MIRCEA ELIADE
EL MITO DEL ETERNO RETORNO:
ARQUETIPOS Y REPETICIÓN
OCTAVA ENTREGA
2. La regeneración del tiempo (2)
La periodicidad de la creación
La creación del mundo se reproduce, pues, cada año. Esa eterna
repetición del año cosmogónico, que transforma cada Año Nuevo en inauguración
de una era, permite el retorno de los muertos a la vida y mantiene la esperanza
de los creyentes en la resurrección de la carne. Pronto volveremos sobre las
relaciones entre las ceremonias del Año Nuevo y el culto de los muertos. Pero
observamos ya que las creencias, casi universalmente difundidas, según las
cuales los muertos vuelven junto a sus familias (y a menudo vuelven como
“muertos vivos”) en los alrededores del Año Nuevo (en los doce días que separan
Nochebuena de la Epifanía), denotan la esperanza de que en ese momento mítico
en que el mundo es aniquilado y creado es posible la abolición del tiempo.
Entonces los muertos podrán volver,
pues todas las barreras entre muertos y vivos están rotas (¿acaso no es
reactualizado el caos primordial?), y volverán,
puesto que en ese instante paradójico el tiempo estará suspendido y por
consiguiente podrán ser de nuevo contemporáneos de los vivos. Por otro lado,
como entonces está en preparación una nueva creación, le es dado esperar un
retorno a la vida, verdadero y concreto.
Por esa razón en los casos en que se cree en la resurrección de la carne
se sabe que esa resurrección se producirá al comienzo del año, es decir, al
principio de una era nueva. Lehmann y Pedersen lo demostraron en cuanto a los
pueblos semitas, en tanto que Wensinck ha recogido numerosos testimonios a
través de la tradición cristiana. Por ejemplo, “El Todopoderoso despierta los
cuerpos al mismo tiempos que las almas el día de la Epifanía”, etc. Un texto
pehlvi traducido por Darmesteter dice que: “Es en el mes Fravardin, el día
Xurdath, cuando el seños Ormuz hará la resurrección y el ‘segundo cuerpo’ y cuando
el mundo será sustraído de la impotencia ante los demonios, los drugs, etc. Y en todas partes habrá
abundancia: no se desearán ya alimentos; el mundo será puro, el hombre estará
libre de la oposición (del espíritu malo) y será inmortal para siempre jamás.”
Qazwini por su parte dice que, el día de Nauroz, Dios resucitó a los muertos “y
les devolvió el alma, y dio sus órdenes al cielo, que hizo caer una lluvia
sobre ellos, y por eso la gente tomó la costumbre de derramar agua ese día”.
Los lazos, muy estrechos, entre las ideas de creación por el agua (cosmogonía
acuática; diluvio que regenera periódicamente la vida histórica; lluvia), el
nacimiento y la resurrección, se hallan confirmados por esta sentencia del
Talmud: “Dios tiene tres llaves: la de la lluvia, la del nacimiento y la de la
resurrección de los muertos”.
La repetición simbólica de la creación dentro del marco de la fiesta del
Año Nuevo se conserva hasta nuestros días entre los mandeanos de Irak y del
Irán. Aun hoy, al principio del año, los tártaros de Persia siembran una jarra
llena de tierra; lo hacen -dicen- en recuerdo de la creación. La costumbre de
sembrar granos en la época del equinoccio de primavera (recordemos que el año
comenzaba en marzo en muchísimas civilizaciones) se encuentra en un área muy
extendida y siempre estuvo en relación con las ceremonias agrícolas. Pero el
drama de la vegetación se integra en el simbolismo de la regeneración periódica
de la naturaleza y del hombre. La agricultura no es sino uno de los planos en
que se aplica el simbolismo de la regeneración periódica. Y si la “versión
agrícola” de ese simbolismo ha podido gozar de inmensa difusión -gracias a su
carácter popular y empírico-, en ningún caso es lícito considerarla como el
principio y la intención del complejo simbolismo de la regeneración periódica.
