SAÚL IBARGOYEN,
EL IMPERFECTO
por
Refugio Pereida
(Norte Sur / 26-3-2021)
Entre las
cunas que movería el año 1930, habrían de estar la del escritor Juan Gelman; el
poeta Roberto Sosa; el filósofo Jacques Derrida; la de los cineastas Claude Chabrol
y Jean-Luc Godard. En 1930 Neil Armstrong daría sus tambaleantes pasos que lo
llevarían a ser el primero en pisar la Luna. Ese año se escuchó en Georgia el
primer blues de Ray Charles. Federico García Lorca estaría
acabando de escribir Poeta en Nueva York. Y también el nene
Saúl Ibargoyen Islas nacería un 26 de marzo.
Como
hermanos del mundo que llegaron a diferentes territorios, unos a lo Mahoma y
otros a lo Caín, han renombrado la condición humana con su arte. Han presentado
ante la humanidad, un telar hecho de una trama de sentimientos, inteligencia,
escándalo, teñido por su deseo de arrojarse al abismo o a la luz de su propio
ser, destellando de paso a su alrededor varios fulgores.
Esas
calles del Uruguay dejaron de verlo mucho tiempo, porque la dictadura de Juan
María Bondaberry, lo llevó al exilio y con ello le otorgó la condición de
“testigo de la vergüenza que agobia nuestra tierra”, como dijera otro artista
en su destierro, el siempre contemporáneo Bertolt Brecht.
El asado
en el Mercado de Puerto en Montevideo, a mitad de los años 80 del siglo pasado,
nuevamente le ofreció ante sus narices, la brisa, el vino. Sus apuestos
paisanos, por su guapura, le daban cierto orgullo ante los extranjeros. Incluso
después de 2001, cuando obtuvo la nacionalidad mexicana, luego de haber vivido
en este país durante 16 años.
Pero,
entonces: “¿cuál es mi patria?”, se preguntaba. Resuelto, decidió que su patria
sería el lenguaje. El lenguaje poético, en gran medida, habría de ser su
tierra, su aire, su agua, su fuego. Las fronteras para él habrían de
desaparecer a cada momento.
Ya de
regreso a México, frente a su ventana, la nostalgia lo hacía sentir que el
viento tocaba la espalda de Montevideo, la ciudad más europea de Latinoamérica,
la “Suiza de América” o la “Sucia de América” como le llamaba el también
novelista. Y recordar el olor que le dejó el dinero en sus manos después de
contar los miles y miles de billetes ajenos, durante el tiempo en que fue
empleado de un banco, lo que le llevó a decir lo repugnante que era ese tufo.
De aprendiz, con su empeño y obsesión, había llegado a ser gerente. Más tarde,
sus periplos en la frontera de Uruguay y Brasil, le llenaron el oído con
el portuñol de bembas rojas, coloráas, que
espetaban historias de la negritud, llevada por los lusitanos.
En 2006
habría de aparecer su atípica novela “La última copa”, bajo el sello
editorial Eón, surgida de su alejamiento de cualquier bebida
alcohólica, pues había aceptado que, al parecer, un litro de whisky al día lo
estaba afectando. ¡Ah, Omar Khayyam, ha caído uno de tus camaradas!
Casi creo
verlo como un swami, con su flauta encantando serpientes o dando
clases en alguna escuela del Uruguay o en los recónditos lugares de los 30
países en los que su pie tocó el polvo. Y a ratos -muy largos-, me parece
verlo sentado en los huesos blancos de la silla, para escribir
cuentos, poemas, ensayo, novelas, artículos que pasaron por la redacción de la
revista Plural, en su segunda época, y muchas más.
Escribir,
fue lo que hizo desde los siete años hasta casi el final de sus 88 años. 40,
50, 70 libros ¿cuántos escribió?, ¿cuántos han sido publicados?, ¿cuántos han
sido la sorpresa, el gozo, la ira del lector?
Escritor
o aficionado, a tal vez digamos: fanático del fútbol, o miembro del Partido
Comunista, o viajero, o activista o simple mortal, simple Poeta en casa,
Ibargoyen Islas, fue ubicado en “La generación de la crisis”, en las décadas de
los 50 y 60, por su connacional, el ensayista y crítico Ángel Rama, por la
práctica literaria que hacía a un lado la escritura formal e incorporaba un
compromiso en gran parte político, que llegó a su deslave en 1967, con el
comienzo del periodo de violencia en el Uruguay.
Lo cierto
es que Saúl Ibargoyen, nuestro flaco, a menudo estuvo dentro del huracán, y lo
describía como: “Viejas neblinas que se mezclan con las frías polvaredas
del invierno inicial, como un cuero de camello aplastado por la luz, como la
mujer enviejada que se mueve adentro de su túnica”, como el amor que “nace de
la destrucción que tu ausencia ha provocado”.
Es decir,
como poeta que vio una realidad desafortunada, echó mano de múltiples recursos
para hacer de la metáfora una punzada exacta o el sutil signo de la delicadeza.
Tan
cierto es, que se echaba sus retas con otros escritores del pasado quienes
cuestionaron las injusticias, que entregaron su cabeza a la bella Salomé o que
caminaron por el sendero que se bifurca.
Ibargoyen,
hermano de Gilgamesh, esa parte de la humanidad que sabe que no tiene todas las
cualidades requeridas o deseables para ser el bueno o el mejor, o el inmortal,
es decir que conoció su imperfección, se reconoció tal cual, y esa fue unas de
sus mayores recurrencias y aciertos.
El poeta,
el narrador, el periodista tuvo la necesidad de conocer lo que atañe a la vida
y sus rupturas, y por ello así cantó “Estoy de pie y escucho/ cómo caminan /
las aguas sedientas / del Nilo Celeste.” Una vez que alguien se acepta como ser
imperfecto puede ir por el Nilo al “agua pura que refleja los atributos de
Dios”.
Ibargoyen,
tal como un párvulo, a sus 70 años, empezó a estudiar árabe para conocer la
palabra de Alá y Mahoma, su profeta. Y por un lago tiempo se iluminó bajo los
rayos de los máximos exponentes del sufismo, desde luego que Rumi, en primer
lugar.
Hoy, 26
de marzo, a noventa y a un año de su nacimiento, en este este 2021, y después
de 2 años de su muerte, son muy oportunos los versos de Rumi, el filósofo sufí,
quien decía en su obra Divan-I Shams 683:
“Cuando
yo muera y tú desees visitarme,
no acudas
a mi tumba sin un tambor,
ya que en
el banquete de Dios no hay lugar para los
dolientes.”
Entonces,
en este año, que suenen los tambores, no hay lugar para los dolientes.
Refugio
Pereida (Ozumbilla, Estado de México, 1970). Estudió Periodismo y Comunicación Colectiva
(UNAM) y el Diplomado en Creación Literaria (SOGEM). En 2018 recibió la Presea
Internacional Gaviota, y en 1998, el XIII Premio Nacional de Poesía “Amado
Nervo”.
Ha
publicado los siguientes libros publicados: Túuri; ¡Vale! ¡Vale!; Suerte
de rabia; Los Nada; De noche, una calle; Silencio; Palabra sucia; Cada vez
me cuesta más desnudarme, pero lo hago. Con el Colectivo Ithoa realizó el
libro De Ozumbilla, el pan de muerto. Fiesta de harina y canela
(PACMYC).
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