CINCO
MINUTOS CON FELISBERTO HERNÁNDEZ
Nota
introductoria
Esta
entrevista fue publicada el 8 de mayo de 1926 en la columna “Del ambiente
musical” en el diario montevideano El Día, edición de la tarde, publicación
cotidiana que en 1886 fundara José Batlle y Ordóñez y que cerró el 24 de
setiembre de 1993. El periódico se presentó también con los nombres El Día-El Ideal,
El Ideal-El Día, tratándose de ediciones vespertinas, o simplemente El Ideal.
Respondía a los intereses del Partido Colorado y para promover la candidatura
de Julio Herrera y Obes comenzó en 1889 a venderse “a vintén”, modificando el sistema
de adquisición por suscripción que coartaba el acceso a la prensa a grandes
sectores de la población. En sus páginas era posible leer, además de los
artículos de carácter político partidario, los de crítica literaria que desde
1919 y durante casi una década publicó Alberto Zum Felde, quien había anunciado
como propósito el de realizar una completa revisión de la literatura uruguaya.
Luego de la publicación de más de 800 artículos en el mencionado periódico, esa
tarea fue especialmente continuada por el prestigioso crítico e historiador de
la cultura uruguaya en su “Proceso intelectual del Uruguay y crítica de su
literatura” (1930), con reediciones ampliadas y corregidas en 1941 y 1967.
Si
bien esta entrevista no es de su autoría –Zum Felde no escribirá sobre
Felisberto Hernández hasta muy consolidada su obra– y no nos fue posible
identificar al autor de la misma, el texto cobra interés en sí mismo. En primer
lugar, porque es el único diálogo con Hernández que se haya publicado, al menos
hasta donde se ha podido averiguar. En segunda instancia, es la única
oportunidad en que Felisberto Hernández explica su “teoría” sobre la
interpretación musical. Además, es el primer texto en el que menciona la
estrecha relación que le unía al narrador uruguayo José Pedro Bellan y a su
familia.
También
es relevante, desde el punto de vista de la percepción que la crítica y los
periodistas tenían de la obra literaria de Hernández o de las de sus coetáneos,
que ni Zum Felde ni otro crítico de la época hayan reparado en él para sus
comentarios sobre la literatura uruguaya. Esto sale claro cuando el periodista
que lo entrevistó afirma que el “arte” de Hernández es “la música”, siendo que
ya había publicado en 1925, “Fulano de tal”, un librillo de 8 x 11 cm. y el
relato “Genealogía” en la revista “La Cruz del Sur” (año 2, Nº 12, 10 de marzo
de 1926). Se trata, en suma, de la prehistoria de Hernández como narrador,
aunque ya entonces tuviera un cierto prestigio local en cuanto músico y una
trayectoria de varios años en ese desempeño.
Luis
Volonté
Universidad de la República (Montevideo, Uruguay)
Estamos
tête a tête con Felisberto Hernández,
alta inteligencia y delicada sensibilidad. Nos observa con un profundo mirar y
nos habla apasionadamente de su arte: la música. De su infancia, nos dice:
Cuanto tenía nueve años
me pusieron a estudiar el piano. Los días de lección salía muy temprano de
Atahualpa, donde vivían mis padres. Asistía a las clases de la “Escuela
Artigas” y, luego de terminadas estas, concurría donde mi maestro de música,
dando mis lecciones hasta las dos de la tarde. El retorno, en consecuencia, lo
hacía a eso de las tres. Dos grandes amigos, dos inteligencias superiores
avivaban en mi espíritu la llama del entusiasmo: Vaz Ferreira y José Pedro
Bellan. En casa de este último todos eran halagos y estímulos para mi. Es la
familia Bellan, un raro conjunto de seres de verdadera cultura y de inmensa
bondad...
De
su situación espiritual frente al Arte, nos habla de esta manera:
Toda la vida he tenido
la duda si sería compositor o ejecutante: debiendo confesar que me faltan para
ser esto último las condiciones que adornan a los seres superficiales, que
sacrifican las cuestiones de fondo a la memoria sumamente desarrollada, a la
reacción rápida y a la voluntad especial de acción.
Con
este motivo hablamos de los ejecutantes que a diario visitan nuestra urbe. Y
nuestro interlocutor nos expresa:
Por lo general, tienen
éstos excelentes cualidades de instrumentistas. Pero al hacerse cotizables como
tales, sacrifican por lo general al hombre receptor superior, al que trata de
llegar a la comprensión de la obra creada, de percibir los valores geniales,
los más hondos...
Sobre todo hay dos grandes peligros en los
intérpretes. Uno de ellos es no tener técnica. Me refiero a la falta de
conocimiento del estado actual de la técnica, que da facilidad y buenas
calidades de instrumentistas. Y es éste el peligro más visible.
Pero hay otro peligro muchísimo más grande, en el
que caen la mayoría de los grandes intérpretes de la Humanidad: el tener
técnica.
Porque la transforman
en un fin, en vez de hacer de ella el medio que debe necesariamente ser. Es la
obra artística al revés, pues viene a ser un medio para la exposición de
determinada técnica. Y si la actividad estética del genio es producto de la
enfermedad del genio, como la perla es el producto de la enfermedad de la
ostra, queda tan ridículo el aparentar esa enfermedad estética, como el poner ciertos
productos químicos a las ostras para que den perlas. Y en música, se conoce
fácilmente el que va a buscar las cosas –aunque las encuentre– y aquel a quien
vienen –digamos así– por una superioridad innata de su espíritu.
Yo tengo la opinión de
que los intérpretes de la hora no saben establecer en ese sentido una jerarquía
de valores. Lo primero que ellos desconocen es el criterio con que deben sentarse
ante un piano. Porque si el intérprete es un intermediario entre el autor y la
obra, debe abandonar su temperamento para ir al temperamento del autor. Se sabe
que esto no se puede conseguir absolutamente porque no hay dos sistemas
nerviosos iguales; pero el caso es que generalmente los intérpretes se proponen
hacer la obra a través de sus temperamentos.
Y fácil resulta
comprender que cuando un intérprete quiere poner su temperamento, cuando
ejecuta partituras de Beethoven, por ejemplo, éste sale necesariamente
perdiendo...
¿Usted
entiende entonces que el intérprete de talento debe ser como un sirviente
superior del genio?
Pero como le señalaba,
ocurre en este caso lo que sucede con todos los sirvientes. Tienen una enorme
falta de respeto interior en cuanto dice [en] relación con su amo.
En
lo referente a su labor de futuro como ejecutante, concluyó por significarnos:
Me propongo ser un fiel
intermediario. Trataré de exponer con la mayor amplitud posible valores
distintos en un sentido emocional distinto.
Bregaré conmigo mismo para no tener mi manera. Y
será mi principal punto de mira la justa valorización de lo creado. Claro está
que esto lo digo refiriéndome a las actividades superiores.
La vida me obligó también
a ser músico obrero. Y como tal voy por esos mundos, sin que nunca se manche mi
puro oriflama de ideales superiores.
Los
ojos de Hernández tenían al finalizar la plática una expresión de infinita
tristeza. Cuantas soñadas armonías de un valor superior, pensamos, deberán
inclinarse mañana vehemente en el piano de este músico de alma ante el acorde
popular sin significación artística, que imponen con imperativo mandato los
oyentes...
Es
la ruda realidad triunfando sobre el ideal...
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