19/2/18

ENTREPÁGINAS

por Juan de Marsilio


VOLVER A LOS VEINTIPICO O POETA QUE AÚN NO TENÍA PASADO


Hace unos años escribí, a propósito de su libro “Tango negro”, que Saúl Ibargoyen Islas (Montevideo, 1930) gozaba de una buena vejez poética. Hoy debo, a propósito de una antología* publicada el año pasado en México, país donde el poeta reside, no sólo ratificar mi afirmación, sino también añadirle un adjetivo: Ibargoyen goza de una buena y lúcida vejez poética.


Este libro presenta una selección de los primeros cinco libros de este poeta, publicados entre 1954 y 1959, aunque algunos de los textos hayan sido escritos ya entre 1951 y 1953. La lucidez de la mirada poética que el viejo que hoy es arroja sobre el joven que entonces fuera –y que lo fuera hace, en números redondos, unas seis décadas, que siguen siendo una vida pero además, en las vertiginosas posmodernerías que corren son varias épocas– arranca desde las breves palabra con las que el “auctor” abre el volumen, en las que con humildad reconoce que, como todo lo humano, su trabajo de poeta está signado por la impermanencia (el tiempo hace olvido y silencio de versos que un día fueron o parecieron brillantes) y por la inconclusión (siempre que se vuelve a un texto tras algún tiempo, se encuentran cosas que suprimirle, cambiarle o añadirle). Coherente con esa doble afirmación, Ibargoyen no tiene problemas mayores en talarse a sí mismo sin piedad y hace, de cinco libros, un volumen que apenas pasa del ciento de páginas.


Volumen útil para que nuevas generaciones de lectores de poesía uruguaya hagan su entrada a este poeta de ayer. No estoy insinuando que la obra de Ibargoyen esté concluida, pues las preocupaciones y ocupaciones humanas, poéticas y políticas de este ciudadano de Uruguay, México y el planeta siguen en curso. Sin embargo, con casi ochenta y ocho años y con decenas de volúmenes en su haber, parece obvio que vale la pena ahondar buscando las raíces del árbol añoso, para mejor comprender los pájaros que hoy cantan en sus altas copas.


Se hallará, desde el principio, la capacidad para hallar las metáforas y comparaciones justas, que dejan pensando al lector, ahondando en lo que el poeta le dice, y ahondando a la vez en sí mismo. Como esta imagen de un poema su segundo libro “El rostro desnudo” (1956): “Hay terrones pesados / que a la tumba regresan/ Como toses de anciano”. Y en el mismo poemario: “Escribo estas palabras / Tomando de mi voz / Una víscera desnuda”. O este otro pasaje, de nuevo sobre la vejez y la muerte, en su tercer libro, versos de gran comprensión, y escritos a los veintipico: “Antes que los huesos se nos vuelvan sombra / Antes que un estornudo / Sea súbitamente importante”. Y cuánta delicadez en esa pincelada de humor, que al estar en primera persona del plural, hace que el joven se identifique a futuro con esa fragilidad por la que habrá de pasar si envejece.


Lo que a mí más me interesa es el tema de la búsqueda de Dios (la mayúscula es mía, no de poeta) y de la trascendencia ya presente en el arranque de la reflexión y la escritura de quien hoy declara ser un “místico ateo”. Así, por ejemplo, en “Mi voz”, de “El otoño de piedra” (1958), leemos: “Pregunto ahora / A quién debo mi sangre / A quién el canto / A quién los días...”. Pero me parece que el tema se capta en toda su hondura en “Verdad última”, de “Pasión para una sombra” (1959):


En realidad
No es para tanto.
Puedo contar
Las palabras que conozco
Los verbos que conjugo
Todos los asuntos
De carácter transitorio
Que ocupan mi eterna
Media hora disponible.
Si a esto agrego
Pequeños problemas:
Aumentos de sueldo
Libros que esperan
Y otros detalles:
Quizás un bostezo
En mitad de un verso
Tal vez una coma bien ubicada
O cierta soledad
Con cuentagotas
¿Qué queda sino un silencioso
Sedimento
Oprimiendo estas entrañas
Con un líquido negro?


Hay unos pocos ejemplares por Montevideo. El mío está disponible en préstamo para quien tenga interés (se dice que con respecto a los libros hay dos clases de imbéciles, los que los prestan y los que los devuelven, y yo milito en ambas legiones). Supongo que en estos tiempos de Internet y tarjetas de crédito, no debe ser cosa imposible hacérselo enviar desde México. Vale la pena.



* VIVIR Y MORIR EN VERSO, de Saúl Ibargoyen. Eterno Femenino Ediciones, México, 2017. 104 págs.

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