17/2/18



CIENTOQUINCUAGÉSIMA ENTREGA

(Barral Editores / Barcelona 1970)


CANTO SEXTO


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7 (1)



En un banco del Palais-Royal, del lado izquierdo, y no lejos del estanque, un individuo que desembocó en la calle Rívoli, ha venido a sentarse. Tiene la cabeza desgreñada y sus ropas revelan los efectos corrosivos de una privación prolongada. Hace un agujero en el suelo con un trozo puntiagudo de madera, y llena con tierra el hueco de su mano. Lleva ese alimento a la boca, para arrojarlo inmediatamente. Se levanta, y, colocando su cabeza contra el banco, lanza sus piernas hacia arriba. Pero como esta actitud funambulesca está al margen de las leyes de la gravitación que regulan el centro de gravedad, vuelve a caer pesadamente sobre el asiento, con los brazos caídos, con la gorra que le oculta la mitad de la cara, y golpeando con las piernas la grava en una postura de equilibrio inestable, cada vez más inseguro. Se queda largo tiempo en esa posición. Hacia la entrada divisoria del norte, al lado de la rotonda que contiene un salón de café, nuestro héroe tiene el brazo apoyado en la verja. Su mirada recorre toda la extensión del rectángulo, con objeto de no dejar escapar ninguna perspectiva. Vuelve los ojos, después acabada la investigación, y distingue en medio del jardín a un hombre que realiza una gimnasia tambaleante con un banco sobre el cual hace esfuerzos para sostenerse, cumpliendo milagros de vigor y destreza. Pero ¿qué puede hacer la mejor de las intenciones al servicio de una causa justa contra los desórdenes de la alienación mental? Se adelanta hasta el loco, lo ayuda afablemente a que su dignidad retome una posición normal, le tiende la mano y se sienta a su lado. Comprueba que la locura es sólo intermitente; el acceso ha pasado; su interlocutor responde con lógica a todas las preguntas. ¿Acaso es necesario comunicar el sentido de sus palabras? ¿Para qué volver a abrir, por una página cualquiera, con blasfematoria diligencia, el infolio de las miserias humanas? No hay nada que sea de más fecunda enseñanza. Aunque no tuviera ninguno suceso real que referiros, inventaría relatos imaginarios para trasvasarlos a vuestro cerebro.

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