POEMAS PARA NO MARICONEAR
Juan de Marsilio
I
Escribo para no
mariconear.
Es uno de mis
modos de rezar
esto de que
escribo
para no
mariconear.
II
El vivir por ahora
es vivir con miedo
-no sólo con
miedo,
pero con miedo,
vaya que sí.
El miedo
es más difícil de
manejar
que un viejo y
pesado camión que de pronto
se quedara sin
frenos
en la bajada de
Grecia.
Es la pura verdad.
No estoy
mariconeando.
III
Porque dan ganas
de mariconear
-hay que tener la
valentía
de reconocerlo-
cuando se sale de
visitar a la madre enferma,
que aunque está
frágil va recuperándose,
y se ve haciendo
el yiro en bulevar
a una muchachita
de lo más parecida
a aquella
alumna tuya que te
dijo un día
que era su sueño
crecer para
casarse con un tipo
parecido a vos.
IV
Esto que hacemos
no es Tu voluntad.
Es justo combatir esto que hacemos,
sin darnos tiempo
de mariconear.
V
Ah, pequeño
burgués maricón,
conocés la
barbarie de verla
en primera fila
pero
desde la vereda
de enfrente.
Desde ahí has
combatido:
firmaste
manifiestos y peticiones,
fuiste a marchas.
O sea
que militaste.
Toca ahora cruzar
y zambullirse.
VI
En las trincheras
-lo escribo porque
sé-
no hay
ateos.
Hay aterrorizados,
que no es lo mismo
pero se parece,
porque no es
posible
que haya otro tipo
de gente en las
trincheras.
Y esa es la madera
de la que están
hechos los héroes.
(Pero no les
avisemos,
no sea que se
pongan
-con pleno derecho-
a mariconear.)
VII
No se cambia de
río en mitad del caballo
ni de mantra o
refrán en mitad
de la noche o la
borrachera
ni es posible
cambiar de mitad ni de origen
al final del
trayecto.
Pero durante el
viaje
es cada paso dado
en circunstancia
una victoria de la
libertad.
Incluso si toca
morir
(cantamos en el
Himno que con gloria
pero vaya a
saber).
VIII
Sin medir nuestro
daño futuro
los padres /
nuestros padres / nosotros cuando padres
suelen mariconear
y creyendo así
evitarnos
molestias
no nos enseñan a
amar
el deber cuando
duele.
Y es por eso que a
veces / que muchas veces
tiramos por el
caño nuestra libertad,
como si del
cadáver se tratase
de una cucaracha
llamada Gregorio.
IX
Atiende / atendemos
cada cual su juego
con obsesión
maniática
por miedo a pagar
una prenda de
amor.
¡Gran maricón ese
tal
Antón Pirulero!
X
Entiéndase:
no se trata aquí
de menoscabar al
tipo
al que le sucede
enamorarse de otro
tipo
(hay libros sobre
el tema,
pero si Usted es
hombre de estos días,
tan analfabetos,
le recomiendo ver
“Secreto en la
montaña”).
De lo que sí se
trata aquí
es de hacernos
salir de esta absurda
coraza o caparazón
o blindaje egoísta
que contra nada
puede defendernos
(y menos que menos
podría
ser escudo eficaz
contra nosotros
mismos)
XI
Yo mariconeo
-es que mi vida es
tan horrible.
Tú mariconeas
(o vos mariconeás,
tanguero
rioplatense)
-te ruego tengas
el coraje de
atreverte a
asumirlo.
Él mariconea
mucho más que tú y
yo.
Nosotros,
los seres
humanos,
vivimos
mariconeando.
Y Dios nos ama
igual
porque es muy
bueno.
XII
El Diablo se hace
el simpático.
Nos consiente
vilezas y sevicias
-es lo que más
disfruta-
pero también,
y esto porque no
siempre hay grandes triunfos
ni crímenes
notables,
nos mima
las mariconerías
cotidianas
(eso
que podría
llamarse
el mal al por
menor).
Las mariconerías
cotidianas
que no por menos
aberrantes
se hacen menos
culposas.
XIII
Ya sé,
no me digás,
tenés razón…
No.
Precisamente porque
tenés razón,
tu deber es
seguírmelo diciendo
sin que importe un
carajo
que no quiera
escucharte.
XIV
Esos hijos de puta
que bien podrían
degollarte una
noche por dos pesos
(y por mil se
atrevieran en pleno día)
son el prójimo (y
si no los amaras
te estarías
odiando).
XV
Las golondrinas no
mariconean.
En su día y a su hora
se largan a volar.
La que llega,
Llega.
La que debe morir en
viaje,
pues que en viaje
muere.
Y no me pidas más
explicaciones:
sé que sos maricón
igual que yo
pero ni vos ni yo
somos tarados.
XVI
La victoria no
enseña ni la mitad
de lo que enseña
la derrota
al que supera el
miedo de aprender.
Pero tememos tanto
que son por
completo inútiles
la gran mayoría de
nuestras batallas,
sin importar si
acaban
en victoria o
derrota.
XVII
Las más de las
veces
jugamos
para empatar.
XVIII
Pasó bastante
angustia el benteveo
que entró por una
ventana
-nadie hubiera
dicho
que tanta
curiosidad
cupiese
en el cráneo de un
pájaro-
y luego no hallaba
por dónde salir.
Pero los muchachos
del Colegio
hablaban
asombrados
de ese benteveo,
no de los cientos
y cientos
que hacían lo suyo
en el parque,
como todos los
días.
XIX
Seguir llamando
aunque parezca que
nadie responde
salvo el eco, el eco
del llamado en la
noche.
Vivir aunque se
viva agonizando.
Y no dudar jamás
que al fin de esta
locura hay un domingo
no destinado a
convertirse en lunes.
XX
Cantar por aquello
de que
quien canta sus
penas
y miedos espanta.
La vida
está hecha de
sangre
vertida con dolor
pero también de
sueños.
Cantar orgullosos
la canción del combate
también esas veces
amargas en que nos consta
no disponer de
munición alguna
salvo la canción.
Y también, de vez
en cuando,
armarnos de coraje y un poquito
cantar
mariconeando,
no sea que nos
venza y paralice
el miedo de
volvernos maricones.
XXI
No mariconear:
dejarse cada quien
clavar en la cruz
que de veras le toque,
consolar al
sufriente de la cruz de al lado
y atreverse a
sufrir y morir
sin miedo
de resucitar.
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