21/6/18



EL TEATRO Y SU DOBLE

Traducción de Enrique Alonso y Francisco Abelenda


CUADRAGESIMOSÉPTIMA ENTREGA


6


NO MÁS OBRAS MAESTRAS (3)


Cuando en Shakespeare el hombre se preocupa por algo que está más allá de sí mismo, indaga siempre en definitiva las consecuencias de esa preocupación en sí mismo, es decir, hace psicología.


Creo por otra parte que todos estamos de acuerdo en este punto y no es necesario descender hasta el repugnante teatro moderno francés para condenar el teatro psicológico.


Esas historias de dinero, de avidez de dinero, de arribismo social, de penas de amor donde nunca interviene un sentido altruista, de sexualidad espolvoreada con un erotismo sin misterio no son teatro, aunque sí psicología. Esas angustias, esos estupros, esos personajes en celo ante los que no somos más que deleitados voyeurs terminarán un día en la podredumbre y en la revolución; debemos advertirlo.


Pero no es esto lo más grave.


Shakespeare y sus imitadores nos han insinuado gradualmente una idea del arte por el arte, con el arte por un lado y la vida por otro, y podíamos conformarnos con esta idea ineficaz y perezosa mientras, afuera, continuaba la vida. Pero demasiados signos nos muestran ya que todo lo que nos hacía vivir ya no nos hace vivir, que estamos todos locos, desesperados y enfermos. Y yo no os invito a reaccionar.


Esta idea de un arte ajeno a la vida, de una poesía-encantamiento que sólo existe para encantar ocios, es una idea decadente, y muestra de sobra nuestra capacidad de castración.


Nuestra admiración literaria por Rimbaud, Jarry, Lautréamont y algunos más, que impulsó a dos hombres al suicidio, y que para nosotros se reduce a charlas de café, participa de esa idea de la poesía literaria, del arte desligado, de la actividad espiritual neutra, que nada hace y nada produce; y cuando la poesía individual, que sólo compromete a quien la hace y sólo en el momento que la hace, causaba verdaderos estragos, el teatro fue más despreciado que nunca por los poetas, que jamás tuvieron el sentido de la acción directa y concertada ni de la eficacia, ni del peligro.


Hay que terminar con esta superstición de los textos y de la poesía escrita. La poesía escrita vale una vez, y hay que destruirla luego. Que los poetas muertos dejen lugar a los otros. Podríamos ver entonces que la veneración que nos inspira lo ya creado, por hermoso y válido que sea, nos petrifica, nos insensibiliza, nos impide tomar contacto con las fuerzas subyacentes, ya se las llame energía pensante, fuerza vital, determinismo del cambio, monstruos lunares o de cualquier otro modo. Bajo la poesía de los textos está la poesía, simplemente, sin forma y sin texto. Y así como la eficacia de las máscaras que ciertas tribus emplean para sus operaciones mágicas se agota alguna vez -y esas máscaras sólo sirven en adelante para los museos- también se agota la eficacia poética de un texto; sin embargo, la poesía y la eficacia del teatro se agotan menos rápidamente, pues admiten la acción de lo que se gesticula y pronuncia, acción que nunca repetimos exactamente.

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