CHRISTINE
MACEL
“EL
ARTE NO CAMBIA EL MUNDO, PERO SÍ PUEDE REINVENTARLO”
por
Álex Vicente
(París / 4-5-2017)
Conservadora jefa del Centro Pompidou, donde lleva casi
dos décadas a cargo de localizar a los talentos del futuro, Christine Macel (París, 1969) se estrena el 13
de mayo como comisaria de la 57ª Bienal de Venecia, principal cita
del arte contemporáneo en territorio europeo. A diferencia de sus predecesores,
Macel no ha escogido un hilo conductor preciso, más allá de celebrar al artista
y reivindicar su papel en el debate social. “Los he colocado en el centro de la
Bienal para restablecer una jerarquía importante. Son ellos quienes deben
situarse por encima de todo acercamiento temático o reflexión de un comisario.
No quería que mi discurso dominara sobre el suyo”, afirma. Su objetivo es dar a
conocer mejor las circunstancias en las que nace la obra de arte.
¿Considera que el artista es un incomprendido?
No diría que es un
incomprendido, pero sí que existe un desconocimiento respecto a ciertos
aspectos de su día a día. Los medios suelen prestar atención a los nombres más
célebres, siguiendo
criterios basados en su valor en el mercado del arte. Pero existe una gran
mayoría de artistas que, siendo igual de interesantes, no tienen la misma
visibilidad. El criterio para hablar de un artista no debería ser solo su éxito
o su valor mercantil.
Los viernes y los sábados piensa organizar comidas
públicas con los artistas. ¿Con qué objetivo?
Me parece
importante que su palabra sea audible y que se establezca una proximidad. Es
una cercanía que tengo la suerte de vivir, a causa de mi trabajo, y que quiero
compartir con el público. Será la ocasión de establecer un diálogo menos formal
que en una conferencia y hablar con ellos de cuestiones tal vez no más íntimas,
pero sí más cotidianas.
En su texto para la Bienal reivindica “el papel, la
voz y la responsabilidad del artista” en los debates de hoy. ¿Cómo puede
contrarrestar un artista
el actual clima político?
Cuando uno se
acerca a la cultura o ejerce un oficio artístico, se opone necesariamente al
repliegue sobre sí mismo y al odio respecto al otro. El arte se inscribe en una
lógica de apertura, porque siempre implica una relación con ese otro. Deleuze,
cuyo pensamiento aprecio, solía decir que ser artista es un acto de resistencia
en sí. La actualidad estará presente en la Bienal, pero no en el sentido
habitual. Para mí, es noción también pasa por nociones profundas ligadas al ser
humano: el sujeto, la articulación de la razón y las emociones, el espacio
común, la cuestión ecológica…
Se dice que el arte imita a la vida. Usted va más
allá: jura que es capaz de transformarla.
No confundo arte y
vida, como sí hacía el inventor del happening, Allan
Kaprow. Lo que digo es que el arte no es capaz de cambiar el mundo, pero sí de
reinventarlo. El arte no es la solución a nuestros problemas, pero no por eso
deja de ser una actividad indispensable, que nos permite ver el mundo bajo otra
luz, gracias a las experiencias y utopías que nos propone.
También defiende la emergencia de un
“neohumanismo”. ¿En qué consistiría?
Para mí, el
humanismo es una manera de confiar en lo humano, de dar valor al arte y la
cultura. La Bienal lo reivindica precisamente ahora, cuando todo el mundo dice
que llega a su fin. En mi opinión, no se ha entendido la naturaleza del mal y
la violencia, que son constantes en la vida humana. Que no desaparezcan no
significa que el humanismo ya no nos sirva. Solo hay que reconstruirlo.
Frente a los tradicionales pabellones nacionales de
la Bienal, usted propone la creación de “transpabellones”. ¿Para superar una
separación geográfica algo trasnochada?
Sí, exacto. Venecia es un lugar donde se encuentran artistas de todos los orígenes,
que se inscribe en una superación de los nacionalismos. A la vez, la historia de la Bienal
está ligada a esos pabellones, a la construcción europea y la evolución del
mundo globalizado. No quiero borrar esa historia. Al revés, me parece
interesante ver todos esos estratos, pero ha llegado la hora de superar esas
cuestiones. Hace cuatro años, propuse intercambiar el pabellón alemán con el
francés durante la duración de la Bienal. Era una manera de decir que ya no
trabajamos desde una óptica nacionalista.
También ha escogido a numerosos artistas que
proponen prácticas colectivas, participativas o que tienen lugar en el espacio
público. ¿Propone regresar al arte utopista de los sesenta y setenta?
No es mi propósito.
He querido presentar obras de ese periodo que tienen una pertinencia en lo
contemporáneo. Para mí, lo contemporáneo es lo que tiene sentido en el mundo de
hoy, y no lo que sigue la última moda. Por ejemplo, he recuperado el trabajo
de Antoni Miralda, Joan Rabascall et Jaume Xifré en los años
setenta, porque sigue teniendo sentido en el mundo actual.
Concederá el León de Oro a la estadounidense Carolee
Schneemann, de 77 años. Además, ha seleccionado la obra de otras
mujeres que no fueron reconocidas en su momento, como Sheila
Hicks, de 83 años,
o Anna
Halprin, de 96 años.
¿Quiere reparar una injusticia?
No me lo planteé
así, aunque sí ha habido una injusticia respecto a la falta de reconocimiento
de las artistas de esa generación. Por suerte, las cosas están cambiando. No
las escogí por eso, sino porque tengo aprecio por su trabajo. Pero si sirve
para reparar un agravio, ya es más que hora.
La escritora Siri Hustvedt dice que las mujeres
artistas son ignoradas hasta que envejecen. “Cuando ya no cuentan con una
sexualidad deseable, puede llegar el reconocimiento”, sostiene.
Siento estar en
desacuerdo con una escritora que me gusta. Ese fue un problema de los años
sesenta o setenta. Desde los ochenta, se ha producido un cambio notable. En mi
exposición en la Bienal habrá muchas mujeres jóvenes, como Rachel Rose, Dawn
Kasper, Katherine Nuñez o Issay Rodríguez. Dicho esto, no las escogí por ser
mujeres. No soy alguien que meta a hombres y mujeres en categorías distintas.
No presté atención ni al género, ni a la edad, ni a la nacionalidad.
Lleva 17 años buscando talentos de futuro para el
Centro Pompidou. ¿Qué aspecto cree que tendrá el arte a diez años vista?
No soy vidente, así
que no tengo una idea precisa. Pero si he incluido a artistas jóvenes en la
muestra –los más jóvenes tienen 25 años– es para ver qué brotes echan. Algunos
de ellos tienen una relación con el saber o el conocimiento que resulta
sorprendente, teniendo en cuenta que forman parte de la generación que creció
con Internet. Forman parte de un mundo virtual y tecnológico, pero a veces
también miran al pasado. Es una generación que me devuelve la esperanza, a
diferencia de otras que ven el futuro de manera excesivamente desesperada.
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