12/9/12

JOHN DONNE (1572 – 1631)
 
DEVOCIONES
 
(versión y prólogo de Alberto Girri)
 
 
SÉPTIMA ENTREGA
 
 
VIII
 
 
Et Rexi ipsee suum mittit
 
El Rey envía a su propio médico
 
 
Todavía, cuando retornamos a esa meditación de que el hombre es un mundo, realizamos nuevos descubrimientos. Que sea él un mundo, y él mismo será la tierra, y la miseria el mar. Su miseria (puesto que la miseria es de él, propia; de las dichas de este mundo él es sólo el inquilino, pero de la miseria es el propietario; de la felicidad él es sólo el arrendatario, el usufructuario, pero de la miseria es el señor, el amo), su miseria, como el mar, se embravece hasta más arriba de las colinas y llega a las más remotas partes de la tierra, el hombre, quien en sí mismo no es sino polvo, y coagulado y amasado como tierra por las lágrimas; su materia es la tierra, su forma la miseria. En este mundo, que es la humanidad, el territorio más elevado, las colinas más eminentes, son reyes; ¿y poseen ellos hilo y plomo suficientes como para sondear y decir: Esta profundidad no es sino mi miseria? Apenas si hay alguna miseria comparable a la enfermedad; y a ella están sujetos por igual, como el más humilde de sus súbditos. Un cristal no es menos frágil porque en él esté representada la cara de un rey; ni un rey es menos frágil porque Dios se represente en él. Los reyes tienen continuamente médicos alrededor de ellos, y, en consecuencia, enfermedades, o la peor de las enfermedades: el miedo continuo de ellas. ¿Son los reyes dioses? Quien así los llame no los lisonjeará. Son dioses pero dioses enfermos; y Dios se nos presenta bajo muchas afecciones humanas, en lo que tienen de enfermedades; Dios es denominado Colérico, y pesaroso, y Fatigado, y Riguroso; pero nunca un Dios enfermo; porque entonces podría morir como los hombres, como lo hacen nuestros dioses. Lo peor que podría decirse como reproche, y escarnio de los dioses paganos, era que acaso estaban dormidos, pero los dioses que están tan enfermos que no pueden morir se hallan en una más enfermiza condición. ¿Un dios, y necesita un médico? ¿Un Júpiter, y necesita un Esculapio? Que debe tomar ruibarbo para purgar su cólera, o de lo contrario estará demasiado furioso, y agárico para purgar su flema, o de lo contrario estará demasiado soñoliento, que, como decía Tertuliano de los dioses egipcios de las plantas y las hierbas: “Dios obligó al hombre a la gratitud para crecer en su jardín”, del mismo modo debemos decir de estos dioses que su eternidad (una eternidad de setenta años) está en la tienda del boticario, y no en la divinidad metafórica. Pero su divinidad está mejor expresada en su humildad que en su elevación; cuando, abundando y desbordando, como Dios, en medios para hacer el bien, los reyes descienden, como Dios, a una participación de sus abundancias entre los hombres, de acuerdo con sus necesidades, entonces son dioses. No hay hombre que hallándose bien no comprenda, no valore su bienestar; no tenga en ello una dicha y un gozo; y quienquiera tuviere esa dicha, tendrá el deseo de comunicarla, de difundir aquello que ocasiona su felicidad, y su alegría, a otros; porque cada hombre ama tener testigos de su felicidad; y los mejores testigos son los testigos por su propia experiencia; los que han probado en sí mismos lo que a nosotros nos hace dichosos. En consecuencia, completa y perfecciona la felicidad de los reyes el otorgar, el transferir, honor, y riquezas, y (como pueden hacerlo) salud, a aquellos que lo necesiten.

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