PIONERAS DE LA CIENCIA
(7 / 3 / 2016)
PRIMERA ENTREGA
Según datos de la Unesco, sólo el 28% de las personas que
se dedican a la investigación científica en todo el mundo son mujeres. Incluso en un campo profesional como la ciencia, que lleva
el progreso en su propia naturaleza, aun persiste un profundo abismo de género,
y ni siquiera los estados con un mayor desarrollo social se libran de él: por
ejemplo, en Suecia las mujeres son mayoría en las aulas de la Universidad, con
un 61%, pero la proporción decae al 49% en los estudios de doctorado y al 37%
en la investigación. Las regiones de mayor peso científico, como Norteamérica y
Europa Occidental (32% de investigadoras), no salen mejor paradas que otras
emergentes, como Latinoamérica y Caribe (44%).
Tampoco tiene nada de raro que los
nombres de las científicas sean más desconocidos para el público, teniendo en
cuenta, como dato ilustrativo, que sólo 17 mujeres han recibido premios Nobel de ciencia desde 1901 hasta 2015. Una de ellas está entre las cuatro
personas distinguidas con dos galardones, y es probablemente la científica más
popular, la franco-polaca Marie Curie. Pero más allá de la célebre descubridora del polonio y el
radio, hay todo un elenco de pioneras de la ciencia que lograron abrir brecha
en el conocimiento y en un mundo dominado por los hombres. En el Día
Internacional de la Mujer, recordamos unos brillantes ejemplos.
Merit Ptah (c. 2700 a. C.)
Varias referencias citan a la médica
egipcia Merit Ptah como la primera mujer científica de
cuyo nombre existe registro. Habría vivido en torno al año 2.700 a. C., lo que
la situaría en la Dinastía II, en el Período Arcaico del Antiguo Egipto. Sin
embargo, las referencias son confusas: algunas hablan de una presunta inscripción en una
tumba del Valle de los Reyes, lo cual es un
anacronismo, ya que este lugar no comenzó a utilizarse como necrópolis hasta el
siglo XVI a. C., unos 1.200 años después. Es más plausible otra versión que la sitúa en la
necrópolis de Saqqara, cercana a la antigua Menfis y que sí sirvió como lugar
de enterramiento desde la Dinastía I.
Merit Ptah no era una excepción en su
época; las mujeres practicaban la
medicina en el antiguo Egipto, muchas de ellas en la
especialidad de obstetricia. Tal vez el nombre de Merit Ptah se
conservó porque su hijo fue sumo sacerdote y dejó referencia escrita a ella
como “jefa de médicos”. Por las fechas, Merit Ptah rivaliza en antigüedad con Imhotep,
el polímata que diseñó la pirámide escalonada de Saqqara y al que a menudo se
considera el primer científico con nombre conocido. Este título símbólico
podría reclamarse para Merit Ptah, cuyo nombre hoy designa un cráter de impacto en Venus.
Émilie du Châtelet
(1706-1749)
La marquesa de
Châtelet, nacida Gabrielle Émilie Le Tonnelier de Breteuil, estaba predestinada
a una vida cortesana por la posición de su padre, jefe de protocolo del Rey
Sol, Luis XIV de Francia. Dentro de ese destino entraba el matrimonio de
conveniencia con un militar, que le consiguió el título de marquesa. Pero desde
pequeña ya había mostrado sus cartas: cuentan que a sus tres años un criado le
hizo una muñeca vistiendo un gran compás de madera.
Émilie aceptó el regalo, pero desnudó el compás y comenzó a trazar círculos con
él.
Du Châtelet cumplió con su rol como
esposa dando a luz a tres hijos, pero a partir de entonces se entregó a la
ciencia en cuerpo y alma. En cuerpo, porque en ese empeño tuvo un peso
relevante su relación amorosa con Voltaire, quien se instaló en su
casa con el consentimiento de su marido, que solía estar siempre en campaña.
