ALBERTO METHOL FERRÉ: EL FILÓSOFO DEL PAPA
FRANCISCO
por Miguel Pastorino
(Aleteia / 6-8-2019)
Su lectura permite
conocer una filosofía de la historia y una visión de América y de la Iglesia
que sigue siendo hoy una renovada crítica de la mirada que los latinoamericanos
tienen de sí mismos
“El amor impulsa la
inteligencia por el camino del hombre como una madre empuja a su hijo hacia el
futuro. Cristo es el camino, pero a través de muchos caminos históricos siempre
nuevos que exigen nuevas lecturas del tiempo. Desde este punto de vista,
ninguna generación podrá descansar nunca” (A. Methol Ferré). En noviembre de
2019 se cumplen diez años del fallecimiento del pensador uruguayo Alberto
Methol Ferré (1929-2009), un intelectual que marcó la teología latinoamericana
y el pensamiento del Papa Francisco. En su obra se funden filosofía, teología,
sociología de la cultura, geopolítica e historia, y cuyo original pensamiento,
muchas veces fue profético, fue de gran inspiración para varias generaciones de
pastores y teólogos de América Latina.
Un laico católico que
asumió en profundidad el Concilio Vaticano II y prestó un gran servicio a la
Iglesia, especialmente en el Consejo Episcopal Latinoamericano /CELAM). Su
amplia y dispersa producción intelectual, especialmente en artículos,
conferencias y algunos ensayos, hacen difícil una síntesis de su pensamiento.
Pero su lectura permite conocer una filosofía de la historia y una visión de
América y de la Iglesia que sigue siendo hoy una renovada crítica de la mirada
que los latinoamericanos tienen de sí mismos. Un hombre que no se dejó encerrar
por las hegemonías de las décadas que le tocó vivir como intelectual y que supo
ver más lejos, como un verdadero profeta, que sólo es comprendido en
profundidad, más allá de su propia generación.
«Autodidacta, lector incansable, fue
teólogo, filósofo e historiador al mismo tiempo. Siempre atento a la política,
fue también un extraordinario polemista. No me cabe la menor duda de que ha
sido el laico católico latinoamericano más original, en cuanto a pensamiento se
refiere, de la segunda mitad del siglo XX e inicios del siglo XXI». Así lo
describe Guzmán Carriquiry, en el prólogo de El Papa y el Filósofo,
donde también nos recuerda que el Papa Francisco dijo de Methol: “Nos ha
ayudado a pensar” y lo definió como “el genial pensador del Río de la Plata”.
Maestro y amigo de muchos intelectuales latinoamericanos, se transformó en uno
de los intelectuales más grandes que ha dado el Uruguay. J. Espeche Gil expresó
con sintética claridad a este pensador inclasificable para los reduccionismos
ideológicos: “Se esforzó con éxito en mantener y persistir en un difícil arte,
el de la autoridad moral. Siempre consecuente con sus certezas y nunca
obsecuente con tendencias de modas intelectuales –con lo “políticamente
correcto”–, ya sea de derecha o izquierda, y eso se paga por derecha y por
izquierda… Trató, y creo que lo logró, de no estar ni un milímetro más a la
derecha o a la izquierda del Evangelio, pero con una clara y decidida
preferencia por los pobres, sin paternalismos humillantes. En tal caso se
podría deducir erróneamente, que el Evangelio está en un aséptico centro,
cuando en realidad está por arriba del centro, y por arriba de la derecha y de
la izquierda. Pero participaba de un Evangelio encarnado, para que no fuese
solamente un montón de papel encuadernado durmiendo en alguna biblioteca”.
Un pensador original
Muchas veces se lo encasilló en
esquemas ideológicos por sus afinidades políticas, pero Methol huyó de las
teorías abstractas y utópicas que no consideran al ser humano concreto, ni la
realidad de los pueblos y su cultura. Alejado de reduccionismos sociológicos,
apostó a una teología de la cultura y del pueblo inseparable de la convicción
de que América Latina es ante todo una comunidad lingüística y de fe, que hacen
del continente una “Patria Grande”.
Habiendo estudiado en profundidad la
historia del continente, Methol se lamentó del fraccionamiento de América y de
su identidad, como “ruptura de la cristiandad indiana”. Para el pensador
uruguayo el rol histórico que juega América Latina en lo político como en la
fe, debe comenzar por la reconstrucción de su unidad, por su integración que es
posibilidad de su desarrollo. En este sueño, la cultura juega un papel
fundamental, por lo cual es esencial el diálogo entre fe y cultura,
revalorizando la religiosidad popular tan propia de América. Según la
historiadora Bárbara Díaz, la categoría de “Pueblo” entendida como “un grupo de
personas que comparten una cultura común”, utilizada por Methol y por el Papa
Francisco, permite a ambos autores evitar abstracciones para una correcta
comprensión del pasado y de la actualidad. La unidad en una comunidad universal
implica tener conciencia del otro, del prójimo concreto, con su riqueza
diferente y específica que aporta al bien común.
