ANÓNIMO
INGLÉS DEL SIGLO XIV
LA
NUBE DEL NO-SABER
Franciscus hanc editionem fecit
DECIMOSÉPTIMA
ENTREGA
10 / De la manera que tiene el
hombre de conocer cuándo sus pensamientos son pecaminosos, de la diferencia
entre pecados mortales y veniales
Otra
cosa son los pensamientos sobre los hombres mortales y sobre las cosas
materiales o mundanas. Es posible que aparezcan en tu mente sin tu
consentimiento pensamientos relativos a estas cosas. No hay pecado en ello,
pues no es culpa tuya ya que todo eso sucede como resultado del pecado original.
Aunque quedaste limpio del pecado original en el bautismo, sigues cargado con
sus consecuencias. Por lo mismo, estás obligado a rechazar estos pensamientos
inmediatamente, pues tu naturaleza es débil. Si no lo haces, te puedes ver
arrastrado a amar u odiar según las reacciones que susciten. Si es un pensamiento
agradable o te recuerda algún placer pasado, podrías sorprenderte consintiendo
el goce del mismo; y si se trata de un pensamiento desagradable o te trae a la
memoria algún recuerdo doloroso, podrías ceder a un sentimiento de rencor. Un
consentimiento tal podría llegar a convertirse en pecado grave en el caso de
una persona que vive alejada de Dios y que ha hecho una elección fundamental en
contra del bien. Pero en el caso tuyo como de cualquier otra persona que
sinceramente ha renunciado a las ataduras mundanas, sólo sería un pecado leve.
A pesar de todo esto, si permites que tus pensamientos, faltos de control,
lleguen al punto en que consciente y voluntariamente tú te instalas en ellos,
con pleno consentimiento, caerías en un pecado grave. Pues es siempre pecado
grave, si con plena conciencia y asentimiento te mantienes pensando en alguna
persona o cosa que incitan tu corazón a uno de los siete pecados capitales.
Si
le das vuelta a alguna injusticia pasada o presente, pronto te torturarán
deseos de venganza e ira; y la ira es pecado. Si engendras desprecio profundo
por otra persona y una especie de odio lleno de rencor y de juicios prematuros,
has sucumbido a la envidia. Si cedes a la comodidad y a la desgana de hacer el
bien, esto se llama pereza. Si el pensamiento que te viene (o suscitas) está
cargado de engreimiento y te hace presumir de tu honor, inteligencia, los dones
recibidos de la gracia, de tu estado social tus talentos o tu belleza, y si
voluntariamente te regocijas en ello, estás cayendo en el pecado del orgullo.
Si se trata de un pensamiento referido a cosas materiales, es decir, bienestar,
presiones u otros bienes terrenales que la gente se afana en conseguir y llamar
suyos, y si te mantienes en este pensamiento suscitando el deseo, esto es
codicia. Si sucumbes al deseo desordenado de comidas y bebidas refinados o en
cualquier otro de los goces del gusto, el pecado se llama gula. Y finalmente,
el deseo ilícito del goce carnal o de las caricias y los halagos de otros, esto
se llama lujuria.
Si
tus errantes pensamientos evocan cualquier placer, pasado o presente, y si te
detienes en él, dejándole que eche raíces en tu corazón y que alimente tu deseo
carnal, corres el deleite de verte vencido por el deleite de la pasión. Entonces
pensarás que estás en posesión de todo lo que pudieras desear y que este pacer
puede satisfacerte a la perfección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario