20/12/21

MARYSE RENAUD (82)

 

 

A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI

 

Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola

 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

OCTOGESIMOSEGUNDA ENTREGA    

 

SEGUNDA PARTE

 

LAS DOS CARAS DE LA TRANSGRESIÓN

 

CAPÍTULO SEGUNDO

 

EL SUEÑO

 

1. LA PRIMACÍA DEL SUEÑO (4) 

 

No cabe duda, sin embargo, que -de acuerdo a lo que se revela insistentemente en una publicación tan temprana como El pozo- la actividad onírica ocupará un lugar privilegiado en la categoría de valores. Y esa vigorosa valorización de lo imaginario no se debilitará en textos posteriores. Alcanza con profundizar en el episodio psíquicamente determinante de “la aventura de la cabaña de troncos” para ver perfilarse una de las principales líneas rectoras del universo onettiano: la que constituye la primacía de lo imaginario y del deseo. Pero recordemos brevemente el desarrollo de los hechos. Eladio Linacero decide contar su historia. De modo que el lector se encontrará frente a un “prólogo” constituido, según el narrador, por sucesos auténticos directamente sacados de la realidad objetiva: la fiesta de fin de año en casa de sus padres, su encuentro con Ana María, la trampa tendida a la muchacha y finalmente la afrentosa agresión sexual de la que se siente culpable. La “aventura”, por el contrario, relatada en forma fragmentaria en la secuencia 3 de El pozo, y luego retomada y ampliada, se presentará como posterior al “prólogo”, produciéndose entonces una importante inversión sígnica: la violencia sádica se irá convirtiendo en contemplación serena. Sin embargo, algo hay que nos alerta. En la secuencia 2, antes de contar el ataque a la muchacha, Eladio Linacero precisa como fortuitamente:

 

Puede parecer mentira: pero recuerdo perfectamente que desde el momento en que reconocí a Ana María -por la manera de llevar un brazo separado del cuerpo y la inclinación de la cabeza- supe todo lo que iba a pasar esa noche. Todo menos el final, aunque esperaba una cosa con el mismo sentido. Me levanté y fui caminando para alcanzarla, con el plan totalmente preparado, sabiéndolo, como si se tratara de alguna cosa que ya nos había sucedido y que era inevitable repetir (14)

 

Por lo tanto, la trampa y la agresión constituyen la simple materialización de una escena inicialmente fantástica. Y la “aventura” idealizada en la cabaña de troncos, estructuralmente ligada al episodio de la agresión, se revela como anterior, desde el punto de vista psíquico, a la consumación real del ultraje. Porque, a decir verdad, Eladio Linacero ha soñado su propia vida antes de vivirla: ha experimentado interiormente, antes de poder expresarlas con hechos, la violencia sádica y la delicadeza contemplativa.

 

Lo específico de lo imaginario consiste pues en adelantarse a lo real, sustituyendo los inciertos rumbos de la acción por las oscuras pero intensas certidumbres del sueño:

 

Allí acaba la aventura de la cabaña de troncos. Quiero decir que es eso, nada más que eso. Lo que yo siento cuando miro a la mujer desnuda en el camastro no puede decirse, no conozco las palabras. Eso, lo que siento, es la verdadera aventura (15).

 

Este parece ser, en última instancia, el sentido de la insólita “aventura” narrada en la novela. A través de una lenta y tortuosa progresión, la imaginación de Eladio Linacero deja entrever su secreto. Lo inconfesable y lo inefable se expresarán recurriendo a la neutralidad de giros alusivos (“lo que yo siento”) y a la ambigüedad del verbo “sentir”. Como podemos ver, la “aventura” nos introduce insensiblemente en el movedizo terreno del sentimiento, la sensación y el placer.

 

Sueño, aventura, sentimiento y placer se reencontrarán igualmente reunidos en las obras posteriores de Juan Carlos Onetti. Ellos constituirán a menudo el entramado secreto, como sucede en el caso de dos textos muy diferentes entre sí: La vida breve y Para una tumba sin nombre. En La vida breve, el deambular imaginario de Brausen (más tarde elevado a la categoría de argumento real) deja entrever con bastante rapidez su condición fantástica. Imaginación y deseo aparecerán indisolublemente ligados. Santa María, la ciudad mítica creada por Brausen, se origina en una doble aspiración: la urgente necesidad de recuperar una todavía fresca sensación de felicidad, así como la de sustituir lo que fue su matrimonio por un amor ficticio:

 

Estaba, un poco enloquecido, jugando con la ampolla, sintiendo mi necesidad creciente de imaginar y acercarme a un borroso médico de cuarenta años, habitante lacónico y desesperanzado de una pequeña ciudad colocada entre un río y una colonia de labradores suizos, Santa María, porque yo había sido feliz allí, años antes, durante veinticuatro horas y sin motivo (16).

 

Notas

 

(14) Ibíd., pp. 10-11.

(15) Ibíd., p. 19.

(16) La vida breve, Cap. 2, p. 18.

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