FEDERICO NOGARA
EL DRAMA DE LA
URUGUAYEZ
Este ensayo es la segunda parte de Izquierda y cultura: El Largo
desencuentro (extractos de un ensayo). La primera parte fue publicada en
Malabia 58.
TERCERA ENTREGA
El batllismo
“A partir de la
Triple Alianza, el viejo partido blanco quedó agonizante. Si bien las masas del
interior mantenían existencialmente la raigambre federal, la insularidad
uruguaya consolidada dio la victoria definitiva a la ideología
liberal-mercantil del unitarismo. No sólo fueron unitarias las vigencias
coloradas, también lo fueron las del patriciado de origen blanco. Los vencidos
comulgaban con los vencedores (...) Y fue especialmente a partir de 1880 cuando
quedó estabilizada la balcanización general latinoamericana, que se comenzó a
sentir la necesidad de consolidar una conciencia uruguaya común superando el
cisma interior de blancos y colorados y así fue tomando vuelo el regreso de
Artigas. Un regreso singular y distinto. Ahora sería el gran mito unificador
del país. ¡Los temores inamistosos y certeros de un Juan Carlos Gómez o un
Melián Lafinur de ver transfigurado a Artigas en un edulcorado Washington o
Jefferson se han cumplido! Un Uruguay separado del resto de América Latina,
quitando además a Artigas su dimensión social, debía endiosar a un Artigas
abstracto, inofensivo, jurista, poseedor de las Tablas de la Ley. Reducido a un
antecedente mítico de nuestra estructura jurídica. Nuestro Solón, o Moisés, o
Licurgo. ¡Es la última victoria de Mayo!”. (5)
El “nacionalismo
uruguayo” se concreta de una forma curiosa: una nutrida manifestación
-encabezada por Domingo Ordoñana, primer presidente de la Asociación Rural del
Uruguay, principal representante del sector latifundista- se dirige al
domicilio del coronel colorado Lorenzo Latorre y lo coloca directamente en el
sillón presidencial. Comienza la etapa conocida como Militarismo. “Oficializado
por Latorre y luego por su sucesor, Máximo Santos, ellos no vienen a hacer otra
cosa que realizar los viejos anhelos de Bernardo P. Berro, quien gobernó entre
1860 y 1864 y ya hablaba entonces de “nacionalizar los destinos del país” (…)
Hay un elemento significativo para resaltar: el Estado Uruguayo, creado en los
albores de la independencia (1828), se da por una unión entre los intereses del
comercio inglés, la “Pax Britanica” y de la oligarquía comercial montevideana,
dirigida por Pedro Trápani (…) Ahora bien, Lorenzo Latorre, accede al
poder y establece una dictadura en el Uruguay”. (6)
Es interesante comprobar la instrumentalización de ambos procesos, el
independentista y el nacionalista, por las élites económicas. El artiguismo, la
idea de unas Provincias Unidas y la integración latinoamericana habían sido
desterradas del imaginario popular. El país abría sus brazos al “progreso”.
Luego de la Guerra
de la Triple Alianza cualquier idea de reunificación latinoamericana quedó
totalmente descartada. “Las oligarquías gobernantes
debieron asumir el desafío de generar referentes identitarios. Comenzó entonces
la efectiva “nacionalización” de los destinos de cada Estado y la fragmentación
del espacio historiográfico rioplatense”. (7)
Las escuelas uruguayas hicieron durante años la apología del gobierno de
José Batlle y Ordóñez. Sus políticas sociales, pioneras en Occidente, marcaban
la modernidad del país. Uruguay estaba a la cabeza de América Latina en todo.
Era más bien un país europeo, de ahí aquello de la “Suiza de América”.
El Batllismo se continúa en el Neo-Batllismo con la presidencia de Luis
Batlle Berres, sobrino de José Batlle. A partir de 1940 la bonanza económica
alcanza su momento cumbre gracias a las exportaciones de carne y lana. El
gobierno tuvo entonces el apoyo de la clase media y la burguesía industrial.
