21/3/17

LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO DEL MARQUÉS CARACCIOLI

EL LIBRO QUE JOSÉ GERVASIO ARTIGAS RELEÍA TODOS LOS DÍAS EN IBIRAY

(Fragmentos del capítulo VIII de Artigas católico, segunda edición ampliada con prólogo de Arturo Ardao, Universidad Católica, 2004)



por Pedro Gaudiano



TRIGESIMOPRIMERA ENTREGA



APÉNDICE 9



Esta descripción infinitamente superior a toda elocuencia profana, nos demuestra patentemente que nosotros somos las criaturas más cercanas a Dios, y que hallamos dentro de nosotros mismos respuestas de la Divinidad, que no pueden darnos todas las criaturas. Aquí vemos a San Agustín abandonar por último todas las investigaciones del universo, y volverse hacia su alma persuadido de que Dios se hace sentir allí más vivamente, y con más eficacia que en todo el conjunto de las demás criaturas.



La conciencia es, sin duda, una escuela interior más instructiva sobre este asunto que todos los colegios del universo, en los que un ridículo uso ha permitido poner en cuestión si Dios existe: ¿an Deus existit? ¿Se habría jamás creído que se reduciría a problema una verdad tan cierta, y tan íntimamente grabada en nuestra alma, aunque esto se baja con buena intención? ¿Quién imaginaría preguntar al mediodía, si era de día entonces? Proposiciones tan notoriamente conocidas pueden producir infinitas dudas, además de que una thesis no hace más que desflorar los asuntos sin profundizarlos, y se extienden los más sobre categorías universales, grados metafísicos, silogismo en baroco, y apenas se dicen algunas palabras de la existencia, de la sabiduría y de la providencia de Dios. ¡Eh! ¿Por qué sobre los años de filosofía no se destina uno entero al único y necesario estudio de la religión? ¿Habrá jamás objeto más importante? Los jóvenes de este modo no se dejarán prender en los lazos que por todas partes arman los libertinos y los incrédulos: inmediatamente veríamos desaparecer los sofistas y despreciados sus argumentos, pues como lo nota el grande Bossuet: la Religión sólo teme ser ignorada. Pero esto no es el estilo, y el mayor número de las cosas del mundo se hacen por estilo. Se apura la atención de un pobre estudiante sobre términos latinos, y no se le da sino una idea muy ligera de Dios, y del culto que él mismo ha establecido entre nosotros. Este uso es tan de moda, que todos se admiran oír que un seglar cita algún pasaje de la Escritura sagrada o santos padres, y al contrario se aplaude al que hace alarde de haber leído a Epicuro y Espinosa, y se tienen por ridículos a los que hablan de San Basilio o de San Agustín. Sin embargo, ¿cuántos seglares han sacado de estos manantiales la metafísica y la moral que nos transmitieron?” (pp. 280-285).

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