Ambos compartían el sueño de la Patria
latinoamericana que revaloriza la tradición popular cristiana y que llegará la
hora de que América Latina ocupará su lugar con su rostro propio en el mundo
globalizado. Por otra parte, para Methol el Concilio Vaticano II supuso la
definitiva reconciliación de la Iglesia con la mejor Modernidad, creando una
nueva ilustración.
Sobre el ateísmo y la cultura
hedonista
Una expresión muy iluminadora en el
pensamiento de A. Methol, es el paso del ateísmo mesiánico al ateísmo
libertino. El ateísmo mesiánico -marxista- que se pretendía sucedáneo de la
religión, se proponía explícitamente la eliminación de Dios. Sin embargo,
paradójicamente, esta doctrina atea llena de propuestas de redención
intrahistórica, al eliminar a Dios y toda forma de trascendencia se
autodestruyó por dentro. Con la caída del comunismo, el ateísmo cambió
radicalmente de figura y se volvió libertino, hijo del llamado “capitalismo
salvaje”. El ateísmo libertino de la sociedad de consumo no es revolucionario
en sentido social, sino cómplice del statu quo; no se interesa por la
justicia sino por todo lo que permite cultivar un hedonismo social. Los
ateísmos humanistas de la modernidad oponían el hombre a Dios (Feuerbach, Marx,
Nietzsche, Freud, Sartre) y el grito era “Dios ha muerto”. La imagen de Dios
que coarta la libertad del hombre, les llevó a elegir entre el hombre y Dios,
como antagonistas. Lo cierto es que, caídos los pretendidos sucedáneos de la
religión, el hombre mismo es liquidado en una antropología que se vuelve
relativista y que -como el estructuralismo- disuelve al hombre en un sinfín de
conceptos y estructuras culturales y sociales, dando prioridad a las estructuras
antes que a la persona, matando también al hombre. Aniquilando a Dios, se
aniquiló al hombre y ahora el ateísmo postmoderno ha sido catalogado de
indiferente. Lipovetsky expresa que el problema de la postmodernidad “no es que
Dios haya muerto, sino que a nadie le importa”, y esta es la novedad del
nuevo ateísmo: no hay confrontación, sino indiferencia que sólo se centra en el
propio interés, dejando morir lo que no le interesa.
Lo que muchos filósofos comenzaron a
ver que sucedía con la religión y el ateísmo en una cultura postmoderna y de
liquidación ideológica, Methol lo había intuido con magistral claridad.
“El contemporáneo es
un ateísmo distinto del precedente, que perseguía la desaparición del fenómeno
religioso y se organizaba en función de este objetivo. Aparentemente no se
organiza institucionalmente para ese fin, sino que, como una difusa presencia,
impregna la sociedad con un mínimo de formas sociales establecidas. En un mundo
sin valores, el único valor que permanece es el del más fuerte; donde todo
tiene idéntico valor prevalece un solo valor: el poder. El agnosticismo
libertino se transforma en el principal cómplice del poder establecido; de
hecho, la forma más característica de difundirse es la propaganda, que a su vez
está en función de un mayor lucro para quien detenta más poder” (Methol Ferré).
Según Methol el drama
de nuestro tiempo es que el hedonismo y el escepticismo indiferente se ha
vuelto un modo de vida de millones. Estaba convencido de que un capitalismo
como el de los años 60, que se apoyaba más en el consumo que en el trabajo
productivo, era campo propicio para el renacimiento de mitos consumistas y el
libertinaje comienza a difundirse en las clases altas. Nace junto al
escepticismo y caminan juntos. El ateísmo es sobre todo, “de consumo”, factible
en un mundo sumamente ocioso. Hace falta gozar de una cierta renta para poder
dedicarse al consumo full time, a la búsqueda de la satisfacción
estética, individual, caprichosa. El Papa Francisco lo ha expresado como “ateísmo
hedonista”, indicando su difusión global y como un nuevo “opio de los pueblos”,
que adormece las conciencias. El pensamiento de Alberto Methol Ferré, aunque ha
tenido un gran impacto sobre más de una generación de intelectuales
latinoamericanos, es hoy para muchos desconocido. El interés de muchos
pensadores actuales en las ideas del primer Papa latinoamericano ha colaborado
en el redescubrimiento del filósofo uruguayo.
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