“El punto de
inflexión que tengo con el Batllismo y el Neo-Batllismo, es que gobernó para
unos cuantos burócratas de la capital, Montevideo. Y como había expresado
antes, se dio un cambio de dueños entre el Imperio Británico y los Estados
Unidos, pero esto no se evidenció en la balanza comercial, en la cual seguíamos
siendo, hasta años después de la Segunda Guerra Mundial, un estado satélite de
Inglaterra. Inglaterra nos compraba la carne, lana a precios altos -lo que
algunos llamaron “petróleo verde”-, por la cual redituábamos cuantiosas sumas
de dinero, extraídas también de las altas rentas aduaneras y de las
detracciones o retenciones al medio rural. Gracias a esto, el pensador Alberto
Methol Ferré, diría con acierto que “el Uruguay era una colonia británica más
próspera que el Reino Unido mismo. El tema de las retenciones al medio rural es
el punto neurálgico de todo, ya que el Batllismo, con tal de alimentar la
industrialización en Montevideo, creaba una industria hipertrofiada que servía
para un mercado interno que en aquel entonces tenía un millón y medio de
habitantes. El medio rural, en cambio, y el interior de todo el país, fueron
los más perjudicados durante los 50 años entre Batllismo y Neo-Batllismo. Al
caer el Neo-Batllismo, en 1958, y con el acceso nuevamente al poder del Partido
Nacional, se realizó un extenso informe por el Ministro de Obras Públicas de
aquel entonces, el Ing. Luis Gianattasio, donde se constató que las escuelas
rurales habían sido realizadas con techos de paja y que, entre muchas otras
cosas, los caminos de las ciudades del interior no estaban pavimentados. Las
palabras de Julio Martínez Lamas -quien publicaría el libro “Riqueza y Pobreza
en el Uruguay”- no pueden ser más elocuentes: “En la Campaña, fuente única de
la riqueza nacional, reina la pobreza, porque no existen capitales, en la misma
campaña, no hay población densa, ni aumento de producción, ni evolución de la
ganadería, ni aumento de la mestización de los ganados, ni apreciable
subdivisión de la tierra por causa de su mejor y más intensa explotación, ni
crecimiento de las vías férreas, ni ahorro popular: hay, en cambio, por el
mismo motivo, falta de poblamiento, latifundismo, estancamiento de la
agricultura, ferrocarriles arruinados, pobreza general, emigración”. Como
dirían unos académicos extranjeros: “Montevideo es como un gran biombo que
sirve para tapar la realidad del país entero”. La tendencia anti-rural,
anti-argentina y anti-hispanoamericana del uruguayo promedio es heredada del
Batllismo. Este sistema político, con su consciencia de “como el Uruguay no
hay”, o “la Suiza de América”, “la Arcadia de Plata”, viene a generar esa
consciencia de que nosotros, como uruguayos, somos “impolutos”, y esa es
también la génesis del racismo en el Uruguay. Como evidencian algunos diarios
de la década de 1930, el uruguayo de por aquel entonces sentíase orgulloso de
su “origen caucásico” y se llamaba “la indiada” al resto de América Latina”.
(8)
“En las tres
primeras décadas del siglo XX, el período batllista, se redefinieron los rasgos
de la identidad colectiva de los uruguayos. Las reformas del período obligaron
a un replanteo de la cuestión nacional, que encontró una síntesis perdurable en
lo que Gerardo Caetano denominó una integración hacia “adentro”. Quedó
consagrada la existencia de Uruguay como país “solitario” en América Latina. En
la década de 1920, la del “Centenario” de la independencia, este modelo tuvo su
apogeo. En 1923 se inauguró el monumento de Artigas en la Plaza Independencia y
tuvo lugar el debate parlamentario sobre la fecha de la independencia”. (9)
“El coronel Latorre
había construido el Estado jurídico; Batlle y Ordóñez ordena el Estado
exportador y distribuye la renta agraria entre la pequeña burguesía de la
ciudad, que se hace naturalmente partidaria de un orden democrático y
parlamentario liberal de corte europeo. La publicación de “Ariel” coincide con
una era de bienestar general, que se prolongará seis décadas. El Uruguay urbano
comenzaba a ser ya un país de ahorristas, pequeños propietarios, empleados
públicos bien remunerados y artesanos independientes.
