JOSÉ
INGENIEROS
EL
HOMBRE MEDIOCRE
TERCERA ENTREGA
INTRODUCCIÓN
LA
MORAL DE LOS IDEALISTAS
I. La emoción del ideal
- II. De un idealismo fundado en la experiencia. - III. Los temperamentos
Idealistas. - IV. El idealismo romántico. - V. El idealismo estoico. - VI.
Símbolo.
II.
DE UN IDEALISMO FUNDADO EN EXPERIENCIA (2)
El concepto de lo mejor
es un resultado natural de la evolución misma. La vida tiende naturalmente a
perfeccionarse. Aristóteles enseñaba que la actividad es un movimiento del ser
hacia la propia “entelequia”: su estado de perfección. Todo lo que existe
persigue su entelequia, y esa tendencia se refleja en todas las otras funciones
del espíritu; la formación de ideales está sometida a un determinismo, que, por
ser complejo, no es menos absoluto. No son obras de una libertad que escapa a
las leyes de todo lo universal, ni productos de una razón pura que nadie
conoce. Son creencias aproximativas acerca de la perfección venidera. Lo futuro
es lo mejor de lo presente, puesto que sobreviene en la selección natural: los
ideales son un “élan” hacia lo mejor, en cuanto simples anticipaciones del
devenir.
A medida que la
experiencia humana se amplía, observando la realidad, los ideales son
modificados por la imaginación, que es plástica y no reposa jamás. Experiencia
e imaginación siguen vías paralelas, aunque va muy retardada aquella respeto de
esta. La hipótesis vuela, el hecho camina; a veces el ala rumbea mal, el pie
pisa siempre en firme; pero el vuelo puede rectificarse, mientras el paso no
puede volar nunca.
La imaginación es madre
de toda originalidad; deformando lo real hacia su perfección, ella crea los
ideales y les da impulso con el ilusorio sentimiento de la libertad: el libre
albedrío es un error útil para la gestación de los ideales. Por eso tiene, prácticamente,
el valor de una realidad. Demostrar que es una simple ilusión, debida a la
ignorancia de causas innúmeras, no implica negar su eficacia. Las ilusiones
tienen tanto valor para dirigir la conducta, como las verdades más exactas;
puede tener más que ellas, si son intensamente pensadas o sentidas. El deseo de
ser libre nace del contraste entre dos móviles irreductibles: la tendencia a
perseverar en el ser, implicada en la herencia, y la tendencia a aumentar el
ser, implicada en la variación. La una es principio de estabilidad, la otra de
progreso.
En todo ideal, sea cual
fuere el orden a cuyo perfeccionismo tienda, hay un principio de síntesis y de
continuidad: “es una idea fija o una emoción fija”. Como propulsores de la
actividad humana, se equivalen y se implican recíprocamente, aunque en la
primera predomina el razonamiento y en la segunda la pasión. “Ese principio de
unidad, centro de atracción y punto de apoyo de todo trabajo de la imaginación
creadora, es decir, de una síntesis subjetiva que tiende a objetivarse, es el
ideal” dijo Ribot. La imaginación despoja a la realidad de todo lo malo y la
adorna con todo lo bueno, depurando la experiencia, cristalizándola en los
moldes de perfección que concibe más puros. Los ideales son, por ende,
reconstrucciones imaginativas de la realidad que deviene.
Son siempre
individuales. Un ideal colectivo es la coincidencia de muchos individuos en un
mismo afán de perfección. No es que una “idea” los acomune, sino que análoga
manera de sentir y de pensar convergen hacia un “ideal” común a todos ellos.
Cada era, siglo o generación puede tener su ideal; suele ser patrimonio de una
selecta minoría, cuyo esfuerzo consigue imponerlo a las generaciones
siguientes. Cada ideal puede encarnarse en un genio; al principio, mientras él
lo define o lo plasma, sólo es comprendido por el pequeño núcleo de espíritus
sensibles al ritmo de la nueva creencia.
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