LEON CHESTOV
KIERKEGAARD Y LA FILOSOFÍA EXISTENCIAL
(Vox clamantis in deserto)
traducción
de José Ferrater Mora
UNDÉCIMA ENTREGA
IV
EL GRAN ESCÁNDALO (1)
La mayor
provocación al escándalo consiste en exigir de un hombre que admita como algo
posible para Dios aquello que para la humana razón se halla fuera de todos los
límites de lo posible.
KIERKEGAARD.
Me he visto obligado a detenerme un poco en las contradicciones de
Kierkegaard. Pero no lo hice, ciertamente, con el fin de demostrar la falta de
lógica de su pensamiento. El hecho de que constantemente sustituya lo “ético”
por lo “religioso” y la razón por lo Absurdo no significa que Kierkegaard no
sepa pensar de un modo rigurosamente lógico. Mas no en vano repite con tanta
frecuencia y tanta pasión que las palabras de Jesús: “Dichoso el que no
escandalice de mí” se hallan en la base misma del cristianismo (1). “La mayor
provocación al escándalo consiste en exigir de un hombre que admita como algo
posible para Dios aquello que para la humana razón se halla fuera de todos los
límites de lo posible.”(2) Cuando el pensamiento de Kierkegaard retrocede, ello
no obedece a una falta de lógica: se debe a que ha sucumbido a la provocación
de que aquí habla. ¿Cómo admitir que sea posible para Dios lo que resulta
evidentemente imposible según nuestra humana razón? Descartes lo admitía “en
teoría”. Pero, en cambio, construyó toda su filosofía sobre su cogito ergo sum (tomado de San Agustín,
pues tampoco San Agustín pudo evitarlo). Esto quería decir que la verdad de la
razón resulta tan obligatoria para nosotros como para un ser superior. En
nuestros días, Husserl -que procede de Descartes- afirma también que lo
verdadero no lo es solamente para nosotros, sino para todo ser pensante: para
el diablo, para los ángeles, para Dios, y con esto tiende, por así decirlo, un
puente entre el pensamiento helénico y el nuestro. Es poco probable que en toda
la historia del pensamiento humano (aun después que los pueblos europeos
recibiesen la Biblia) se pueda descubrir a un solo filósofo que haya conseguido
una completa victoria interior contra esta provocación al escándalo.
Con la impetuosidad que lo caracterizaba, Kierkegaard utilizaba sus
fuerzas para alcanzar lo Absurdo. En su Diario
escribe: “Sólo el horror que se aproxima a la desesperación permite
desarrollar las mayores fuerzas del hombre.” Y, a pesar de esta tensión de
todas sus fuerzas, no siempre lograba no escandalizarse. Con toda el alma se
pone al lado de Job. Pero no consigue disipar los sortilegios de Hegel; no
consigue “pensar” que lo posible no termina para Dios en aquel punto en que, según
la razón humana, cesa toda posibilidad. Se ha dirigido a Job únicamente para
asegurarse de si tenía el derecho y la fuerza de transformar su pequeña
historia personal en un acontecimiento mundial. Por lo demás, si es menester
decirlo todo, tampoco la historia de Job tenía ninguna importancia. ¡Cuántos
hombres no pierden sus riquezas, sus hijos, y contraen enfermedades horrorosas,
incurables! Kierkegaard dice que sus sufrimientos son “fastidiosos”. Pero los
sufrimientos de Job no son ni más interesantes ni más divertidos. Kierkegaard
lo sabe, y siente temor por ello. Aquí hay que buscar la razón por la cual no
ataca demasiado a lo ético y se limita a “suspenderlo” temporalmente. En caso
de necesidad esto le permitirá acaso hacer uso de Hegel. Nada puede saberse de
antemano; puede ocurrir que Hegel llegue a demostrar, apoyándose en la
evidencia, que los males de Job y los de Kierkegaard no tienen la menor
importancia dentro de la economía general del ser. Hegel ha “explicado” el
destino de Sócrates: ¿por qué no admitir que el destino de Job o el de
Kierkegaard puedan igualmente ser explicados y, en tanto que explicados,
borrados del cuadro? Por terribles y abominables que sean los males terrestres
jamás dan al hombre una voz decisiva en el Consejo de las fuerzas eternas de la
Naturaleza. Si Kierkegaard quiere hablar y ser escuchado le será preciso
atraerse a lo ético a su lado y revestir sus pomposas vestiduras. Por el
contrario, si se presenta desnudo y sin ningún adorno ante los hombres, tal
como salió de las manos del Creador y tal como cada uno de nosotros
(Kierkegaard está convencido de ello) deberá presentarse ante Él nuevamente,
nadie le escuchará. Y si, a pesar de todo, se le escucha, será para burlarse de
él.
