21/2/20



EL ESPACIO VACÍO

Arte y técnica escénica


CUADRAGESIMOSÉPTIMA ENTREGA



SEGUNDA PARTE



EL TEATRO TOSCO (17)



Cuanto más las releemos, más turbadoras se nos hacen, ya que su aparente precisión se desvanece, dejando paso a una extraña ambigüedad oculta en la ingenua discordancia. La última línea, en su significado literal, carece de sentido. ¿Hemos de entender que los jóvenes no envejecerán o que el mundo dejará de tener ancianos? Cualquiera de los dos significados parece un débil final para una obra maestra escrita conscientemente. Sin embargo, si recordamos la actuación de Edgardo, observamos que si bien su experiencia durante la tormenta corre pareja con la de Lear, no ha forjado en su interior el intenso cambio sufrido por Lear. Edgardo adquirió fuerza por dos asesinatos, el de Osvaldo, primero, y después el de su hermano. ¿Qué han producido en él estos dos crímenes, de qué profunda manera ha experimentado esta pérdida de inocencia? ¿Sigue con los ojos muy abiertos? ¿Dice en sus palabras finales que juventud y vejez están limitadas por sus propias definiciones, que el único modo de ver tanto como Lear es sufrir tanto como Lear, y que entonces, ipso facto, uno deja de ser joven? Lear vive más que Gloster -en tiempo y en intensidad- e indudablemente “ve” más que Gloster antes de morir. ¿Desea decir Edgardo que una experiencia de este orden e intensidad es lo que realmente significa “vivir mucho”? Si es así, el “ser joven” es un estado con su propia ceguera, como el del primer Edgardo, y con su propia libertad, como el del primer Edmundo. La vejez, a su vez, tiene su ceguera y su decadencia. No obstante, la verdadera visión proviene de una perspicacia de vivir que puede transformar a los ancianos. Y efectivamente, a lo largo de la obra se muestra con toda claridad que Lear sufre más y “llega más lejos”. Sin duda su breve momento de cautividad con Cordelia es un instante de gloria, paz y reconciliación, y los comentadores cristianos suelen escribir como si este fuera el final de la historia: claro relato de la ascensión del infierno al paraíso a través del purgatorio. Por desgracia para este punto de vista la obra continúa sin piedad, alejándose de la reconciliación. “Nosotros, que somos jóvenes, no veremos tantas cosas ni viviremos tantos años”.


La fuerza de las turbadoras palabras de Edgardo -palabras que suenan como una interrogación a medio formular- radica en la carencia de tono moral. Edgardo no sugiere que la juventud o la vejez, con el sentido de la vista o con ceguera, sean en modo alguno superior, inferior, más o menos deseable una que otra. Lo cierto es que nos vemos obligados a enfrentarnos a una obra que rechaza toda moralización, una obra que comenzamos ya a no ver como narrativa, sino como un amplio, complejo y coherente poema diseñado para estudiar el poder y la vaciedad de la nada. Los aspectos positivos y negativos latentes en el cero. Por lo tanto, ¿qué quiere decir Shakespeare? ¿Qué intenta enseñarnos? ¿Quiere decir que el sufrimiento ocupa un lugar necesario en la vida y que vale la pena cultivarlo debido al conocimiento y desarrollo interior que aporta, o bien desea hacernos entender que la época del inmenso sufrimiento ha acabado y que nuestro papel es de los eternamente jóvenes? Sabiamente, Shakespeare se niega a contestar. Sin embargo, nos ha dado su obra, cuyo campo de experiencia es tanto interrogación como respuesta. Bajo esta luz, la obra se emparenta directamente con los más excitantes temas de nuestro tiempo: viejos y jóvenes en relación con nuestra sociedad, nuestras artes, nuestra noción del progreso, el modo de vivir nuestras vidas. Eso es lo que revelarán los actores si se interesan por la obra, y eso es lo que nosotros encontraremos si compartimos dicho interés. Los trajes de época quedarán relegados.


El significado surgirá en el momento de la representación.

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