CIENTOQUINCUAGÉSIMA
ENTREGA
(Barral
Editores / Barcelona 1970)
CANTO
SEXTO
2
7
(1)
En un banco del
Palais-Royal, del lado izquierdo, y no lejos del estanque, un individuo que
desembocó en la calle Rívoli, ha venido a sentarse. Tiene la cabeza desgreñada
y sus ropas revelan los efectos corrosivos de una privación prolongada. Hace un
agujero en el suelo con un trozo puntiagudo de madera, y llena con tierra el
hueco de su mano. Lleva ese alimento a la boca, para arrojarlo inmediatamente.
Se levanta, y, colocando su cabeza contra el banco, lanza sus piernas hacia
arriba. Pero como esta actitud funambulesca está al margen de las leyes de la
gravitación que regulan el centro de gravedad, vuelve a caer pesadamente sobre
el asiento, con los brazos caídos, con la gorra que le oculta la mitad de la
cara, y golpeando con las piernas la grava en una postura de equilibrio
inestable, cada vez más inseguro. Se queda largo tiempo en esa posición. Hacia
la entrada divisoria del norte, al lado de la rotonda que contiene un salón de
café, nuestro héroe tiene el brazo apoyado en la verja. Su mirada recorre toda
la extensión del rectángulo, con objeto de no dejar escapar ninguna
perspectiva. Vuelve los ojos, después acabada la investigación, y distingue en
medio del jardín a un hombre que realiza una gimnasia tambaleante con un banco
sobre el cual hace esfuerzos para sostenerse, cumpliendo milagros de vigor y
destreza. Pero ¿qué puede hacer la mejor de las intenciones al servicio de una
causa justa contra los desórdenes de la alienación mental? Se adelanta hasta el
loco, lo ayuda afablemente a que su dignidad retome una posición normal, le
tiende la mano y se sienta a su lado. Comprueba que la locura es sólo
intermitente; el acceso ha pasado; su interlocutor responde con lógica a todas
las preguntas. ¿Acaso es necesario comunicar el sentido de sus palabras? ¿Para
qué volver a abrir, por una página cualquiera, con blasfematoria diligencia, el
infolio de las miserias humanas? No hay nada que sea de más fecunda enseñanza.
Aunque no tuviera ninguno suceso real que referiros, inventaría relatos
imaginarios para trasvasarlos a vuestro cerebro.
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