IDEA VILARIÑO
SEGUNDA ENTREGA
“Dedicas tus libros a J.C.O. ”
Aunque este libro está dedicado a J.C.O., no todos los poemas son suyos.
Lo son, sin duda, los más dolorosos o desolados. No porque aquel amor fuera
así, sino porque fueron escritos en momentos así.
“¿Escribes en versos libres?”.
(Es difícil entrevistar a Idea, tal parece
que no cree en las preguntas, no cree en las respuestas, no cree en nada. Hago
las preguntas de cajón a las que responde sin entusiasmo, sólo por cortesía y
porque finalmente todos nos vamos a morir y eso tampoco importa. Repaso
mentalmente su poema: "Lejano infancia paraíso cielo / oh seguro, seguro
paraíso / no quiero ya no quiero / la sucia sucia sucia luz del día.")
¿Las influencias? Sí, hay que pensar en los admirables poemas de amor de
Salinas, tan intelectuales; en los juegos inteligentes y llenos de humor de
Queneau. ¿Jiménez? Tal vez tenga yo influencia de Jiménez en los primeros
poemas que publiqué, finalmente no creo que tenga muchas influencias. Como le
dije al principio mi poesía soy yo.
“¿La crítica?”
Así como me importa mucho el juicio moral sobre mi conducta política,
gremial, etcétera, nunca
me importó lo que se dijera sobre lo que escribo. Ni nunca me sirvió de nada.
Recuerdo haber atendido una observación de Juan Carlos Onetti, otra de Manuel
Claps, una de mi hermana Poema. Eso es todo.
La mayor parte de lo que se ha escrito sobre mi obra es en extremo
comprensivo y generoso, salvo los malentendidos de siempre. Sin embargo, nunca
lo miro sino muy rápidamente, y el sentimiento predominante es de violencia, de
rechazo, porque está invadiendo mis fueros más privados. Naturalmente que la
culpa es mía por publicar mis poemas. La propia índole de lo que escribo lleva
al crítico a ocuparse de la persona más que de lo hecho.
No sé si me reconocería por la calle o en cualquier circunstancia. Uno
de mis problemas es hoy un problema de identidad. Tal vez porque no se puede
ser tantas cosas y en tantos planos como estamos obligados a ser, y a seguir
sabiendo quiénes somos. Recuerdo que una noche en Cuba me puse a leer mis
propios poemas para saber quién era.
"Yo. / No sé quién soy. / Mi nombre / ya no me dice nada. / No sé
qué estoy haciendo. / Nada tiene ya más que ver con nada. / Digo yo / por
decirlo de algún modo."
"El acto más privado de mi vida"
“Entonces ¿para qué publicas?”
¿Por qué he publicado? La poesía puede ser como el acto creador algo muy
íntimo, pero una vez realizada podría darse la necesidad de comunicación.
Bueno, tal vez algo falla porque tampoco la siento. No tengo en ese campo los
reflejos propios de un escritor y que funcionan cuando escribo ensayos, por
ejemplo. Pero viviendo entre escritores, siendo yo misma un crítico, vi en
algún momento que este o aquel conjunto de poemas siempre poemas de cierto
tiempo, como para poder considerarlos objetivamente, como si fueran de otro,
casi vi que tenían
coherencia, que eran un libro. Y entré en el juego. No estoy segura de que esta
sea la explicación correcta u honesta. Hay una evidente dicotomía. Sé que
desearía no haber publicado nunca. No me importa ya cuando se trata de
reediciones. Pero dado el carácter de dolorosa intimidad de la mayor parte de
mis poemas, sentí, después, cada libro como un acto de impudicia, de
exhibicionismo. Hay poemas que nunca publiqué ni mostré a nadie. Eso debería
haber hecho con todos. O casi. A esta altura ya todo eso importa poco.
“Pero tu poema Los Orientales es
un acto político que se canta en las plazas públicas de Uruguay y eres
considerada una opositora, una contestataria, una combatiente. A ti te buscan
los jóvenes, te admiran”.
Otra cosa pasa con los poemas de respuesta, con los de carácter
político, con las canciones que buscan naturalmente un público. No creo que se
trate de sacrificar sino de escribir en otra tesitura, dando voz a otros,
diciendo lo que debe decirse, lo que la gente quiere o necesita oír.
Cuando la lucha contra el Tratado Militar con Estados Unidos publiqué
algunos poemas políticos: uno, que nunca más vi, "En marcha"; otro,
"A Guatemala", que no gustaron a nadie. Pero el Uruguay era otro. Con
un poco de distracción todavía eran posibles el individualismo, el
retraimiento, el trabajo intelectual reposado. Hubo la tarea absorbente de
hacer la revista “Número”, hubo
una buena dosis de enfermedad, dificultades, amor.
“¿Qué significó Número para ti?”.
¿A quién puede importarle Número
hoy? Éramos "escritores", gente distinta que irrumpía en una especie
de vacío literario, y construimos nuestro vehículo. En un país que vegetaba, o
se pudría opacamente, y en un medio literario que seguía el mismo camino
teníamos una tarea cultural convencional y alineada, pero necesaria y creadora,
entre las manos. Ayudamos a hacer, supongo, esa actitud crítica y rigurosa que
saneó el ambiente, a crear público, a ponerlo un poco al día. En la segunda
época no quise colaborar, entre otras cosas, porque entonces ya no tenía
sentido, me parecía, una tarea puramente literaria, apolítica.
