LA CONVERSACIÓN CONSIGO
MISMO DEL
MARQUÉS CARACCIOLI
EL
LIBRO QUE JOSÉ GERVASIO ARTIGAS RELEÍA TODOS LOS DÍAS EN IBIRAY
(Fragmentos del
capítulo VIII de Artigas católico,
segunda edición ampliada con prólogo de Arturo Ardao, Universidad Católica,
2004)
por
Pedro Gaudiano
TRIGESIMOPRIMERA
ENTREGA
APÉNDICE 9
Esta descripción
infinitamente superior a toda elocuencia profana, nos demuestra patentemente
que nosotros somos las criaturas más cercanas a Dios, y que hallamos dentro de
nosotros mismos respuestas de la Divinidad, que no pueden darnos todas las
criaturas. Aquí vemos a San Agustín abandonar por último todas las
investigaciones del universo, y volverse hacia su alma persuadido de que Dios
se hace sentir allí más vivamente, y con más eficacia que en todo el conjunto
de las demás criaturas.
La conciencia es, sin
duda, una escuela interior más instructiva sobre este asunto que todos los
colegios del universo, en los que un ridículo uso ha permitido poner en
cuestión si Dios existe: ¿an Deus
existit? ¿Se habría jamás creído que se reduciría a problema una verdad tan
cierta, y tan íntimamente grabada en nuestra alma, aunque esto se baja con
buena intención? ¿Quién imaginaría preguntar al mediodía, si era de día
entonces? Proposiciones tan notoriamente conocidas pueden producir infinitas
dudas, además de que una thesis no hace más que desflorar los asuntos sin
profundizarlos, y se extienden los más sobre categorías universales, grados
metafísicos, silogismo en baroco, y
apenas se dicen algunas palabras de la existencia, de la sabiduría y de la
providencia de Dios. ¡Eh! ¿Por qué sobre los años de filosofía no se destina
uno entero al único y necesario estudio de la religión? ¿Habrá jamás objeto más
importante? Los jóvenes de este modo no se dejarán prender en los lazos que por
todas partes arman los libertinos y los incrédulos: inmediatamente veríamos
desaparecer los sofistas y despreciados sus argumentos, pues como lo nota el
grande Bossuet: la Religión sólo teme ser
ignorada. Pero esto no es el estilo, y el mayor número de las cosas del
mundo se hacen por estilo. Se apura la atención de un pobre estudiante sobre
términos latinos, y no se le da sino una idea muy ligera de Dios, y del culto
que él mismo ha establecido entre nosotros. Este uso es tan de moda, que todos
se admiran oír que un seglar cita algún pasaje de la Escritura sagrada o santos
padres, y al contrario se aplaude al que hace alarde de haber leído a Epicuro y
Espinosa, y se tienen por ridículos a los que hablan de San Basilio o de San Agustín.
Sin embargo, ¿cuántos seglares han sacado de estos manantiales la metafísica y
la moral que nos transmitieron?” (pp. 280-285).
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