JOSÉ LEZAMA LIMA
LA EXPRESIÓN AMERICANA
NOVENA ENTREGA
CAPÍTULO I (2)
Mitos y cansancio clásico (2)
Que la valoración de los enlaces históricos y de la estimación crítica,
tenía que ir forzosamente a un nuevo planteamiento, era cosa esperada con
júbilo. Un Ernest Robert Curtius o un T. S. Eliot lo anticiparon con indicios e
intuiciones. “Con el tiempo, nos dice Ernest Robert Curtius, resultará
manifiestamente imposible emplear cualquier técnica que no sea la de la
“ficción”. Es decir, añadimos nosotros, que los estilos y las escuelas, la
figura central imaginaria y las voces corales, los que iniciaron formas de
expresión o los que amortiguaron decadencias, tienen que realizar, de acuerdo
con las nuevas posibilidades de una apreciación más profunda y sutil, su
periplo y el relieve de sus adquisiciones. Ahora bien, esa técnica de la
“ficción”, no tiene nada que ver con la crítica de la evocación, puesta de moda
por Walter Pater en sus estudios sobre Joachin Du Bellay o Watteau. Una técnica
de la ficción tendrá que ser imprescindible cuando la técnica histórica, no
pueda establecer el dominio de sus precisiones. Una obligación casi de volver a
vivir lo que ya no se puede precisar.
En el período correspondiente a la novelística de Joyce, la crítica
asomó sus perplejos, se encontró sofocada por la elemental cuestión de los
géneros, de un realismo que creaba su propia realidad, de una filología
manejada por la sanguínea reventazón de una gigantomaquía primitiva. Eliot
valoraba esta obra considerada caótica, precisamente por oponerse al caos de
nuestra época, buscando el reverso de los mitos. “La psicología, nos dice
Eliot, (tal cual es, y nuestra razón sea cómica o seria), la etnología y La rama dorada, han concurrido a hacer
posible lo que era imposible hasta hace unos pocos años. En lugar del método
narrativo, debemos usar ahora el método mítico”. Sabemos que en el caso
particular de Mr. Eliot, el método mítico era más bien mítico crítico, conforme
a su neoclasicismo a outrance, que
situaba en cada obra contemporánea la tarea de los glosadores para precisar su
respaldo en épocas míticas, pues él es un crítico pesimista de la era
crepuscular. Pesimista en cuanto él cree que la creación fue realizada por los
antiguos y que a los contemporáneos sólo nos resta el juego de las
combinatorias. Es más, lo convierte en uno de los temas de su poema East Coker:
…Y lo que hay que conquistar
Por la fuerza y la sumisión ha
sido ya descubierto
Una, o dos, o varias veces, por
hombres a los que no puede esperarse
Emular -pero no hay competencia-
Sólo existe la lucha por recobrar
lo que se ha perdido
Y encontrado y vuelto a perder
muchas veces: y ahora en condiciones
Que no parecen propicias. Pero
tal vez ni ganancia ni pérdida
Para nosotros, sólo existe el
intento. El resto no es cosa nuestra.
Eliot pretende, en realidad, no acercarse a los nuevos mitos, con
respecto a los cuales parece mostrarse dubitativo y reservado, o a la vivencia
de los mitos ancestrales, sino el resguardo que ofrecen esos mitos a las obras
contemporáneas, los que le otorgan como una nobleza clásica. Por eso, su
crítica es esencialmente pesimista o crepuscular, pues él cree que los maestros
antiguos no pueden ser sobrepasados, quedando tan solo la fruición de repetir,
tal vez con nuevo acento. Apreciación cercana al pesimismo spengleriano y al
eterno retorno que asegura en la finitud de las combinatorias, el posible ricorsi.
Nuestro método quisiera más acercarse a esa técnica de la ficción,
preconizada por Curtius, que al método crítico mítico de Eliot. Todo tendrá que
ser reconstruido, invencionado de nuevo, y los viejos mitos, al reaparecer de
nuevo, nos ofrecerán sus conjuros y sus enigmas con un rostro desconocido. La
ficción de los mitos son nuevos mitos, con nuevos cansancios y terrores.
Para ello hay que desviar el énfasis puesto por la historiografía
contemporánea en las culturas para ponerlo en las eras imaginarias. Así como se
han establecido por Toynbee veinte y un tipo de culturas, establecer las
diversas eras donde la imago se impuso como historia. Es decir, la imaginación
etrusca, la carolingia, la bretona, etcétera, donde el hecho, al surgir sobre
el tapiz de una era imaginaria, cobró su realidad y su gravitación. Si una
cultura no logra crear un tipo de imaginación, si eso fuera posible, en cuanto
sufriese el acarreo cuantitativo de los milenios sería toscamente
indescifrable.
Sobre ese hilado que le presta la imagen a la historia, depende la
verdadera realidad de un hecho o su indiferencia e inexistencia. Cuando en la Chanson de Roland, se consigna con gran
precisión que en la conquista de Zaragoza, Carlomagno tenía doscientos veinte
años; cuando vemos que los sarracenos juran por Apolo y por Mahoma; cuando al
vencer Roldán a un árabe se afirma que “le sacó el alma con la punta de la
lanza”, son todos hechos gravitados por la era carolingia, por un tipo de
imaginación hipostasiada. Las hagiografías de las tribus franco germanas, la
gran batalla de Carlos el Martillo, el misterio de las catedrales con sus
símbolos esotéricos pitagóricos, son manifestaciones de una era que podemos
llamar de la imaginación carolingia, donde la fuerte liaison teocrática, favorecían los prodigios y las islas de
maravillas… El pueblo de Dios tenía la verdad imaginativa de que el elegido, el
llamado, no tenía que dar cuenta a la realidad con un causalismo obliterado y
simplón.
Sorprendido ya ese cuadro de una humanidad dividida por eras
correspondientes a su potencialidad para crear imágenes, es más fácil percibir
o visualizar la extensión de ese contrapunto animista, donde se verifican esos
enlaces, y el riesgo o la simpatía en la aproximación del sujeto metafórico…
Esa sorpresa de los enlaces establece como una suerte de causalidad
retrospectiva. Si subrayamos en Rilke: pues nosotros, cuando sentimos,
evaporamos. Si nos encontramos después, en el que es para nosotros el más bello
de los monólogos de Hamlet: Que este cuerpo sólido, demasiado sólido, no pueda
disolverse en rocío. Si después leemos en Suetonio, que el Emperador Augusto,
para significar que estaba enfermo, consignaba: me encuentro en estado
vaporoso. A través de esos enlace retrospectivos, precisamos la vivencia de la aporroia de los griegos, de su concepto
de la evaporación, y como esa tendencia para el anegarse en el elemento
neptunista o ácueo del cuerpo, ha estado presente con milenios de separación,
en un poeta contemporáneo, en un monólogo de Hamlet, en los peculiares modos de
conversación de un emperador romano y en los conceptos movilizados casi con
fuerza oracular por el pueblo griego.
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