Los dos amantes cultivaron juntos su pasión por el conocimiento, e incluso compitieron
un premio de la Academia de París con sendos ensayos sobre la naturaleza del
fuego. El trabajo de Du Châtelet fue el primero de una mujer publicado
por la Academia francesa.
Las contribuciones de Du Châtelet
fueron numerosas, pero sobre todo se la recuerda por su traducción al francés
de los Principia Mathematica de Isaac Newton, a los que añadió
comentarios como un concepto innovador de la conservación de la energía. De
ella escribió Voltaire que fue “un gran hombre cuya única culpa fue ser una
mujer”. Y por culpa de esta condición murió, a causa de las complicaciones tras
el parto de su cuarto embarazo.
Caroline Herschel
(1750-1848)
El de Herschel es un apellido
históricamente ligado a la astronomía. William Herschel es
mundialmente conocido como el científico que descubrió el planeta Urano.
Su hijo John continuó su trabajo astronómico y cultivó otras ciencias. Pero
hubo un tercer miembro de la familia, a menudo injustamente olvidado: Caroline,
hermana de William.
Como otras mujeres científicas,
Caroline Herschel tuvo que hacer frente a circunstancias muy adversas y a un
destino ya escrito. En su caso, el de Cenicienta: debido a una enfermedad que
sufrió de niña, su estatura se quedó en un metro treinta. Asumiendo que nunca
se casaría, sus padres la criaron para el servicio doméstico. Cuando su padre
murió, su hermano William, emigrado desde su Alemania natal a Inglaterra, la
invitó a instalarse con él para ocuparse de su casa. Así lo hizo, y de paso
aprendió la profesión de su hermano, que por entonces no era la astronomía,
sino el canto.
William dedicaba su tiempo libre a
fabricar telescopios y observar el firmamento, y con el tiempo Caroline se
sumó. Fue la primera mujer en recibir una pensión de la Corona británica
como científica, la primera en ver su trabajo publicado por la Royal
Society y en descubrir un cometa, además de numerosos grupos de
estrellas y nebulosas. Nunca aprendió a multiplicar: llevaba siempre en el
bolsillo una chuleta con las tablas.
Mary Somerville
(1780-1872)
La historia de la escocesa Mary Fairfax
comienza como la de tantas otras mujeres de la sociedad acomodada de su tiempo:
bailes y reuniones sociales, un padre que se oponía a sus estudios y un
matrimonio con un primo lejano, Samuel Greig, que también se oponía a sus
estudios. Pero fue clave en su vida que su marido solo viviera tres años más,
lo que le permitió por fin dedicarse a sus estudios.
Mary Somerville, apellido tomado de su
segundo marido, fue polímata: cultivó las matemáticas, la
física y la astronomía. Tradujo al inglés la mecánica celeste de
Laplace, quien en una ocasión le dijo que sólo había tres mujeres que
entendieran su trabajo: ella, Caroline Herschel y una tal señora Greig; el
francés ignoraba que la tercera también era ella. Somerville se relacionó con
algunos de los principales científicos de su tiempo. Influyó en James Clerk
Maxwell y sugirió la existencia de Neptuno, que después John Couch
Adams demostraría matemáticamente. Fue tutora de Ada Lovelace, la hija de Lord Byron que trabajó con Charles Babbage en sus
primeras máquinas de computación.
Somerville fue una de las dos primeras
mujeres, junto con Caroline Herschel, en ser admitida en la Royal
Astronomical Society. Hoy se la recuerda como una de las científicas más
grandes de la historia; tal vez la más importante, ya que su trabajo además
motivó el término por el que todos sus colegas han sido conocidos desde
entonces: fue en una revisión de su obra On the Connexion of the
Physical Sciences donde en 1834 William Whewell acuñó el
término scientist, científico, para referirse a los que hasta
entonces eran “hombres de ciencia” o “filósofos naturales”.
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