LEONARDO DE LEÓN
“LOS DOGMAS HUELEN A MUERTO”
Leonardo de León (Uruguay, Minas, 1983) es profesor de lengua y
literatura. Colaboró con las revistas culturales Iscariote (Maldonado), La
letra breve (San José), y fue columnista de libros en la revista Megafón de Bs. As. Estudió cine y guionó
y dirigió el cortometraje Pero la puta
madre. Obtuvo Mención de Honor en el Concurso Paco Espínola de cuentos, el
XVII Premio Nacional de Narrativa "Narradores de la Banda Oriental" (No vi la luna, Banda oriental, 2010), y
el Primer Premio Pablo Neruda para jóvenes poetas. En 2012 publicó su poemario Confirmación del aliento (Paréntesis,
colección Aedas) y recibió una 2da Mención de Honor en el concurso nacional de
poesía de la revista Lo que vendrá
por el poemario inédito Del amor y otras
murmuraciones.
Participará
como invitado, junto a Diego presa y Santiago Barcellos, en el tercer recital
del ciclo “Rumor de hipnótico concierto”, a realizarse el viernes 20 de julio
en Pocitos Libros.
Tu primer poemario muestra un
discurso maduro y decantado. ¿Desde cuándo escribís poesía? ¿Hubo mucho
material descartado por el camino?
No sé exactamente cuándo comencé con la poesía,
pero los primeros titubeos nacieron una noche de tedio y con malos resultados.
Hace poco me crucé por accidente con esos textos tempranos y sentí ganas de
enterrarme vivo. Son muy prosaicos y parecen obedecer a una deliberación muy
evidente. Con el tiempo, y a fuerza de mucho trabajo -me enorgullezco de los
equívocos- creo que aprendí a condensar los significados y a lograr un lenguaje
más poderoso. Para mí el verso es un tótem en sí mismo, algo sagrado, y
constituye una unidad de comunicación como pocas. No puedo resignarme a
conferirle un mero carácter transitorio o de pasaje, como es la tendencia moderna.
No digo que esto esté mal, digo simplemente que no es mi modo ni mi
interpretación de la poesía, ya no como género sino como experiencia vital. En
mi opinión, el ámbito de la poesía no está ciertamente en la sentencia borgeana
ni en el espacio desmesuradamente abierto del desvarío surrealista, sino en la
zona indecisa que se mueve y titubea entre esos mundos. La poesía nace de una
cercanía incógnita del poeta con ese otro lado que a veces se sugiere: el
momento en que el mundo se corre de lugar y queda como desfasado de sí mismo.
Entonces algo de nosotros se acerca, intrigado, envuelto por un magnetismo, un
escozor, y escudriña por la rendija. ¿Qué hay del otro lado? Pues nosotros
mismos, más ajenos que nunca, aunque nunca más íntimamente hermanados con el
mundo. Pero no es un mundo clarificado, por lo que sería un error retratarlo mediante
un lenguaje directo. Al mismo tiempo, se trata de una impresión intensa,
rotunda. ¿Cómo mostrar ese sitio de ambigüedad? A través de la imagen poética.
¿Cómo traducir esa impresión rotunda y sobrecogedora? Mediante el trabajo de
esa imagen. Tal vez por eso idolatre tanto a Octavio Paz. Me gusta ese lema que
dice: “La poesía descansa en Paz.”
Pero me fui de la pregunta... Antes de Confirmación del aliento escribí cuatro poemarios, algunos muy
largos, de cincuenta poemas o más. Los descarté a todos. Cada uno de esos
libros fueron los pasos necesarios para llegar a este, que de algún modo los
contiene y les hace algo de justicia.
Ya has publicado algunos cuentos.
¿Hay proyectos narrativos más amplios en marcha?
He aprendido a no contarlos. Y es curioso, ¿no? ¿A qué se debe esa
tentativa o superstición tan popular de no contar los proyectos por temor a que
se frustren? Me parece que la razón está en que todos, de un modo u otro,
sabemos o intuimos el poder de la palabra, y en ese sentido todos somos un poco
poetas. Como si la palabra no fuera un simple vehículo de comunicación, sino
más bien una herramienta de creación y recreación del mundo, un elemento que altera
el orden de las cosas y manipula el tiempo, el azar y las voluntades. Esto
proviene de la Biblia, desde luego, y aquello de la palabra, del verbo, como
instrumento de fundación, anterior a Dios mismo. Los filósofos posmodernos -Derrida,
Deleuze, Lacan, Wittgenstein y compañía- le dieron a esto un anclaje más
académico y tal vez obsesivo. Lo único que puedo decirte es que tengo un
cuaderno con algunos apuntes. Veremos qué pasa. No hay apuro. Además,
circunscribirse a un género implica el desarrollo de una búsqueda en
particular. Mi búsqueda ahora está en el verso. La prosa quiere decir las cosas
como son. Esa es su esencia. De un modo inevitable, el párrafo quiere
hermanarse al mundo del sentido, y a mí cada vez me interesa más lo que
precisamente escapa al sentido, lo que no es.
¿Seguís incursionando en el cine?
No, y espero no volverlo a hacer. El cine es un arte sublime y disfruté
mucho aprendiendo su técnica, su gramática, incluso la etapa de realización.
Tuve unos profesores geniales. Pero a diferencia de la literatura, el cine
requiere de un soporte material y humano por lo general muy difícil de
ensamblar. Si no se cuenta con una infraestructura y no se consolida un trabajo
de equipo donde las individualidades sacrifican algo de sí a favor del conjunto,
no se llega a ninguna parte. Todo esto da un trabajo inmenso y no siempre se
logra. Prefiero sentarme en la butaca y gozar de la contemplación.
¿Dónde se enraiza tu deísmo confeso
en tu muro del facebook?
Como dije más arriba: cada vez tolero menos esa noción de mundo
clarificado, donde todo es susceptible de conceptualizarse, catalogarse,
cristalizarse, incluso decirse en palabras. El hombre es una incerteza que se
proyecta continuamente y que, atado al potro del deseo, se deja arrastrar hacia
ninguna parte. Los intentos de la ciencia se han quedado cortos siempre,
siempre, y ni que hablar de las instituciones religiosas. Los dogmas huelen a
muerto.
El deísmo, por tanto, ofrece otra libertad: la oportunidad de hacer un
Dios a partir de la existencia profunda, rehuyendo de instituciones o planteos
categóricos. Uno toma algo de la ciencia, algo que leyó en un libro de Spinoza,
un poco de Demócrito, algo de Empédocles, el comentario de un amigo, la
sensación que nos abruma al despertar. Mi Dios tiene un nombre, y se llama
amor. Y amor es sinónimo de poesía. Si alguien alguna vez me pide una verdad
absoluta le diré eso: “La única verdad absoluta es que tal verdad no es posible,
salvo en el amor.” Dante, Buda, Lennon, todos los grandes hombres de la historia,
lo sabían muy bien.
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