a los mortales (…), y que reconociesen un Dios en tres personas” (40)


Notas


(31) (L.A,) M. CARACCIOLO, La conversación…, p. III.
(32) Ibid, p. IV.
(33) Ibid, p. VII.
(34) Ibid, p. VIII.
(35) Ibid, p. IX..
(36) Ibid., p. XI.
(37) Ibid, p. XII. Lo subrayado es del texto.
(38) Ibid. p. XIV. Lo subrayado es del texto.
(39) Ibid, pp. XV-XVI.

(40) Ibid, p. 369.

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