EL TEATRO Y SU DOBLE
Traducción
de Enrique Alonso y Francisco Abelenda
CUADRAGESIMOSÉPTIMA
ENTREGA
6
NO MÁS OBRAS MAESTRAS (3)
Cuando en Shakespeare el
hombre se preocupa por algo que está más allá de sí mismo, indaga siempre en
definitiva las consecuencias de esa preocupación en sí mismo, es decir, hace
psicología.
Creo por otra parte que
todos estamos de acuerdo en este punto y no es necesario descender hasta el
repugnante teatro moderno francés para condenar el teatro psicológico.
Esas historias de dinero,
de avidez de dinero, de arribismo social, de penas de amor donde nunca
interviene un sentido altruista, de sexualidad espolvoreada con un erotismo sin
misterio no son teatro, aunque sí psicología. Esas angustias, esos estupros,
esos personajes en celo ante los que no somos más que deleitados voyeurs terminarán un día en la
podredumbre y en la revolución; debemos advertirlo.
Pero no es esto lo más
grave.
Shakespeare y sus
imitadores nos han insinuado gradualmente una idea del arte por el arte, con el
arte por un lado y la vida por otro, y podíamos conformarnos con esta idea
ineficaz y perezosa mientras, afuera, continuaba la vida. Pero demasiados
signos nos muestran ya que todo lo que nos hacía vivir ya no nos hace vivir,
que estamos todos locos, desesperados y enfermos. Y yo no os invito a reaccionar.
Esta idea de un arte
ajeno a la vida, de una poesía-encantamiento que sólo existe para encantar
ocios, es una idea decadente, y muestra de sobra nuestra capacidad de
castración.
Nuestra admiración
literaria por Rimbaud, Jarry, Lautréamont y algunos más, que impulsó a dos
hombres al suicidio, y que para nosotros se reduce a charlas de café, participa
de esa idea de la poesía literaria, del arte desligado, de la actividad
espiritual neutra, que nada hace y nada produce; y cuando la poesía individual,
que sólo compromete a quien la hace y sólo en el momento que la hace, causaba
verdaderos estragos, el teatro fue más despreciado que nunca por los poetas,
que jamás tuvieron el sentido de la acción directa y concertada ni de la
eficacia, ni del peligro.
Hay que terminar con esta
superstición de los textos y de la poesía escrita.
La poesía escrita vale una vez, y hay que destruirla luego. Que los poetas
muertos dejen lugar a los otros. Podríamos ver entonces que la veneración que
nos inspira lo ya creado, por hermoso y válido que sea, nos petrifica, nos insensibiliza,
nos impide tomar contacto con las fuerzas subyacentes, ya se las llame energía
pensante, fuerza vital, determinismo del cambio, monstruos lunares o de
cualquier otro modo. Bajo la poesía de los textos está la poesía, simplemente,
sin forma y sin texto. Y así como la eficacia de las máscaras que ciertas
tribus emplean para sus operaciones mágicas se agota alguna vez -y esas
máscaras sólo sirven en adelante para los museos- también se agota la eficacia
poética de un texto; sin embargo, la poesía y la eficacia del teatro se agotan
menos rápidamente, pues admiten la acción de lo que se gesticula y pronuncia,
acción que nunca repetimos exactamente.
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