Para mí, en aquel entonces, significó bastante el trabajo en equipo, la
obligación de escribir, pero ahora me parece cosa de otro mundo.
Por el 60 andaba comenzando mi casa en "Las Toscas" para
retirarme, salirme de todo. Y entonces empezó la lucha por Cuba, y después la
nuestra. Entonces la revolución, como toda experiencia auténtica, fue dando sus
poemas.
“De allí que hayas trabajado en letras de
canciones políticas”.
El factor determinante fue, sin duda, la pléyade de excelentes cantores
populares militantes y valientes que tenemos. Si no, me hubiera quedado en los
poemas políticos. Pero había allí un vehículo inmejorable: llegan a donde
nuestros libros no llegaron nunca, a todos y,
además, ellos necesitaban letras. Y la gente necesita oírlos.
Por eso me ha dado mucha más alegría oír cantar por ahí, más o menos
anónimamente, "Los Orientales", que la edición de mis poesías
completas que ni a mí ni a nadie importó nada.
“¿El amor y la muerte son tus obsesiones?”.
No son obsesiones sino certezas. Y creo que la actitud más lúcida, más
sana, es tener presente que la vida y que el amor se acaban. Ver a los otros y
a uno mismo caminando a la muerte, vivir el amor a término, tal vez hagan el
amor y la vida más terribles, pero también digo que los hacen más intensos y
más hondos.
Viajé a Cuba en el 67, como jurado; en el 68, como delegada al Congreso
Cultural de La Habana. Eso fue invalorable porque las dos veces recorrí la isla
y vi el avance increíble desde aquí no soñable que puede hacer un país en un año, en ocho meses.
Bueno, sacudió todos mis posibles escepticismos; se me hizo evidente la
posibilidad de hacer una revolución con alegría, con articulaciones flexibles;
la posibilidad de la recuperación de todo, de la tierra y sus bienes, de los
seres humanos. Todo lo que uno sabía, creía, esperaba, recibía allá una hermosa
confirmación, una cálida corriente de vida.
“Debe ser difícil relacionar el optimismo
revolucionario con tu constante pesimismo”.
¿Qué haría yo con mi poesía, con mi visión nihilista y escéptica más que
pesimista y angustiada en
medio de una revolución? Tal vez mi actitud más profunda sea un
"producto" del sistema, como explicó Enrique Amorín a Ariel Badano que
criticaba los que llamó mis "Nocturnos para suicidas". Tal vez, pero
sea como sea, ya no tiene remedio.
Sin embargo uno es más que su yo profundo, que su posición metafísica;
hay otras cosas que cuentan: el dolor por la tremenda miseria del hombre, el
imperativo moral de hacer lo posible por que se derrumbe la estructura clasista
para dar paso a una sociedad justa. Aun cuando uno sea coherente con su actitud
esencial hay una sola coherencia posible, no
puede evitar ver el dolor, no puede rehuir el deber moral. Y entonces se pone a
compartir la lucha, a ayudar la esperanza.
“Como lo dices en tu poema: ‘en cada esquina
esperan los orientales’”.
Es el derrumbe del mito "arcádico", como diría Salazar Bondy,
porque es tan estruendoso que por sí solo despierta a muchos, porque ya nadie
puede ser, de buena fe, conservador. ¿De qué? ¿Quién se suicida, quién se retira
del mundo, quién lleva un diario íntimo, quién, ahora?
UNA CARTA DE IDEA VILARIÑO A ELENA PONIATOWSKA
Querida Elena:
Nunca supe si te llegó mi carta con las
respuestas a una preguntas que me dejaste. Pero me preocupó más que nada
haberte abrumado con los problemas de mi vida, que a veces no sé cómo
sobrellevar, pero que no tenía derecho a infligirte después de tu querido gesto
de hacer tiempo para visitarme entre tus agotadoras jornadas de aquellos días.
Te lo agradecía mucho, y te quise mucho, sabes.
Ahora me llamó Ana Inés Larre Borges para
saber si habías escrito aquella nota. Entiendo que te la pidió Cal y Canto que
preparaba un libro hermoso sobre mí, con fotos, documentos, cartas, opiniones,
etcétera.
Irán cosas de Gelman, M. Molina, Galeano,
Albistur, etc. J. Ramón Jiménez, Onetti... Tal vez no sepas que el director del
Cal y Canto, mi queridísimo Alberto Oreggioni, murió en estos días. Pero Ana
Inés está empeñada en que la editorial siga con cuanto él había comenzado;
entre otras cosas, ese libro. De modo que si la hubieras hecho ¿podrías
enviármela?
¿Qué otra cosa me habrías preguntado? Respondo
cosas en que tropezaron otros. Por ejemplo. Que son para mí más importantes,
esenciales los “Nocturnos”, el “No”, que los “Poemas de amor” que llaman mis poemas eróticos. Hay entre ellos,
algunos poemas eróticos, pero, cuando hablo de amor la potencia total del ser
está en juego.
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