LOS
RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL
Desbocada
reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez.
Hugo
Giovanetti Viola
Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de
Artes, 2016.
DUODÉCIMA ENTREGA
TERCERA
PUERTA: FLUENCIAS Y RECOCIJOS CILICIADOS, OBSCUROS PASADIZOS, TOCADOS
LUCERNARIOS (3)
Entramos casi corriendo
por el patio del costado y nos refugiamos en el taller de mi padre, que está
pintando un Cristo: es un proyecto de vitral constructivo preparado para un
concurso. Al lado está sentado Guillermo Fernández, otro pintor del Taller
Torres-García muy joven y ya muy calvo. Detrás suena bajito -en el tocadiscos
recién comprado- La Pasión según San Juan.
-Epa -dice Guillermo.
-¿Qué les pasó, muchachos? ¿Los anda persiguiendo algún malón?
-Nos anda persiguiendo
el General -contesta Manuelito. -Mi padre.
Y me doy cuenta de que
ya se conocen con Guillermo. Mi padre termina un molinete de la estructura y
nos estudia peinándose su bigotes estilo años 50, muy espeso y sin puntas
retorcidas.
-¿Dónde te habías
metido? -pregunta, serio. -Tu madre te anda buscando hace rato.
-Las madres -abre una
risa de labios cerrados el hombre-muchacho, ahuevando sus ojos celestes. -¿Y el
General dónde quedó, mijito?
Y
aquella noche el cielo reverberaba y el hombre alto recuperó la coronación
calmosa y ya rala de su frente y esperó la llegada de Tomás viendo subir la
luna llena que duplicaba el bajel de los ensueños en los ojos del niño y doraba
la felicidad compacta de Evarista y cuando la forchela hizo titilar sus focos sobre
el primer horizonte de los pliegues del camino serrana el General saboreó una
serenísima amistad con las estrellas y supo para siempre que aquella paz iba a
ser la indoblegable heredad de Manuelito.
Entonces se oye un
relincho y un ancho y acompasado estallido de palmas y el chiquilín murmura:
-Ahí está el viejo mío,
con más ganas de achicharrarme el traste que María Carmen, la maestra de
Quinto.
-Calma -dice mi padre.
Y se limpia rápidamente
las manos con aguarrás y sale hacia la calle, mientras mira el cuadro y sonríe
con duro amor. (Como si nos dijera: Los
verdaderos héroes jamás se olvidan que la vida es la cruz, pichones de Roy
Rogers.)
La
cara del general fumando en el asiento delantero de la forchela cuando tuvieron
que llevar a Manuelito a Solís porque volaba de fiebre y la lluvia mapeaba el
parabrisas y Evarista refrescaba los pañuelos y los retorcía sobre un tacho
volviendo a cubrir la frente y la barriga del chiquilín que de golpe gritó
Acabo de agarrar el barco blanco General y el hombre se dio vuelta sedado por
la fe y dijo No vaya a ponerle una pata arriba garbanzo o nos hundimos con
forchela y todo.
La
Pasión según San Juan avanza ardientemente y Manuelito se
esconde atrás del caballete y yo empiezo a tiritar en la noche de marzo, apenas
defendido por mi taparrabos. Guillermo me hace una seña para preguntar qué
corno está pasando pero quedamos en suspenso escuchando las pisadas y las voces
que se acercan por el patio.
-Somos de acá atrás del
monte -explica el General. -Aunque yo no conocía este poblado.
-Bueno, nosotros
tampoco conocemos demasiado la zona -informa mi padre. -Nos vinimos del Paso
Molino hace menos de un año. ¿Qué fue lo que pasó con su hijo?
-Es que esta mañana me
saqué el bigote y cuando el garbanzo me vio venir medio de lejos no me conoció
y se largó a berrinchar. Pobrecito. Se ve que no le cayó bien la poda. Pero
anoche tuve un sueño tan jodido que ahí me ve: me quedé más liso que chorizo recién
embutido.
Y se ríen suavemente.
-Soñé que tenía una
estrellada colorada en cada bigote. Así: colgando -agrega el padre de mi amigo,
recuperando un timbre doloroso. -Y eso en nuestras casas es de mal agüero.
El
padre del General se llamaba Melquíades y era un maestro vareliano emigrado de
las Canarias y su barba pluviosa derramaba un fulgor de autoridad legítima en
su escuela de la Quinta Sección de Maldonado y una noche estaba leyendo a su
amigo Pérez Galdós y vio una estrella roja en el ángulo de la ventana del
dormitorio y despertó a su esposa Trinidad y le dijo que la hija enferma de
unos vecinos de campaña acababa de morirse y al amanecer se vistió de luto y
cuando al poco rato llegó un jinete a comunicarles el fallecimiento despertó a Trinidad
y le dijo Yo ya estoy pronto.
Entonces Manuelito sale
disparado de atrás del caballete, y tenemos tiempo de seguirlo para verlo
enfrentar el rostro modernizado del general.
-Pero mijo -se inclina
el hombre alto, ofreciéndole los brazos.
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