Jamás abandonaba a Kierkegaard el miedo a la necesidad y al juicio de
los hombres. Sabía que su voz clamaba en el desierto, que estaba condenado a
una soledad absoluta y a un abandono sin esperanza por circunstancias que no
estaba en su mano cambiar. Continua e infatigablemente habla de esto en su Diario y en sus obras. Si abandonó a Hegel
fue porque nada más esperaba de este filósofo universalmente célebre, porque
depositaba su única esperanza en Job, ese anciano abandonado por los hombres.
Mas el miedo de que la verdad última y, por consiguiente, el poder de decidir
en última instancia se hallasen, si no del lado de Hegel, por lo menos del de
Sócrates, fue un miedo que acompañó a Kierkegaard durante toda su vida. Se
puede formular esta idea del siguiente modo: no fue Kierkegaard quien suspendió
“lo ético”; fue “lo ético” el que se aparto de él. Su alma ardía en deseos de
unirse al “pensador privado” Job. Detestaba la filosofía especulativa de Hegel
(“Hegel no es un pensador, sino un profesor” escribe en su Diario), pero no lograba desarraigar de su corazón el miedo a esas
verdades eternas que habían descubierto los griegos. Y con ese miedo escondido -que
él rechazaba, pero que se negaba a ser rechazado, que domaba, pero que se
resistía a ser domado- se aproximó a los últimos enigmas del ser, del
conocimiento, de la fe, del pecado, de la redención. No en vano una de sus
obras más extraordinarias se titula El
concepto de la angustia. Kierkegaard había descubierto en sí mismo y en los
demás una angustia gratuita, absurda, la que, como luego veremos, se llama
angustia de la Nada. Podemos anticipar de inmediato lo que posteriormente
diremos: mientras luchaba contra su angustia de la Nada, seguía, como antes, en
poder de la Nada. Y agreguemos todavía: la angustia de la Nada, en el sentido
que daba Kierkegaard a esta expresión, no constituye una personal y subjetiva
carga suya. Pero a consecuencia de ciertas circunstancias que le eran particulares,
esa angustia y la Nada de que procede se revelaron a Kierkegaard con una
agudeza y un relieve sorprendentes. Puede haber ocurrido también que lo que no
existe sino en estado potencial y permanece, por lo tanto, invisible para los demás
hombres, se actualizara en Kierkegaard, se convirtiera para él en una realidad
cotidiana. Por eso afirma que el comienzo de la filosofía no es la admiración,
sino la desesperación. Mientras el hombre se limite a admirarse, no rozará el
enigma del ser. Sólo la desesperación podrá conducirlo al umbral de lo que es
realmente. Por lo tanto, si, como constantemente lo afirma, la filosofía busca
el comienzo, las fuentes y las raíces de todo, deberá, quiera o no, pasar por
la desesperación.
Pero -y he aquí la última cuestión planteada por Kierkegaard-, ¿puede la
desesperación disipar la angustia de la Nada? Como ya hemos visto, aun después
de haber abandonado a Hegel y de haberse dirigido hacia Job, Kierkegaard no
puede renunciar al auxilio que le proporciona lo ético. Veremos que esto se
repetirá bajo una forma más decisiva, aun más decisiva y evidente. Sin embargo,
su lucha verdaderamente titánica contra la angustia y la Nada tiene un aspecto
conmovedor; pone al descubierto ciertos aspectos del ser cuya existencia ni
siquiera sospechaban los hombres. Cuando clama con Job: “¿Cuál es la fuerza que
me ha arrebatado mi orgullo y mi honor?”, lo ético huye de él. Lo ético no sabe
contestar a esta pregunta. Ante la Nada experimenta esa misma angustia que
paralizaba la voluntad de Kierkegaard. También se ve obligado a tener en cuenta
a la Necesidad, esa terrible cabeza de Medusa que petrifica a quienes se
vuelven para mirarla. No obstante, Kierkegaard poseía por lo menos de vez en
cuando bastante coraje y fuerza para escapar del círculo mágico en que se
encontraba encerrado y para buscar en la vida otro principio, un principio que
no conocía la angustia, ni siquiera la angustia de la Nada. Y es esto lo que le
condujo hasta la filosofía existencial.
Notas
1) “Asumiendo la responsabilidad ante Dios, me atrevo
a decir que las palabras: ‘Dichoso el que no se escandalice de mí forman parte
de las más esenciales verdades que Jesús ha enunciado…” (VIII, 121).
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