ESTHER MEYNEL
LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH
CUADRAGESIMOCTAVA ENTREGA
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Hacia el fin de su vida, tocó
Sebastián en uno de los pianos de Silbermann, que tenía el rey de Prusia, en
Postdam. También estimaba mucho los órganos fabricados por Silbermann, a pesar
de que, al principio de su carrera de músico, tuvo una disputa con él por causa
de un órgano. Se iba a dar a Silbermann el encargo de construir ese órgano, y
Sebastián deseaba que el do profundo
llegase con igual presión al teclado y al pedal. Silbermann se negaba a ello y
Sebastián le contestó:
-Pues, entonces, no recibirás el
encargo.
Pero, a pesar de todas las disputas,
ambos se tenían gran consideración. Godofredo Silbermann reconocía
voluntariamente el genio de Sebastián, y mi marido consideraba siempre a
Silbermann como un gran constructor de órganos.
-Nadie -solía decir Sebastián- puede
construir un órgano sin un don especial de Dios, pues es muy distinto de
construir una casa o un clavicordio. Es preciso que en los tubos del
instrumento quede encerrado algo del alma de un músico, antes de que el órgano
empiece a hablar y cantar. Si el órgano no ha sido construido con amor, nunca
llegará a tener verdadera vida.
Silbermann amaba realmente sus
órganos y ponía en ellos mucho más de lo que se le hubiera podido pagar con
dinero. Por eso le quería Sebastián, así como a sus órganos, y no le daba
importancia a sus palabras groseras y a sus rudos modales.
Pero si mi marido no se dejaba abatir
por las disputas y groserías del constructor de órganos, porque sabía que
dedicaba toda su voluntad a la música, a la que amaba de todo corazón, y que
sus conocimientos de ese arte eran verdaderos y profundos, se irritaba cada vez
más por las miserables querellas y los disgustos que le ocasionaban el Consejo
de la escuela de Santo Tomás. Aquellos señores no querían apoyar su autoridad y
le retuvieron sumas que le correspondían, con lo que le impedían pagar a los
músicos que le ayudaban en su cometido. Porque, como explica en uno de los
muchos informes que dirigió a la admiración de la Escuela, los pequeños
ingresos suplementarios que en los tiempos anteriores correspondían al chorus musicus, se habían suprimido por
completo y, con ellos, había desaparecido la voluntad de estudiar del coro; “porque”,
seguía diciendo en el memorial, “¿quién trabaja sin sueldo y sirve sin
reconocimiento?”. Le dificultaban la vida de mil maneras y, cuando él, con su
habitual franqueza, les decía lo que pensaba de su comportamiento, le llamaban “incorregible”,
y no sólo le decían que su labor no tenía nada de extraordinario, sino que
además le reprochaban el no dar ninguna justificación de sus exigencias.
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