LECCIONES
DE VIDA
ELISABETH
KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER
CUADRAGESIMOSEXTA ENTREGA
5
/ LA LECCIÓN DE LA CULPABILIDAD (1)
DK
(1)
Hace unos años, Sandra
se sintió feliz cuando Sheila, su mejor amiga, le dijo que iba a casarse, y
encantada cuando su amiga le pidió que fuera la dama de honor. El día de la
boda, Sandra, que entonces tenía veinte años, llegó a la casa de la novia en su
flamante coche nuevo para conducirla a la iglesia. Sandra se ofreció a llevarla
no sólo porque era la dama de honor, sino porque creyó que así su amiga
viajaría con más comodidad.
Llovía, y Sandra aparcó
el coche en el cobertizo de la casa de Sheila. La ayudó a llevar los
complementos del traje de boda y el equipaje para la luna de miel hasta el
coche, e iba a sentarse en el asiento del conductor cuando Sheila le dijo que
la dejara conducir.
-¡No puedes llegar a tu
propia boda conduciendo!
-Déjame hacerlo
-insistió Sheila-. Me ayudará a distraer la mente de millones de otras cosas,
como que el sol ha decidido no asistir a mi boda.
Sandra le dio las
llaves del coche a su mejor amiga y se pusieron en marcha. Mientras recorrían
los tres kilómetros que la separaban de la iglesia, repasaron los detalles de
la boda y comentaron que el tiempo empeoraba y que la lluvia caía con fuerza.
De repente, el coche patinó y Sheila perdió el control. Chocaron contra una
farola y la novia falleció al instante. A Sandra se le
rompieron unos cuantos huesos, pero sobrevivió. Es decir, sobrevivió
físicamente. Su psique, no obstante, resultó herida de gravedad.
Incluso después de
veinte años, se sentía atormentada por lo que había ocurrido aquel día.
-Si hubiera conducido
yo -se lamentaba-, Sheila estaría viva.
Hablé con Sandra y le
planteé algunas preguntas.
-¿Estás absolutamente
segura de que Sheila habría sobrevivido si hubieras conducido tú? ¿Acaso sabías
que iba a ocurrir un accidente? ¿Sabías que Sheila iba a fallecer? ¡Sabías que
tú ibas a sobrevivir y ella no?
La respuesta a todas
estas preguntas fue negativa.
-¡No, pero yo estoy
viva y ella no!
Era evidente que Sheila
todavía no podía deprenderse de su sentimiento de culpabilidad.
-Su hubiera ocurrido al
revés, ¿qué querrías que Sheila te dijera? -le pregunté-. En otras palabras, si
tú hubieras muerto y ella estuviera aquí y pudieras hablar con ella, ¿qué le
dirías? Si pudieras ver que tu amiga, décadas más tarde, todavía se sentía
atormentada por la culpabilidad, ¿qué le dirías sobre aquel accidente?
Sandrá tardó unos
instantes en ponerse en el lugar de su amiga.
-Le diría que era yo
quien conducía y que era responsable de mis decisiones. Que nadie me obligó a
conducir y nadie podría haberlo evitado. Que era el día de mi boda y que no
habría aceptado un no por respuesta a mi deseo de conducir. -Los ojos de Sandra
se llenaron de lágrimas por aquel trágico y distante día-. Le diría que no
había sido culpa suya, que, simplemente, había sucedido. Y que no quería que
desperdiciara su vida sintiéndose culpable.
En ocasiones, los
sucesos, incluso los más trágicos, ocurren y no es culpa de nadie. Nadie saber
por qué una persona fallece y otra sobrevive. Sandra se sentía culpable y
estaba enfadada con ella misma porque no había conducido el coche aquel día,
porque había dejado que su amiga condujera y perdiera la vida. Sandra
necesitaba que le recordaran que, en aquel momento, no sabía ni tenía ningún
medio de saber las consecuencias de su decisión sobre quién iba a conducir.
Ella creyó que dejando conducir su coche nuevo a su amiga la ayudaría a
disfrutar más del día de su boda.
Su reacción se conoce
con el nombrfe de “culpabilidad del superviviente”, pero es un sentimiento que
no tiene una base lógica. Este concepto se dio a conocer, por primera vez,
después de la Segunda Guerra Mundial, cuando algunos supervivientes de los
campos de concentración se preguntaban por qué habían muerto los demás y ellos
no. Este fenómeno se produce cuando alguien es testigo o sobrevive a una
catástrofe como el atentado de la ciudad de Oklahoma, a un accidente de aviación
o de coche, o incluso a enfermedades de carácter epidémico como el sida.
También aparece cuando uno de nuestros seres queridos fallece, aunque sea por
causas naturales. A pesar de que resulte fácil comprender que ciertas personas
que han pasado por sucesos dolorosos o terribles se pregunten por qué se han
salvado, en el fondo de trata de una pregunta sin respuesta. Incluso hay cierta
arrogancia oculta en ella. No nos corresponde a nosotros preguntarnos por qué
alguien ha muerto o ha sobrevivido; estas decisiones corresponden a Dios y al
universo. Sin embargo, aunque no haya una respuesta a esa pregunta, existe una
razón por la que ha ocurrido: los supervivientes se han salvado porque tienen
que seguir viviendo. Entonces, la verdadera pregunta es esta: si nos hemos
salvado para vivir, ¿lo estamos haciendo realmente?
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