HUGO
BERVEJILLO
NACER
EN MALVÍN. RENACER EN LA NARRATIVA.
por
Lucio Muniz
(reportaje recuperado
de Uruguayos de raíz vasca (Edición
de “Centro Euskaro-Español” / Montevideo / 1994)
SEGUNDA ENTREGA
Vos
fuiste hace años uno de los fundadores de una revista.
Tres volúmenes pero
cuatro números, porque un volumen fue doble. Eso significó aprender muchas
cosas buenas y malas También eso nos ayudó a conocer el medio intelectual
montevideano. Fue un disparate hacer algo que también dependía de lo económico.
Emprendimos esa aventura sin capital y tuvimos la suerte de encontrar gente tan
romántica como nosotros que nos permitía pagar la edición a medida que íbamos
vendiendo. Por esa revista desfiló gente entrañable que recuerdo con cariño,
como Jorge Medina Vida, que era asesor.
Gran
profesor y excelente poeta que es también amigo.
Estuvo Alfredo Fressia;
fugazmente, Nora Bouzón. Fue una enorme empresa que estaba signada por el
maestro Torres García. Había interminables en el taller de Giovanetti padre.
Lo
que había entonces era la Filosofía torresgarciana con su Universalismo Constructivo,
llegando a la poesía, a la narrativa.
Exacto. Se trataba de
hacer poesía con un hálito de universalidad que todavía hoy seguimos recordando
los que escribimos. Tarik exilado económico en Buenos Aires.
Y
joyero.
Cierto; y Bentancourt
publicista y escritor en Brasil, que habla en una lengua y escribe en otra,
cosa que yo admiro. Giovanetti en Montevideo; de Chaparro no tengo noticias.
Había ahí la guía espiritual de Torres. Había mucho color juvenil, y a veces,
se aparecía Tabaré Etcheverry y cantaba.
Y
tu ex compañera Cristina Fernández, ¿cantaba?
Cantó siempre con esa
preciosa voz.
Es
como que está obligada a cantar bien y ser la número uno (risas).
Cómo canta.
Hace
un año presentaste tu novela Una cinta
ancha de bayeta colorada con mucho éxito. Hablame de eso.
La novela en realidad
nace por una pregunta de mi hijo. Viene del liceo y me pregunta qué había
pasado en Paysandú en el siglo anterior.
“La
defensa de Paysandú”.
Exacto. Y por no
confiar demasiado en mi memoria -de la cual me enorgullezco- hice la
experiencia de recurrir a tres libros de autores diferentes, y resulta que
todos decían cosas distintas, en canchas distintas y con cuadros diferentes. La
experiencia que con respecto a la historia del país le dejé a mi hijo fue
penosa. Quise encontrar una veta coherente y vi que en uno de los libros había
una conexión entre un coronel Suárez -que tuvo que ver con la muerte de Leandro
Gómez- y un general Suárez que había tenido que ver con la muerte de Venancio
Flores. Ahí nació la intriga de develar un personaje; por develar cómo había
sido eso que parecía una serie de sucesos orientados de una determinada manera.
Pero la historia se me escapaba de las manos. Yo me sentía un poco como el
protagonista de aquella película hermosa de Antonioni, Blow-up, basada en un cuento de Cortázar.
Sí,
claro, en Las babas del diablo.
Justamente, porque allí
hay alguien que encuentra algo y lo persigue.
Se
hace un perseguidor, cosa que es también de Cortázar (risas).
Cierto, y yo me voy a
la Biblioteca Nacional, donde lo único que encontré fueron satisfacciones y
buen trato de esa hermosa gente como Universindo Rodríguez y Luis Batalla, que
me abrieron las puertas y entonces pude acceder a documentos que no imaginaba
que pudieran existir. Entonces me enteré de un mundo hermoso y distinto, nuevo,
recién hecho aunque existiera hace quién sabe qué tiempo pero que la
historiografía no reconoce; los historiadores aparentemente no abrevan en esas
fuentes. Una historia del país, distinta, con una carnalidad de los personajes
que yo desconocía. Allí había el poder de comunicación que tenía un Emilio
Salgari que me hacían vivir a Sandokán. Esa misma capacidad de comunicación que
encontré en Hemingway. Porque vos sabés que yo había aprendido hasta a oler los
perfumes que me decía Salgari, y todo eso me quedó. Me sirvió para transmitir
“La defensa de Paysandú”, la “Batalla de Perdenal” o la “Revolución de Timoteo
Aparicio”. No puedo menos que recordar con cariño las enseñanzas que me dejó
Salgari, o Stephen Crane, en “La roja insignia del coraje”. Porque uno, de todo
aprende y las cosas le van quedando sin que se dé cuenta y se va formando un
sustrato que cuando lo precisa, aparece.
Vos
tenés un origen literario más que en los rusos, en los estadounidenses.
Sí, sí.
¿Para
vos ha estado más cerca Bret Harte que Dstoiesvski?