Dicho simbolismo encuentra sus fundamentos en la mística lunar: por
consiguiente, desde el punto de vista etnográfico, es posible identificarlo ya
en las sociedades preagrarias. Lo primordial y esencial es la idea de
regeneración, es decir, de repetición de la creación.
La costumbre de los tártaros de Persia debe, por tanto, ser integrada en
el sistema cosmoescatológico iranio, que la presupone y la explica. El Nauroz,
el Año Nuevo persa, es a la vez la fiesta de Ahura Mazdah (celebrada el “día
Ormuz” del primes mes) y el día en que se hizo la creación del mundo y del
hombre. El día de Nauroz es cuando se produce la “renovación de la creación”.
Según la tradición trasmitida por Dimasqi, el rey proclamaba: “He aquí un nuevo
día de un nuevo mes de un nuevo año; hay que renovar lo que el tiempo ha
gastado.” Ese día es también cuando se fija el destino de los hombres por un
año entero. Durante la noche de Nauroz es dado ver fuegos innumerables y se
practican las purificaciones por el agua y las libaciones, con el fin de
asegurar lluvias abundantes para el año por venir. Por lo demás, era costumbre
que en el día del “gran Nauroz” cada uno sembrara en una jarra siete especies
de granos y “según su crecimiento sacara conclusiones sobre la cosecha del
año”. Costumbre análoga a la de la “fijación de los destinos” del Año Nuevo
babilónico, “fijación de los destinos” que se ha transmitido hasta nuestros
tiempos en los ceremoniales del Año Nuevo entre los mandeanos y los yezidos.
Asimismo los doce días que separan Nochebuena de la Epifanía siguen siendo
considerados actualmente como una prefiguración de los doce meses del año,
debido a que el Año Nuevo repite el acto cosmogónico. Los campesinos de toda
Europa no tienen otras razones cuando determinan el tiempo de cada mes y su
ración de lluvia por medio de los signos numerológicos de esos doce días. ¿Será
menester recordar que era en la fiesta de los Tabernáculos cuando se fijaba la
cantidad de lluvia asignada a cada mes? Por su lado los hindúes de la época
védica designaban los doce días del medio del invierno como una imagen y
réplica del año.
Sin embargo, en ciertos lugares y en ciertas épocas, en particular en el
calendario de Darío, los iranios conocían además otro día de Año Nuevo, mihragan, la fiesta de Mithra, que caía
en medio del verano. Cuando las dos fiestas se incluyeron en el mismo
calendario el mihragan fue
considerado como una prefiguración del mundo, pues en la época de mihragan es cuando todo lo que crece
alcanza su perfección y no posee más la sustancia necesaria para su crecimiento
ulterior, y cuando los animales cesan su actividad sexual. De manera análoga,
los persas hacen de Nauroz un signo de comienzo del mundo, porque lo contrario
de los hechos ya relatados se produce en la época del Nauroz. El fin del año transcurrido y el principio de un año nuevo
se interpretan en la tradición transmitida por Albiruni como un agotamiento de
los recursos biológicos en todos los planos cósmicos, un verdadero fin del
mundo. (“El fin del mundo”, es decir, de un ciclo histórico determinado, no
siempre se produce por un diluvio, sino también por el fuego, el calor, etc.
Una admirable visión apocalíptica, en la cual el verano tórrido se concibe como
un retorno al caos, se halla en Isaías,
34, 4, 9-11.)
El profesor G. Dumézil ha estudiado, en su obra Le problème des Centaures, el escenario del fin y del principio del
año en buena parte del mundo indoeuropeo (eslavos, iranios, hindúes,
grecorromanos) y ha puesto en claro los elementos de los ceremoniales
conservados por la mitología y el folklore en forma más o menos alterada. Otto
Höfler, tras el examen de los mitos y los ritos de las sociedades secretas y
las “sociedades de hombres” germánicas, llega a conclusiones análogas sobre la
importancia de los doce días intercalables
y más particularmente sobre la de Año Nuevo. Por su parte, Waldemar
Liungman ha consagrado a los mitos de los fuegos del principio de año y a los
escenarios carnavalescos de esos doce meses una vasta investigación, de la cual
no siempre compartimos la orientación y los resultados. Recordemos también las
investigaciones de Otto Huth (Janus)
y de J. Hertel, quienes, refiriéndose a los hechos romanos y védicos, han
insistido particularmente sobre sus temas de renovación del mundo por la
reanimación del fuego en el momento del solsticio de invierno, renovación que
equivale a una nueva creación. Para el propósito del presente ensayo sólo
tendremos en cuenta algunos rasgos característicos:
1ro, los doce días intermedios prefiguran los doce meses del año (véase
también los ritos recordados anteriormente); 2do, durante las doce noches
correspondientes, los muertos vienen en procesión a visitar a sus familias
(aparición del caballo, animal funerario por excelencia, en la última noche del
año; presencia de las divinidades chtónico-funerarias Holda, Perchta, “Wilde
Heer”, etc., durante esas doce noches) y a menudo (entre los alemanes y los
japoneses) esa visita se produce en el cuadro del ceremonial de las sociedades
secretas de los hombres (Höfler, passim,
y A. Slawik, estudio que se menciona más adelante); 3ro, entonces es cuando los
fuegos se apagan y vuelven a encenderse, y por último, 4to, es el momento de
las iniciaciones, cuyos elementos esenciales están constituidos precisamente
por la extinción y la reanimación del fuego. En el mismo conjunto
mítico-ceremonial de fin del año transcurrido y del principio del Año Nuevo aun
hemos de dar lugar a los hechos siguientes: 5to, luchas rituales entre dos
grupos adversos, 6to, presencia de elemento erótico (persecución de doncellas,
casamientos “gandhárvicos”, orgías).
Cada uno de estos temas mítico-rituales atestigua el carácter totalmente
excepcional de los días que preceden y siguen al primer día del año, aun cuando
la función escatosmológica del Año Nuevo (abolición del tiempo transcurrido y
repetición de la creación) no esté explícitamente declarada, salvo en los ritos
de prefiguración de los meses y en la extinción del fuego. Sin embargo, se
puede descubrir dicha función como implícita en cada uno de los demás temas
mítico-rituales. ¿Cómo la invasión de las almas de los muertos podía ser otra
cosa que el signo de una suspensión del tiempo profano, la realización
paradójica de una coexistencia del “pasado” y del “presente”? Esa coexistencia
nunca es tan total como en una época de “caos” cuando todas las modalidades
coinciden. Los últimos días del año transcurrido pueden ser identificados con
el caos anterior a la creación, por dicha invasión de los muertos -que anula la
ley del tiempo- y por los excesos sexuales que señalan la mayor parte del
tiempo en esa ocasión. Pero si tras las reformas sucesivas del calendario las
saturnales no coincidían más, en último término, con el fin y el principio del
año, no por eso dejaron de seguir señalando la abolición de todas las normas y
de ilustrar violentamente un trastrueque de los valores (cambio de condición
entre señores y esclavos, mujeres tratadas como cortesanas, etc.) y una
licencia general, una modalidad orgiástica de la sociedad, en una palabra, una
regresión de todas las formas en la unidad determinada. La oportunidad misma de
las orgías en los pueblos primitivos, de preferencia en los momentos críticos
de la cosecha (cuando se sepultaban las semillas de la tierra), confirma dicha
simetría entre la disolución de la “forma” (en ese caso simientes) en la tierra
y la de las “formas sociales” en el caos orgiástico (1). Tanto en el plano
vegetal como en el plano humano, estamos en presencia de un retorno a la unidad
primordial, a la instauración de un régimen “nocturno” en el cual los límites,
los perfiles, las distancias son indiscernibles.