El batllismo es su
expresión política; el positivismo, su filosofía; la literatura francesa su
arquetipo. Es la ciudad de los templos protestantes, de los importadores, de
los maestros poetas. Reina un tibio confort hogareño, una actitud a-histórica,
una propensión portuaria. Uruguay se ha "belganizado"; un alto nivel
de vida en la semi-colonia próspera ha sepultado los ideales nacionales. De ahí
que ignore su origen, pues nada le importa de él. El hijo o nieto de
inmigrantes permanece vuelto de espaldas a la Banda Oriental, a las Provincias
Unidas, a la América criolla. Vive replegado sobre sí mismo en una antesala
confortable de la grande Europa. Y en esa vida de próspera aldea, con sus
Taine, sus Renán y sus Comte, en esa viscosa "idealidad" de las secularizadas
religiones prácticas, Uruguay se aburre; en ese hastío nacido de su
insularidad, donde el pasado es un misterio (recién comienza a embalsamarse a
Artigas como "héroe nacional") y el futuro no ofrece sobresaltos, el
"espíritu" remonta su vuelo. Es la hora de Rodó, el predicador del
"statu quo". El orador estetizante del Uruguay inmóvil se inquieta
ante el genio emprendedor de los norteamericanos prácticos. No condena
explícitamente las tropelías yanquis, sino su estilo pragmático. Propone un
retorno a Grecia, aunque omite indicar los caminos para que los indios,
mestizos, peones y pongos de América Latina mediten en sus yerbales, fundos o
cañaverales sobre una cultura superior.
En “Ariel” no había
furor. Se incitaba a la elevación moral. Al fin y al cabo Rodó emitía frases
desde una sociedad complacida, a la que las caballerías de Aparicio Saravia
dará un último sobresalto en 1904, una sociedad practicante de placeres
virtuosos y enemiga del exceso. Francisco Piria, por lo demás, al frente de una
legión de rematadores, ha creado en Montevideo una nueva clase de pequeños
propietarios que constituirán la base social granítica de los arielistas.
Detrás de las bruñidas frases de Rodó se descubría a un sonrosado Nirvana
distribuyendo consejos de idealismo a los hambrientos de la Patria
Grande.
Toda la
autosatisfacción de las oligarquías ilustradas de América Latina, su concepción
"pro domo sua" de un progreso quimérico, su latinidad, su humanismo
lagrimeante, su desdén aristocrático hacia las bajas necesidades materiales, su
adoración hacia la forma, todo ese detritus ético del estancamiento
continental, Rodó lo pulió, lo envasó y se lo sirvió a la joven clase media de
la América hispánica regado con esa gelatina sacarinada de cuya fabricación se
había hecho maestro.
La pequeña
burguesía harta del Puerto intemporal, se sublimaba en Rodó y ofrecía a su
tiritante congénere latinoamericana el más exquisito narcótico de su rica
farmacopea importada. Un ¡ah! de general deslumbramiento arrancó el estupendo
sermón laico en esas dulces horas sin futuro. Y pese a todo, había una
amarga injusticia en glorificar la pieza más detestable y nihilista de Rodó,
justamente el escritor que inicia en el Plata la reivindicación de Bolívar y
retoma la idea de la Patria Grande. Sepultar su Bolívar y exaltar su Ariel, he
ahí la impostura clásica del colonialismo cultural posterior”. (10)
Bibliografía
(5) Alberto Methol Ferré
(6) Ignacio Pérez Borgarelli
(7) Tomás Sansón Corbo
(8) Ignacio Pérez Borgarelli
(9) Tomás sansón Corbo
(10) Jorge Abelardo Ramos
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