RICARDO AROCENA
EL GRITO II /
CAMILA
SÉPTIMA ENTREGA
CAMILA / VI
Confesión
de la acusada Doña Camila Barbosa, realizada en la Cárcel de Montevideo, a los
trece días del mes de mayo del año mil ochocientos once.
V.E. del Tribunal, siendo muy niña mi madre
enfermó, quien la sustituyó fue la Negra Tomasa. Ella me educó, me alimentó con
la leche de sus senos, cuando no podía dormir, acariciaba mi frente mientras
cantaba canciones de cuna. Con su ternura me transmitió una visión mágica de la
vida. Recuerdo que para consolarme, al anochecer, subíamos a la azotea y
contemplábamos al cielo. Tomasa decía que las luciérnagas eran los ojos de la
noche, y su constante parpadeo, un guiño cómplice con el que nos saludan.
Jugábamos a que les devolvíamos las guiñadas... Le debo casi todo lo que sé,
desde muy niña me enseñó a disfrutar la naturaleza, gracias a ella puedo
distinguir al algarrobo, siempre henchido de cardenales, a los talas con su
floración en racimillo, a los cactos verde azulados,cargados de pitangas… Y
pude diferenciar al zorzal por su hechizante canto primaveral y a las
torcazas por su cola con banda negra. Gracias a ella aprendí a hacer camisas y
sombreros y,entreverando con mucha paciencia los hilos, enormes pellones azules
para el telar. Con la crecida del río, algunas veces, Capilla Nueva era
asaltada por las víboras, recuerdo el caso de un soldado de la guarnición que
fue picado por una de ellas. Inmediatamente llamaron a Tomasa, que me llevó con
ella, había aprendido de una charrúa a hacer una cura para el veneno. Separó
las hojas de una planta, con algunas hizo una pasta, con la que cubrió la
mordedura y con el resto elaboró un brebaje bien cargado. El soldado sanó
milagrosamente. La risa alegre de Tomasa siempre alumbró la casa, lo mismo que
las bromas con las que divertía al resto de los esclavos, nunca olvidaré la
cara de asombro de uno de ellos cuando lo persiguió con una ramita del árbol de
la luz, diciéndole que lo iba a quemar. Por ese egoísmo españolista con el que
nos adoctrinasteis, pese a que requerí permanentemente de sus servicios durante
años, nunca, ni aun cuando la noté más cansada, le pregunté por su historia
personal. Las nuevas ideas y los cambios de estos últimos tiempos, estrecharon
nuestra amistad. Finalmente, al cabo de una jornada agotadora, le pregunté cómo
la soportaba, fue como si estuviera esperando el momento para abrirse. Entonces
me contó que aunque tenía que esconder a sus dioses tras las imágenes de los
santos para poder adorarlos, en los peores momentos su religión la sostenía;
por ejemplo cuando recordaba lo ocurrido a su amado Domingo, que fue asesinado
a sablazos en Montevideo por un oficial español, con el pretexto de que “más
que huido, andaba haciendo hechos”. Entonces me contó que habían sobrevivido
juntos a un barco negrero inglés y que fueron alojados en el edificio que
vosotros bien conocéis, en la costa de la playa del Miguelete, para que
pudieran reponerse y aumentar su precio. Finalmente fue comprada en subasta por
Padre, quien la llevó a su casa en la zona del Cordón. Mucho he pensado en ella
durante este tiempo, por momentos me parece que entra a la celda y que, como
cuando era niña, recuesta su cabeza sobre la mía, para darme fuerzas. Ahora
ella es libre. Luego de la insurrección de Asencio y de la muerte de Padre, ya
nadie pudo reclamarla. Recuerdo su emoción cuando a fines de marzo llegó Soler
hasta los alrededores de Capilla Nueva, con su séquito de soldados pardos y
morenos. No pudo contenerse y me acompañó a recibirlos. Por mucho tiempo no me
di cuenta, pero este es un buen lugar y un buen momento para que vosotros me
respondáis: ¿cómo podéis, junto con vuestro imperio, afirmar que un alma tan
dulce como la de Tomasa, que me enseñó no solamente destrezas, sino una forma
de ver el mundo, forma parte de una casta de sangre infecta, como vosotros la
llamáis? Si hay algo realmente pestilente es el oprobioso mundo que estáis
sosteniendo, pero estoy segura que le ha llegado su hora y que por más celdas
en las que nos confinen, muy pronto va a caer.
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