19/9/12

JOHN DONNE (1572 – 1631)
 
DEVOCIONES
 
(versión y prólogo de Alberto Girri)
 
 
OCTAVA ENTREGA
 
 
IX
 
 
Medicamina scribunt
 
Después de su consulta, recetan
 
 
Me han visto, y me han escuchado, me han sometido a proceso engrillado, y han recibido la evidencia; han cortado mi anatomía, disecado mi ser, y van a leer sobre mí. ¡Oh, qué múltiple e intrincada cosa, más aun, qué proterva y varia es la ruina y la destrucción! Dios las obsequió a David de tres clases, guerra, hambre, y pestilencia; Satanás jamás dejó estas a un lado y trajo fuegos del cielo, y vientos del desierto. Si se trata no de ruina sino de enfermedad, vemos que los maestros de este arte apenas pueden enumerar, no nombrar, todas las enfermedades; todo lo que perturba una facultad y su función, es una enfermedad; no les serán de ninguna utilidad nombres tomados del lugar afectado, como la pleuresía; ni los tomados de los efectos causados, como la epilepsia; no tienen nombre suficientes, ni de lo que la enfermedad produce ni de donde está localizada, sino que deben sacar nombres de aquello a lo que se parece, a lo que se asemeja, por algún rasgo, pues de otra manera les faltarán nombres; y así ocurre con el Lupus, el Cáncer, los Pólipos; y esa cuestión acerca de si hay más nombres que cosas es tan intrincada en las enfermedades como en cualquier otra cosa, con la excepción de que es fácil resolverla diciendo que hay más enfermedades que denominaciones. Si la ruina estuviera reducida a esa única forma, y el hombre sólo pudiera sucumbir por enfermedad, los peligros, no obstante, serían infinitos; y si la enfermedad estuviera reducida a una única forma, y no hubiera más enfermedad que la fiebre, las formas de esta, sin embargo, aun serían infinitas; sobrecargaría y agobiaría cualquier naturaleza, desordenaría y turbaría cualquier memoria artificial para dar los nombres de diversas fiebres; qué intrincado trabajo tienen, pues, los que han ido a hacer una consulta sobre cuál de esas enfermedades es la mía, y luego cuál de esas fiebres, y luego cómo actuará, y luego cómo puede ser contrarrestada. Pero aun en la enfermedad hay, hasta cierto punto, algo de bueno, cuando el mal admite consultas. En muchas enfermedades, lo que no es sino un accidente, sólo un síntoma de la enfermedad principal, es tan violento que el médico debe atender a curarlo, aunque postergue (tanto como pueda interrumpirla) la curación de la enfermedad en sí. ¿No sucede también esto con los Estados? Algunas veces las insolencia de los grandes produce conmoción en el pueblo; la gran enfermedad, y el gran peligro para la Cabeza, es la insolencia de los grandes; y sin embargo ponen en práctica la ley marcial y realizan ejecuciones en el pueblo, cuya conmoción no era más que un síntoma, sólo un accidente de la enfermedad principal; pero este síntoma, habiéndose vuelto tan violento, no da tiempo para consultas. ¿No es también así en los accidentes de nuestras enfermedades mentales? ¿No es evidente en nuestros afectos, en nuestras pasiones? ¿Si un hombre colérico está listo para golpearme, debo purgar su cólera o parar el golpe? Pero cuando hay ocasión de hacer consultas las cosas no son desesperadas. Se hace la consulta; de modo que nada es hecho imprudentemente ni inconsideradamente; y luego ellos recetan, ellos escriben, de manera que nada es hecho en forma secreta, embozada, inevitable. En las enfermedades corporales no siempre es así; a veces los hechos son tan sorpresivos, que el magistrado no pregunta lo que por ley ha de hacerse, sino que hace lo que debe hacerse necesariamente en tal caso. Pero hay un grado de bien en el mal, un grado que trae consigo esperanza y consuelo, cuando podemos recurrir a lo que está escrito, y los procedimientos pueden ser abiertos, e ingenuos, y sinceros, pues ello implica satisfacción y aquiescencia. Los que han recibido mi anatomía, consultan, y terminan su consulta recetando, y recetando un purgante; remedio apropiado y conveniente; pues si debieran volver, y regañarme por alguna perturbación que hubiera ocasionado, inducido, o que hubiera acelerado y exaltado esta enfermedad, o si debieran comenzar ahora a escribir las indicaciones para mi dieta, y ejercicios para cuando esté bien, esto sería anticipar, o postergar su consulta, y no me darían purgante. Sería más bien una vejación que un alivio, decirle a un condenado: “Me alegro de que sepan (nada les es ocultado), me alegro de que consulten (nada se ocultan entre sí), me alegro de que escriban (nada ocultan al mundo), me alegro de que escriban y receten purgante; de que haya remedios para el caso presente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario