HANNAH ARENDT: VERDAD Y MENTIRA EN LA POLÍTICA
por Carlos Javier González Serrano
(El Vuelo de la
Lechuza / 19-2-2017)
Hannah Arendt
(1906-1975) fue sin duda una de las pensadoras que más desarrolló e indagó
sobre las consideraciones socio-histórico-políticas del pasado siglo. Su
denodado compromiso con el estudio e investigación de las condiciones en
que el ser humano despliega su existencia en común, en sociedad, hizo
posible uno de los análisis más extensos y certeros de cuanto se relaciona con
el impulso del hombre a gobernarse a sí mismo. Algo que, en muy certeras
palabras, y refiriéndose a Arendt, Fina Birulés denominó “la dignidad de la política”.
Pudiera
resultar curioso que, dada su vocación y la inexcusable vertiente
reflexiva de sus escritos, Arendt rehuyera el
apelativo de “filósofa”; incluso llegó a asegurar en una conocida entrevista que su
intención no era otra que la de “mirar la política con ojos despejados de
filosofía”. Esta indómita e imprescindible autora se enfrenta a la
realidad desde la realidad misma, desde la propia experiencia: es
al perder este contacto con lo que acontece, con lo que se da en el mundo
de los asuntos humanos, cuando topamos con todo tipo de teorías que pueden
difuminarse tan fácilmente como castillos edificados en el aire. O lo que es
peor, pueden distraernos –al amparo de la seductora vida teorética (bios theoretikos)– de la tarea esencial del
pensamiento: poner mientes en la libertad y lo político en tiempos que ella
misma tildó “de oscuridad”, cuando aquella libertad no puede crecer a causa de
su negación más contundente, el totalitarismo,
que impide el desarrollo del propio pensar. Un totalitarismo que no sólo
tiene que ver con los regímenes fascistas del XX, sino también con la necesidad
de reflexionar sobre la pluralidad, sobre el hecho de que vivimos unos con
otros y de que, a la fuerza, hemos de forjar un sistema comunitario que a todos
convenga en base al sostenimiento de tal pluralidad. Tarea en efecto ardua y
compleja. Y así, escribía:
Si los filósofos, a
pesar de su necesario extrañamiento de la vida cotidiana y los asuntos humanos,
han de llegar alguna vez a una verdadera filosofía política, habrán de
convertir la pluralidad humana de la cual surge todo el ámbito de los asuntos
humanos, con toda su grandeza y miseria, en el objeto de su thaumadzein [asombro].
Si bien es cierto
que el análisis sobre lo político que Arendt presenta tuvo como mojón de
inicio lo que denominó “el acontecimiento central de nuestro tiempo”, esto es,
el ascenso del nazismo al poder en la Alemania de 1933, también lo es que
las obras de Arendt cobran una escandalosa y en ocasiones dolorosa actualidad.
Claro ejemplo de ello lo encontramos en los textos recogidos en Verdad y mentira en la política, publicados
por Página indómita. La inesperada
llegada a la presidencia de Trump en Estados Unidos, el grave problema de los
refugiados sirios deambulando como seres errantes por cada rincón del mundo sin
cobijo ni alimento, la nueva reconversión y ensalzamiento del populismo, el
usual recurso a la demagogia, el masivo desempleo en las sociedades
occidentales, las evasiones fiscales de grandes fortunas al amparo de numerosos
Estados, el desvalimiento jurídico de las capas económicas más
desfavorecidas y un largo etcétera conforman una pléyade de hechos que hacen de Arendt un estandarte fundamental en el que buscar, si no
respuestas, sí las cuestiones adecuadas.
Y es que ya
escribía en el prefacio a Entre pasado y futuro que
“Creo que el pensar como tal nace a partir de la experiencia de los
acontecimientos de nuestra vida y debe quedar vinculado a ellos como los únicos
referentes a los que puede adherirse”. La más alta lección que Arendt brinda en
este sentido es el de la responsabilidad,
cuando comentaba, desolada (tras los sucesos de 1933 en Alemania), que “fue
para mí un shock inmediato, y a partir de
aquel momento me sentí responsable”. Pensar y hacer, pensamiento y acción se encuentran unidos de manera indiscernible.
Nadie como Arendt ha puesto esta fundamental relación sobre la
mesa.
Ni el pasado ni el presente, en la
medida en que es una consecuencia del pasado, están abiertos a la acción; sólo
el futuro lo está. Si el pasado y el presente son tratados como partes del
futuro –es decir, devueltos a su anterior estado de potencialidad–, el
terreno político queda privado no sólo de su fuerza estabilizadora principal,
sino también del punto de partida para el cambio, para empezar algo nuevo.