No, no; cada uno en un
área distinta y en momentos de la vida diferentes. Dostoievski es mi gran autor
de la adolescencia; yo gracias a él descubrí la religión en el arte; como lo
monumental en Tolstoi. Pero también descubrí la simplicidad, leyendo a los
norteamericanos.
También
con Chejov.
Lo que pasa a es que
Chejov lo leí después. La simplicidad la descubrí con Caldwell, con Carson mac
Cullers; una escuela que se basa en el relato despojado de adornos; la realidad
pura y palpitante.
Con
Hemingway, cuyo relato a veces parece zonzo y como que no pasa nada.
Claro, porque hay algo
subterráneo. Cada lectura deja su testamento. Recuerdo también a Barbusse.
¿Y
a Céline?
Su Viaje al fin de la noche.
¿Y
qué pasa con los españoles, como Cervantes?
Gran descubrimiento; me
lo enseño mi padre. También me enseñó a Quevedo, que era su gran pasión porque
rompía las reglas con su talento se
atrevía a decir lo que nadie se animaba.
Y
era cruel, también.
¡Ah!, sí, sí.
¿Qué
otros?
Tuve una gran atracción
por Machado, Miguel Hernández, pero no me importó tanto la prosa española
porque es muy localista.
Javier
de Viana, Morosoli y Serafín J. García que sé que te gustan, ¿no lo son?
Hablan el castellano.
Pero
un castellano irregular.
Enraizado en un
territorio. Ejemplo: tanto Cervantes como Pérez Galdós son distintos en la
construcción, el paisaje y la imagen.
En
Cervantes es un español antiguo, es otro tiempo que el de Galdós, es distinto.
Aquello es español y
esto castellano, y ese castellano como en los nuestros está traducido al sabor
de la tierra. Para mí alguien inolvidable es “Paco” Espínola. Recuerdo que con
Giovanetti y Bentancourt lo discutíamos con pasión. La forma esa de hacer vivos
los animales y los defectos humanos…
Eso
viene de la fábula, me parece: Esopo, Samaniego, La Fontaine, Iriarte…
Lo hicieron ellos, sí,
pero qué uruguayo y qué universal lo de Paco -utilizando un término de don
Joaquín-. Qué cosa linda que la comarca sea el Universo. A mí siempre me
impactó gente como Paco, Javier de Viana; Onetti en menor medida aunque con una
estatura literaria mucho mayor. Y claro que con menos afinidad de la que
encuentra Giovanetti. Coincidimos con Faulkner que me produce gran satisfacción
al leerlo y ser espectador del mundo que ofrece. Onetti es un montevideano que
yo no comparto, con su mundo triste. Yo creo que la gran enseñanza de la
Literatura es que, al final de “la caja de Pandora”, siempre tiene que estar la
esperanza.
Yo
recuerdo que Goya pintando tiene momentos de luz y de anécdota, de colorido,
sin embargo donde más me importa es en la pintura negra.
Porque pinta al
espíritu español, no al pueblo.
No
sé si es eso, pero me importa. Capaz que con los años te gana Onetti.
Tal vez. Alguien que
creo “fuera de serie” y que aun no está dimensionado, es Quiroga: y digo esto
aunque discrepo con algunos de sus juicios.
¿Y
qué podemos decir de los jóvenes?
Me ponés en un apuro,
porque como decía Faulkner, yo me siento más escritor que hombre de letras.
De
alguna manera son sinónimos; hay matices y diferentes casilleros y actitudes.
Entiendo que querés decir que no te gusta ser crítico.
Exactamente. Miro poco
para mis costados y además el tiempo no me deja. El tiempo queme queda después
del trabajo, lo tengo que ocupar en este otro de escritor. De todos modos creo
que algún día se va a hablar de Tarik Carson, que es un hombre con un mundo
personal y enorme, al que apriorísticamente hay gente que lo rechaza. Será
valorado. También Daniel Bentancourt, hombre con un mundo muy difícil en la
creación, pero creado con dolor, que es el gran maestro de la creación, porque
del dolor nacen obras de arte. Te diría que se hablará de Giovanetti, cuyo
aliento es más universalista que el mío. Creo que también se va a habar de Hugo
Rocca, poeta y hombre de talento que vincula la poesía con la música, que es un
poco la síntesis de este Siglo XX “problemático y febril”. Y si el olfato no me
engaña, hay una muchacha que se llama Andrea Moreira, que dará que hablar.
Querés
decir que “no todo lo que reluce”…
Al otro hay que saberlo
buscar, por algo los gambusinos, aquellos muchachos de Calfornia, tenían que
sacar el agua, la arena, todo lo impuro, para que al final apareciera “la pepita”
y con confundirse con otros metales que a veces tenían algún brillito pero que
no eran valiosos.
Para
ir terminando: ¿estás contento contigo?
Sí, sí, sí; estoy
contento porque logré hacer algo que quería y que ha salido mejor de lo que
esperaba. Estoy por eso, sorprendido.
Y
si volvieras a nacer, ¿qué harías?, ¿lo mismo?
Por supuesto. Para mí la
mayor aventura sería volver a leer y a escribir. No tengo dudas.
Montevideo, 10 de
setiembre de 1993.
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