CÓMO LEER A THOMAS MANN
Por Javier Aparicio Maydeu
(El País / 26 - 10
- 2016)
Un escritor es una
persona para quien la escritura es más difícil que para otras personas”,
sentenció Mann en sus Ensayos de tres décadas (1947).
Una cita célebre y primordial a la hora de entender el interés del autor
de La montaña mágica por analizar la escritura, por
llegar al fondo de la cuestión literaria. Escribió frases de más de quince
líneas que se leen con naturalidad, y alcanzó una sofisticación estilística tan
alta que pudo escribir lo más complejo de la forma más sencilla. Y el secreto
fue el esfuerzo supremo, no la aclamada genialidad que él expulsó del reino de
los cielos, a pesar de su condición de romántico epigonal, reprobándola
en Carlota en Weimar: “Detesto la locura, la
aborrezco desde el fondo de mi alma, aborrezco a todos los genios
desequilibrados o semigenios; detesto todo emocionalismo, toda pose
excéntrica”. Steiner, sin embargo, ha escrito en Fragmentos que “la genialidad parodia la
imposibilidad”… ¡Imagínense a los dos hablando del asunto en una librería
atestada!
En cualquier caso,
fue tal vez porque valoró el trabajo por encima de unos golpes de talento en
los que no creyó, porque pensaba que la escritura requería denuedo y
sacrificio, por lo que quiso dedicar páginas sustanciosas encomiando la obra de
pensadores y escritores a los que admiró y examinando la suya propia. La obra
crítica de Mann, que es inagotable, se entrevera en su obra narrativa, a la que
con frecuencia explica. En español sigue siendo imprescindible la mítica
edición de Guadarrama de El artista y la sociedad, que
apareció en 1975, y Alba publicó los Ensayos sobre música, teatro y
literatura en 2002, que reimprimió en 2011, una selección a
cargo de Genoveva Dieterich que incluye, entre otros textos, El arte de la novela (1939) —un jugoso texto en
defensa de la narrativa que asaetea al lector con conceptos innovadores para su
época como el de que “en los géneros del arte importa sobre todo el arte y no
los géneros”—; ensayos sobre Anna Karénina, Zola,
Chéjov o Schiller; además de un soberbio estudio sobre su admirado
Goethe, Fantasía sobre Goethe (1948); Richard Wagner y ‘El anillo del Nibelungo’ (1937), un
texto poderoso acerca de la música que tanto le apasionó, y el delicioso Viaje por mar con Don Quijote (1934). Por fortuna,
va completándose el rompecabezas de la obra crítica del Nobel de Lübeck, varias
piezas del cual Navona proporciona ahora en un volumen de ensayos que no habían
sido traducidos aun y que, de forma innecesariamente confusa y en la página de
créditos (sic), se nos indica que han sido espigados sobre
todo de la edición francesa Les maîtres que
Grasset & Fasquelle sacó a la luz en 1979. A la publicación, que omite
información indispensable acerca de la procedencia de los textos (y que no se
ha tomado la molestia de añadir un prefacio que le explique al lector los
criterios de selección, en el caso de que los haya (la caprichosa disposición
de los textos ni obedece a un orden cronológico ni los agavilla por temas), se
le echa en falta no ya el esmero que se espera del que tiene el privilegio de
editar a un clásico, sino el rigor de rigor… Con todo, hay que celebrar que el
lector tenga a su alcance algunos ensayos de interés.
Resultan
imprescindibles Schopenhauer (1938) y La filosofía de Nietzsche a la luz de nuestra experiencia (1947),
por cuanto contribuyen a esclarecer la gigantesca impronta que ambos pensadores
tuvieron en la obra del autor. Y cualquier lector de La montaña mágica disfrutará leyendo Introducción a ‘La montaña mágica’ para los estudiantes de la
Universidad de Princeton (1939), una guía de lectura sui generis que se ocupa de subrayar la
importancia del tratamiento del tiempo en la novela o de la idea de que no
tiene demasiado sentido interpretar una obra aislada de las demás que haya
escrito su autor. El texto comenta asimismo las circunstancias en las que tuvo
lugar la creación de la novela y su correlación con la biografía de Mann, con
su experiencia en un sanatorio que quiso luego convertir en Davos. Del episodio
personal a la obra maestra sobre el fin de un mundo hegemónico. Y algunos
comentarios significativos, como el que asegura que la voluntad de una obra no
siempre coincide con la de su autor. Son valiosos Cultura y política (1939),
porque contribuye a explicar la interesante posición del autor entre ambos
terrenos; Respecto a un capítulo de ‘Los Buddenbrook’,
porque resulta estimulante contemplar cómo un autor explica medio siglo más
tarde su primera obra maestra, y los textos sobre Conrad y Hamsun.
Un hombre mítico y
tan seguro de sí mismo aun recordaba con orgullo, en carta a Theodor Adorno de
julio de 1950, que al dios Kafka le encantó Tonio Kröger.
Textos críticos. Thomas Mann. Traducción
de Anna Tortajada. Navona. Barcelona, 2016 228 páginas.
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