CHARLES BUKOWSKI
JAMÓN Y CENTENO
(LA SENDA DEL PERDEDOR)
Ham on Rye (Black
Sparrow Press / Santa Bárbara / 1982)
VIGESIMOQUINTA ENTREGA
22
Un día se me arrimó un
compañero, igual que como me había pasado en la escuela primaria con David. Era
chiquito y flaco y casi no tenía pelo. Lo llamaban Baldy (el Calvito). Se
llamaba Eli LaCrosse. El nombre me gustaba, pero él no. La cosa es que me seguía.
Era tan infeliz que no podía decirle que se borrara y me dejara tranquilo.
Parecía un perro vagabundo, muerto de hambre y reventado a patadas. Y como yo
sabía lo que era sentirse igual que un perro vagabundo lo dejaba seguirme. Se
pasaba todo el tiempo puteando pero era todo fingido, porque era un tipo que
vivía asustado. Yo no vivía asustado pero era bastante inseguro, así que al
final formamos una buena pareja.
Cuando salíamos de la
clase lo acompañaba todos los días a la casa. Él vivía con sus padres y con su
abuelo en una casita que quedaba del otro lado de un pequeño parque. Aquella
zona me gustaba por las grandes sombras de los árboles. Como la gente me decía
que era feo prefería esconderme en lugares oscuros.
Baldy me contó que su
padre había sido un cirujano exitoso que perdió el título por borracho. Un día
lo conocí. Estaba sentado en una silla abajo de un árbol, sin hacer nada.
-Papá -dijo Baldy-, te presento
a Henry.
-Hola, Henry.
Me hizo acordar a la
primera que vi a mi abuelo, parado en el porche de su casa. El padre de Baldy
tenía el pelo y la barba negros, pero los ojos eran iguales de extraños y
luminosos. El problema era que su hijo no brillaba para nada.
-Vení conmigo -dijo Baldy.
Bajamos al sótano. Era
oscuro y húmedo y demoré un rato en poder distinguir algo. Entonces pude ver
unos cuantos barriles.
-Aquí hay diferentes
vinos -dijo Baldy-. Cada barril tiene una canilla. ¿Querés probar alguno?
-No.
-Dale, probá.
-¿Por qué?
-¿Sos hombre o no sos
hombre?
-Tengo huevos.
-Entonces tomate un
trago.
Así que Baldy me
desafiaba. Ningún problema. Entonces puse la cabeza abajo de un barril.
-¡Abrí la canilla! ¡Y
abrí la boca!
-¿Aquí no habrán arañas?
-¡Dale! ¡Dale, carajo!
Puse la boca en la
canilla y la abrí. Me cayó un líquido perfumado en la boca y lo escupí.
-¡No seas cagón!
¡Tragátelo, carajo!
Abría la boca y la
canilla y me tragué el líquido perfumado. Después cerré la canilla y me paré.
Tenía ganas de vomitar.
-Ahora tomá vos -le dije
a Baldy.
-¡Claro! -dijo-. ¡Yo no
tengo miedo!
Se puso abajo de un
barril y tomó un trago largo. Un mierdita como aquel no iba a dejarme atrás. Me
puse abajo de un barril y tomé otro trago. Me le levanté. Ahora me empezaba a
sentir bien.
-Che, Baldy -le dije-,
esto me gusta.
-Bueno, carajo. Entonces
tomá más.
Tomé un poco más. Cada
vez me gustaba más. Cada vez me sentía mejor.
-Pero esto es de tu
padre, Baldy. No podemos tomárselo.
-A él no le importa. Dejó
de tomar.
Nunca me había sentido
tan bien. Era mejor que masturbarse.
Tomé de varios barriles.
¿Por qué nadie me había dicho que existía esto? La vida era grandiosa, el
hombre era perfecto, nada podía joderlo.
Me paré y miré a Baldy.
-¿Dónde está tu madre?
¡Me la voy a cojer!
-¡Si te acercás a mi
madre te mato, hijo de puta!
-Sabés que puedo hacerte
mierda, Baldy.
-Sí.
-Está bien. No me cojo a
tu madre.
-Bueno. Vámonos, Henry.
-Otro traguito…
Me acerqué a un barril y
tomé un trago largo. Después salimos del sótano por la escalera. El padre de
Baldy seguía allí sentado.
-¿Estuvieron en la bodega,
eh?
-Sí -dijo Baldy.
-¿Empezaron demasiado
pronto, no?
No le contestamos. Fuimos
hasta el bulevar y entramos en un almacén. Compramos varias cajas de chicles y
nos los apelotonamos en la boca. A él le preocupaba que su madre lo descubriera.
A mí no me importaba nada. No sentamos a masticar chicles en un banco del parque
y yo pensé, bueno, ahora sí que encontré que me va a ayudar a vivir. El pasto se
había puesto más verde, los bancos parecían más cómodos y las flores brillaban.
A lo mejor aquella bebida no era buena para los cirujanos, pero que alguien
quisiera ser cirujano ya mostraba desde el principio que no estaba muy bien de
la cabeza.
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