25/7/17

AURORA BERNÁRDEZ, MUJER DE CORTÁZAR Y SU CÓMPLICE EN TODO
(Clarín / 24-6-2017)
                                                                          
 El nombre de Aurora Bernárdez nunca pudo despegarse de la figura de Julio Cortázar, con quien se casó en 1953 y quien vivió con ella en París durante la etapa más prolífica del escritor argentino, incluida la creación de Rayuela. Pero con la publicación de El libro de Aurora (Alfaguara), sale a la luz una faceta desconocida de esta traductora argentina hija de gallegos, viajera empedernida y, desde ahora, escritora póstuma.


“No hay más que este material. Y no habrá más. Es el primer y último libro de Aurora”, dice a Clarín, en una oficina de la Agencia Carmen Balcells de Barcelona, el compositor y cineasta francés, Philippe Fénelon, editor del libro junto con la argentina Julia Saltzmann y amigo íntimo de Aurora Bernárdez desde principios de los 80.


Su entorno más cercano sabía que escribía, pero pocos la habían leído. “Nadie, salvo su hermana Teresa y Perla Rotzait, su amiga poeta de Buenos Aires, había leído nada de Aurora. Sabíamos que tenía poemas y textos en cuadernos y en agendas, porque estaban en su casa, debajo de una mesa y en otros muebles. Y sabíamos que no los había tirado”, comenta Fénelon, encargado de escribir un breve prólogo donde dice que el libro intenta desentrañar el misterio de por qué Aurora Bernárdez eligió “vivir para adentro” hasta su muerte, en 2014, alejada de cualquier tipo de exposición pública y sin publicar nada de su propia obra.

En el libro puede conocerse su mirada y espiar a Cortázar, a quien acompañó durante toda su vida, aunque con vaivenes. Fue un gran amor del escritor, pero no su única mujer. Aunque se separaron, el vínculo nunca se quebró y Bernárdez vivió con Cortázar durante los últimos días de él. Después se convertiría en heredera y albacea de su obra. Entre anotaciones sueltas, señala: “Las ‘virtudes’ personales de Julio bien conocidas por quienes lo estimaban, e ignoradas por los demás, no son lo importante: lo que cuenta es la obra. En lo otro hay más posibilidades de duda. E incluso, ¿quién puede meterse a decir, con certeza, cómo era un hombre? En el caso de Julio, sus actos fueron a veces contradictorios: muchos de ellos te sorprenderían. No es el caso de convertirlo en paradigma. Le hubiera repelido. De lo que hay que hablar es de la obra. Para lo demás: silencio”.

El libro de Aurora comienza con una serie poemas, dividida en dos partes. Una primera, en la que se respetó el orden que había dejado la autora en uno de sus cuadernos y que están fechados entre los años 80 y los 90. Y una segunda parte con poemas sueltos, entre los que puede encontrarse alguno de 1954, otro de 2001 y muchos otros sin fechar.

Después vienen los cuentos y un compendio de textos con reflexiones sobre sus viajes, algunos escritores y artistas plásticos, y también pensamientos varios, todos ordenados por nombres y temas que van desde Alejandra Pizarnik, el Guernica y el surrealismo a los viajes por Deyá y Sanlúcar (en España). Sobre Andy Warhol, reflexiona: “Se pasó la vida juntando todo y cualquier cosa: cajas vacías, tickets usados, copas de cristal, cálices de plata, cuadros, como si quisiera llenar con el mundo entero ese inconmensurable vacío que tenía dentro”. Y define el trabajo de Pizarnik: “La poesía de Alejandra: un pájaro que dibuja en el aire la palabra clave”.

El desarraigo, la identidad difusa y la incertidumbre son temas recurrentes en sus textos y que suele exponer con imágenes marítimas y una insistente preocupación por el sentido de viajar. “¿Alguna vez dejaré de ser extranjera para mí misma?”, se pregunta en uno de sus cuadernos.

“No podía sentirse de un país, era una mujer de muchos mundos. Tenía como una indefinición de lugar, estaba en un sitio y pensaba enseguida cuándo estaría en otro”, dice Fénelon. Y ante su constante negativa a publicar en vida, la pregunta sobre la autorización de que su obra salga a la luz de manera póstuma es inevitable. Fénelon asegura que “una vez me dijo que, si después de su muerte, alguien encontraba que esto valía la pena, pues que se publicara”. Muchas veces solían hablar de por qué nunca se había hecho escritora y ella decía que “con un escritor en casa ya bastaba y no quería enfrentarse a esta meta”.