La extinción ritual de los fuegos se inscribe en la misma tendencia a
poner término a las “formas” ya existentes (y gastadas por el hecho de su
propia duración) para dar lugar al nacimiento de una forma nueva, nacida de una
nueva creación. Las luchas rituales entre dos grupos de figurantes reactualizan
el momento cosmogónico del combate entre el dios y el dragón primordial
(simbolizando la serpiente en casi todas partes lo latente, preformal,
indiferenciado). En fin, la coincidencia de las iniciaciones -en las que el
hecho de encender “fuego nuevos” desempeña un papel particularmente importante-
con las proximidades del Año Nuevo se explica tanto por la presencia de los
muertos (siendo las sociedades secretas y de iniciación al mismo tiempos
representantes de los antepasados) como por la estructura misma de esas
ceremonias, que siempre suponen una “muerte” y una “resurrección”, un “nuevo
nacimiento”, un “hombre nuevo”. No podría encontrarse para los rituales de iniciación
un marco más apropiado que las doce noches en que el año fenecido desaparece
para dar lugar a otro año, a otra era: es decir, a la época en que, por la
reactualización de la creación, el mundo comienza efectivamente.
Presentes en casi todos los pueblos indoeuropeos, esos escenarios
mítico-rituales del Año Nuevo -con todo su séquito de máscaras carnavalescas,
animales funerarios, sociedades secretas, etc.- ya estaban sin duda organizados
en sus líneas generales desde la época de la comunidad indoeuropea. Pero
semejantes escenarios, o por lo menos los aspectos de ellos que nos han ocupado
en el presente ensayo, no pueden ser considerados como una creación
exclusivamente indoeuropea. Muchos siglos antes de la aparición de los
indoeuropeos en Asia Menor, el conjunto mítico-ritual del Año Nuevo, en cuanto
repetición de la creación, era conocido por los sumeroacadios, y se encuentran
elementos importantes del mismo entre los egipcios y los hebreos. Como la
génesis de las formas mítico-rituales no nos interesa aquí, podemos
contentarnos con la cómoda hipótesis según la cual esos dos grupos étnicos
(pueblos del Cercano Oriente e indoeuropeos) los poseían ya en sus tradiciones
prehistóricas. Hipótesis, por lo demás, confirmada igualmente por el hecho de
que se ha descubierto un sistema análogo en una cultura excéntrica: la cultura
japonesa. El doctor Slawik ha estudiado las simetrías entre las organizaciones
secretas japonesas y germánicas, poniendo en evidencia un número impresionante
de hechos paralelos. En el Japón, así como entre los germanos (y otros pueblos
indoeuropeos), la última noche del año está señalada por la aparición de los
animales funerarios (caballo, etc.), de las diosas y de los dioses
chtónico-funerarios; es entonces cuando se verifican los desfiles de
enmascarados de las sociedades secretas de los hombres, cuando los muertos
visitan a los vivos y cuando se celebran las iniciaciones. Dichas sociedades
secretas son muy antiguas en el Japón, y de acuerdo con los conocimientos con
que contamos en la actualidad, parece excluida la influencia del Oriente
semítico o indoeuropeo. Todo cuanto puede decirse, afirma prudentemente
Alexander Slawik, es que, tanto en el oeste como en el este de Eurasia, el
complejo sintetizado en el culto del “visitante” (almas de los muertos, dioses,
etc.) se ha desarrollado antes de la época histórica.
Sin embargo, la tradición japonesa ha conservado igualmente el recuerdo
de una concepción, digamos de psicofisiología mística, en relación con los
ceremoniales de fin de año. Utilizando los resultados del etnógrafo japonés
doctor Masao Oka, A. Slawik incluye los ceremoniales de las sociedades secretas
que él llama el complejo del tama.
