MORIR CON APARICIO
HUGO GIOVANETTI VIOLA
TRIGÉSIMA ENTREGA
SUPLEMENTO PUNTAESTEÑO
(apuntes de mujer con diadema)
DOS: CÉSAR FRANCK Y EL COGNAC
1: Atardecer con cognac
Desde el remozado
hotel de don Pedro Risso -surgido en los galpones que la Sociedad de Pesca
Boeth abandonara sobre el filo de los ’90- se escrutaba un panorama otoñal
crudamente dorado. Un joven dandy porteño y un empresario fernandino de melena
canosa observaban el crepúsculo tomando cognac en la veranda.
“Ya está fresco”
dijo el dandy: “Pero me voy a quedar a ver la última puesta de sol. Mañada
zarpo temprano”. El otro sorbió un trago largo y lo mantuvo bajo la lengua, con
los ojos entrecerrados. “Qué lugar maravilloso” siguió diciendo el porteño: “Me
hace acordar a la Côte d’Azur. Lástima que las guerras desbarajusten todo. En
enero fui a pasar unos días a Las Delicias, y los Guardias Nacionales de
Maldonado empezaron a utilizar el lugar como campo de maniobras y la gente se
escapó”. “No se preocupe. La guerra no va a durar mucho” chistó el viejo: “Y le
puedo asegurar que de aquí a dos o tres veranos esto va a florecer del todo. En
primer lugar, se va a tener que llamar Punta del este y no Pueblo Ituzaingó.
Que no sigan jorobando la paciencia con las batallas gloriosas. La gloria es el
progreso, mi amigo”.
El dandy se alisó
los bigotes gomosos y abrió una amplia sonrisa. “El progreso y las mujeres”
retrucó: “Las fernandinas son algo muy serio. Aunque un poco levantiscas. En
Las Delicias conocí una muchacha simpatizante de los desarrapados de Saravia.
Linda, pero bravísima”. “¿No sería Magdalena Tomillo, por casualidad?” preguntó
el viejo, calentando con fruición la fragancia de la copa. El dandy torció
violentamente la cabeza y el otro largó una carcajadita. “Acá se sabe todo”
dijo: “Y le voy a deslizar una noticia. La señorita Magdalena Tomillo acaba de
llegar al hotel, con los padres y la cuñada. El hermano mayor y el novio -que
era nada menos que Justo Regusci, un carolino poeta y anarquista como güeso’e
bagual- murieron en la guerra”.
El porteño terminó
su cognac, prendió un cigarro y observó el sol color malvón que avioletaba los
contornos de la isla Gorriti, la Punta Ballena y el Pan de Azúcar. El rebrillo
oro oscuro de su rostro y sus bucles se enterneció de golpe. El viejo se paró.
“Bueno” dijo: “Yo voy a ir terminando de arreglar los papeles con don Gorlero,
y nos encontramos un poco antes del aperitivo”.
El dandy sonrió,
sin hablar.
2: Atardecer con chupetines
Magdalena Tomillo,
sus padres y su cuñada Priscilla estaban tomando el té en el salón comedor. La
horizontalidad crepuscular chocaba polvorientamente contra el luto de todos.
Priscilla Barnes de Tomillo había enloquecido a los pocos días de conocer la
muerte de su esposo -que durante una licencia transcurrida en febrero la dejó
embarazada- y ahora sólo pronunciaba frases babeantes en un inglés natal. Lo
único que le interesaba era chupar bastoncitos de caramelo.
“Hoy hablé con
Gorlero, mientras comíamos los hors d’oeuvre”
dijo don Pedro, clavando una mirada ansiosa en la ventana: “Es algo fabuloso lo
que piensan hacer. Antes que nada, un buen camino carretero entre Maldonado y
Punta del Este. Y mientras tanto apurar las gestiones para que llegue el
bendito ferrocarril. Pero además ahí afuera está el dandy argentino que
conocimos en Las Delicias, decidido no solamente a invertir en la importación
de pieles de lobo. Eso es historia antigua. Si ustedes supieran lo que son los
planos del hotel Biarritz -que con seguridad será levantado en consorcio con
capitales argentinos- se caen despatarradas. Te puedo asegurar que los porteños
van a tener un Montecarlo y una Niza juntos, aquí”.
“¿Punta del Este va
a ser hecha para los porteños?” preguntó Magdalena, bajándose el velo y
clavando un chupetín en el hermoso rostro de su cuñada. Doña Luz Iribar de
Tomillo también se bajó el velo y don Pedro quedó enfrentado a la locura
infantil de la muchacha irlandesa. “I love you” le dijo Priscilla, derramando
una rojiza baba acaramelada.
El hombre se paró
de un salto y dio dos zancadas hasta llegar a un piano que ocupaba el rincón
más desierto del galpón hotelero. “Mirá, Magdalena” gritó: “Yo no fui el
irrespetuoso que se puso a tocar el piano cuando murió tu hermano. El luto es
una cosa y los negocios son otra. Y eso es algo que las retobadas como vos
jamás van a entender”. Doña Luz se paró y agarro al hombre de un brazo y dijo: “No
grites más, por favor. Y vamos a visitar a tu cuñada de una vez, que ahí te vas
a sentir en tu salsa”. Don Pedro la miró furibundo y doña Luz le sostuvo la
mirada por abajo del velo.
3: Cognac y chupetines
Quince minutos
después el dandy escuchó un piano en el salón comedor y se sobresaltó. El
atardecer crecía como una excavación multicolor, y el caballero de Santa María
del buen Aire empezó a tiritar. “No entiendo” pensó levantándose: “Bach
intercaló un adagio entre un preludio y un tocata, pero si no me equivoco esto
es un coral y el segundo tema amenaza con fugarse. Cristo, qué maravilla. Nunca
pensé que pudieran ensamblarse un preludio, un coral y una fuga. ¿Cómo
conseguirán partituras tan modernas en Maldonado?”.
Al entrar al salón
vio a Magdalena Tomillo tocando de espaldas a su prima. El rostro de Priscilla
fosforecía recortado sobre una ventana turquesa: parecía estar mordiendo un
habano apagado. El dandy se acercó a la cocina y pidió un cognac. Una negra
grandota sonrió con picardía y murmuró: “¿No lo quiere en una taza para que
parezca té, como me lo pidió la pianista?”.
El hombre dijo que
sí y avanzó en la penumbra sosteniendo la taza floreada. Al pasar junto a
Priscilla fue detenido por una mirada infantil. “Take my doll” le pidió la irlandesa,
sacándose el chupetín de la boca y señalando su pequeña barriga. El dandy cerró
un momento los ojos, pero el horror le recorrió la cara hasta dejarle dos
caireles colgados en los bigotes. Entonces sustituyó la taza vacía de la
pianista y no se sintió un fantasma cuando ella dijo (con la voz requebrada por
el falso té): “Gracias, Justo”.
Durante una
fracción de eternidad, el caballero de Santa María del buen Aire se sintió un
hombre puro.
1990
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