Fénelon conocía la existencia de poesías y de relatos de Aurora, pero cuando empezó a ordenar los materiales descubrió también agendas y cuadernos con notas sueltas, cuya existencia desconocía. “Eran diarios esporádicos, en los cuadernos pasa del año 58 al 64 y luego al 72. Las agendas las usaba para escribir lo del día y como borradores de sus cartas”, dice este compositor francés entre cuyas óperas figura una adaptación de Los Reyes, de Julio Cortázar.

Cuando Aurora Bernárdez vio la película que Philippe Fénelon había hecho sobre Leni Alexander, una compositora polaca exiliada en Chile durante el nazismo, quedó fascinada. Ella, que nunca había dado ninguna entrevista a nadie, le propuso a su amigo que si quería hacer algo similar, aceptaría encantada. “Yo enseguida dije '¡sí!' Y me puse con eso, era algo que había que hacer”, recuerda el francés.

De esta manera, el 23, 24 y 25 de marzo y el 7 de noviembre de 2005, grabó una serie de entrevistas con Aurora Bernárdez en el número 9 de la Place del Général Beuret de París, la casa donde Cortázar escribió Rayuela y donde Bernárdez vivió hasta su muerte en 2014. El documental fue estrenado con el título de La vuelta al día y el texto de la entrevista se reproduce íntegro en la última parte de El libro de Aurora, como un repaso de ella misma sobre su vida como lectora, viajera, compañera de Cortázar y algo, muy poco, sobre su propia escritura.

Cuando se termina de leer el libro, no puede evitarse la tentación de volver sobre los poemas, relatos y textos sueltos escritos por Aurora Bernárdez. Una relectura que se hace habiendo leído en detalle el balance que la propia autora hace sobre su vida literaria.

“Nunca he tenido la idea de que algo es definitivo”, dice en un pasaje de la entrevista. Y la publicación de “El libro de Aurora”, titulado así, como una totalidad, la acerca un poco más a algo definitivo. Porque de aquí en más diremos, de manera definitiva: Aurora Bernárdez, traductora y escritora.

Textos atesorados

Sanlúcar, 1989
 
“Yo no sé si el delirio de la movilidad tiene que ver con la pasión por los viajes. El viajero ha sido sustituido por el turista, esa partícula de un montón que no se deja viajar por las cosas, que arrastra consigo la necesidad de seguir comiendo chucrut en el país de la paella, de encontrar panderetas cuando el mismo rock se oye en Hamburgo, en Moscú o en Sevilla. El gusto por lo diferente requiere una imaginación. Y el viaje es eso: imaginación en el punto de partida, memoria en el punto de llegada como arranque de otra imaginación: la imaginación del recuerdo. El viaje mismo, como en la historia de Zenón y la tortuga, es una imposible sucesión de inmovilidades porque el paso de una inmovilidad a otra es infinitamente divisible. Y tener pedestremente un billete de avión en el bolsillo no demuestra nada. El viaje (como el movimiento) no se demuestra andando”.

Marilyn

E. encuentra “vulgar” a Marilyn y bellísima a Ava Gardner. Yo, sin negar la belleza de Ava, le digo que la de Marilyn me conmueve más. Ahora sé por qué: Ava tiene siempre el pelo con laca. Marilyn se ha comprado el estuche de maquillaje en el Prisunic y se ha pintarrajeado. Y todos sabemos, desde el primer momento, que será Milonguita, que dará el mal paso, que está perdida.

Último testamento

El que se ausenta se lleva algo.
Poco me va quedando de lo que creí tener al principio También mis herederos cambian, menguan por desamor, distancia, olvido.
Así, cada día vuelvo a escribir mi testamento, cada día más breve. Poco me va quedando.
Cuando se lo hayan llevado todo como un papelito me doblaré en cuatro, olvidada me dejaré entre las páginas que leía cuando aún me quedaba algo.
Alguien apagará la luz.

Bernárdez Básico

Buenos Aires, 1920 - París, 2014 Traductora y escritora Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires.
Conoció a Julio Cortázar en 1948, en la confitería Boston. En 1952 se fue a vivir con él, que se había instalado en Francia un año antes. Trabajó como traductora.

Se casaron en agosto de 1953. Estaban juntos cuando él escribió “Rayuela”. Se separaron en 1968 pero siguieron muy cerca. Cortázar vivió sus últimos tiempos con ella.

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