Este tama es una “sustancia
espiritual” que se halla en el hombre, en las almas de los muertos y en los
“hombres sagrados”, y que, en el momento del paso del invierno a la primavera,
se agita e intenta abandonar el cuerpo, mientras que empuja a los muertos hacia
las moradas de los vivos (complejo del culto del “visitante”). Según la
interpretación de Slawik, las fiestas que se celebran tienen por fin fijar el tama, impedir que esa sustancia
espiritual abandone el cuerpo. Es probable que uno de los fines de los
ceremoniales del término y del principio del año sea igualmente la “fijación”
del tama. Pero de esa psicofisiología
mística japonesa conservaremos ante todo el sentido de la crisis anual; la
tendencia que tiene el tama de
agitarse y salir de su condición normal en el momento del paso del invierno a
la primavera (es decir, en los últimos días del año que acaba y los primeros
del año que principia) es simplemente una fórmula fisiológica elemental de la
regresión a lo indistinto, de la reactualización del “caos”. En dicha crisis
anual del tama, la experiencia del
primitivo presiente un signo de la inevitable confusión que ha de poner fin a
cierta época histórica para permitir su renovación y la regeneración, es decir,
para volver a tomar la historia en su comienzo.
Citemos, para terminar, el grupo de ceremonias periódicas de las tribus
californianas Karok, Yoruk y Hupa, ceremonias que se conocen con el nombre de New Year, world’s restoration o repair (fixing). La institución de los ritos se atribuye a los seres
míticos e inmortales que habitaban la tierra antes de los humanos; estos seres
inmortales eran los que habían ejecutado por vez primera las ceremonias del world’s renewal, y precisamente las
ejecutaron en el mismo sitio que hoy día lo hacen los mortales. “Los fines
esotéricos, mágicos y declarados en la ceremonia central que contiene el
sistema -escribe Kroeber- comprenden el restablecimiento o el afianzamiento de
la tierra, de las observancias de primicias, un nuevo fuego y la conjura de las
enfermedades y calamidades para uno o dos años más.” Por consiguiente, en este
caso se trata de una repetición anual de la ceremonia cosmogónica instaurada in illo tempore por los seres
inmortales, pues entre los gestos simbólicos que se realizan uno de los más
importantes es el que los indígenas denominan “el establecimiento de los
pilares bajo el mundo”, y la ceremonia coincide con la última noche sin luna y
la aparición de la nueva luna, lo cual implica la re-creación del mundo. El
hecho de que el rito del año Nuevo incluya igualmente el levantamiento de la
prohibición de la nueva cosecha confirma una vez más que se trata de un nuevo
comienzo total de la vida.
Podría recordarse en relación al world’s restorarion la ideología que constituye la base de lo que se ha
dado en llamar la “Ghost-Dance religion”; este movimiento místico, que trastocó
la vida de las tribus norteamericanas a fines del siglo XIX, profetizaba la
proximidad de la regeneración universal, es decir, la inminencia del fin del
mundo seguido de la restauración de una tierra paradisíaca. La “Ghost-Dance
religion” es demasiado compleja como para que pueda resumirse en varias líneas,
pero para nuestro propósito bastará decir que intentaba acelerar el “fin del
mundo” por medio de una comunicación
masiva con los muertos, que se obtenía como consecuencia de las danzas que
duraban cuatro o cinco días consecutivos. Los muertos invadían la tierra, se
comunicaban con los vivos y creaban de esta forma una “confusión” anunciadora
de la clausura del ciclo cósmico actual. Pero dado que las visiones míticas del
“comienzo” y del “fin” del tiempo son homologables y que la escatología
alcanzaba, al menos bajo ciertos aspectos, a la cosmogonía, el eskaton de la “Ghost-Dance religion”
reactualizaba el illud tempus mítico
del “paraíso”, de la plenitud primordial.
Notas
1) Ciertamente,
el papel de la “orgía” en las sociedades agrícolas es mucho más complejo. Los
excesos sexuales ejercían influencia mágica sobre la cosecha venidera. Pero
siempre se puede advertir la tendencia a una violenta fusión de todas las
formas, en otros términos, a la reactualización del caos anterior a la
Creación. Véase el capítulo referente a las místicas agrarias en nuestro Traité d’Historie des Religions (págs. 285 y sig.).
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