No es que, como
Arendt argumentara comentando el fenómeno del totalitarismo, la ley se haya
situado por encima o más allá de los individuos. El problema actual, de enorme
envergadura para las sociedades llamadas democráticas, es que esa ley se ha separado peligrosamente de las
instituciones que, en principio, deberían controlarla, supeditarla y, en última
instancia, hacerla cumplir. Poderes muy distintos a los
legislativos, judiciales y gubernamentales han entrado en liza, convirtiéndose
en los auténticos valedores y defensores de una ley que se alimenta para
mantener cada vez más vivas las prerrogativas de la banca y de los emporios
petroleros y armamentísticos.
Un mundo esquizofrénicoen el que los intereses económicos
se funden triste y funestamente con las inversiones de los Estados, repitamos,
llamados democráticos.
Arendt nos enseña
(como he desarrollado por extenso en mi capítulo dedicado a la relación de
la alemana con Homero en el volumen Hannah Arendt y la
literatura) que lo político sólo se pone de manifiesto y se lleva a cabo en
el espacio público, es decir, cuando un hombre o una mujer
sale a la palestra y se muestra, es decir, cuando actúa frente a los demás y se expone. Esta necesaria
visibilidad, que nos convierte en iguales en un entorno político en el que
vivimos los unos con y entre los otros, se pierde paulatinamente en un contexto
como el actual, cuando las ideas sirven como parapeto
y excusa para, precisamente, no actuar, y por tanto, para no
pensar. En absoluto. Así, comenta en “Verdad y política” que
Nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la
política no se llevan demasiado bien, y nadie, que yo sepa, ha colocado la
veracidad entre las virtudes políticas. La mentira siempre ha sido vista como
una herramienta necesaria y justificable para la actividad no sólo de los
políticos y los demagogos sino también del hombre de Estado.
Los dos
fundamentales textos que se recogen en Verdad y mentira en la
política responden a la necesidad que Arendt siente por
interpelar a gobernantes y a gobernados, es decir, a todos cuantos intervienen
en la realidad del espacio público de lo político. Resulta fácil y muy tentador
sumirse en el entorno de la intimidad (de lo doméstico) y huir de la
responsabilidad que, como ciudadanos, nos corresponde. La política, lejos de lo que suele pensarse, es una opción: se
realiza o no se realiza, y tal es la encrucijada en la que nos sitúan
nuestros complejos tiempos y las palabras de la pensadora alemana. Arendt
designa sin tapujos los síntomas ya más que visibles de un desfallecimiento, es
decir, de una dejación de funciones por parte de los actores políticos, que
somos todos, y nos incita permanentemente a tomar la decisión de pensar y
actuar. La política se ha devaluado hasta el punto de que la hemos
convertido en un mero oficio en el que la mentira, la
falsificación o la demagogia se justifican para alcanzar el
poder. Un poder que ya no es político, es decir, humano, sino más bien
económico y degradante. Acción y discurso se han
separado de forma amenazadora, obviando con demasiada facilidad que
la libertad política precisa del acontecer de los demás, de la aparición de los
otros, esto es, que exige y demanda la pluralidad, un espacio que se da con y
entre los seres humanos. Si para Arendt ser y aparecer coinciden, nuestra
actualidad muestra con demasiada y peligrosa claridad que tal aparición (o
comparecencia) no garantiza la creación y el fomento de lo político, pues, como
ya se ha apuntado, los constructos eidéticos (en otro tiempo llamados
ideologías), se han apoderado de la capacidad de pensar y actuar.
Para nosotros, la apariencia –algo que ven y oyen otros al igual que
nosotros– constituye la realidad […]. La presencia de los otros que ven lo que
vemos y oyen lo que oímos nos asegura de la realidad del mundo y de nosotros
mismos.
Un
volumen esencial y totalmente vigente en el que Arendt, a través del
análisis de los conceptos de verdad y mentira, nos recuerda que la política
nace en el entre-unos-y-otros, y nos hace interrogarnos, una vez más, sobre
cómo la acción política es la que sostiene –y puede y debe sostener– la
existencia más propiamente humana: la de un mundo compartido.
El aislamiento es
ese callejón sin salida al que son empujados los hombres cuando es destruida la
esfera política de sus vidas, donde actúan juntamente en la prosecución de un
interés común […]. Sólo cuando es destruida la más elemental forma de creatividad
humana, que es la capacidad de añadir algo propio al mundo el aislamiento se
torna inmediatamente insoportable. […] Bajo semejantes condiciones, sólo queda
el puro esfuerzo del trabajo, que es el esfuerzo por mantenerse vivo, y se
halla rota la relación con el mundo como artificio humano.
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