LOS INVITADOS
INDESEABLE: LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS DE HISPANOAMÉRICA EN 1767
por Victoria Catta
(HISTORIA HOY / 2-4-2021)
El 2 de abril de 1767 , luego de que el documento conocido como la Pragmática Sanción viera la luz, por orden de Carlos III, rey de España, sin explicaciones y con gran severidad se ordenó la expulsión de los jesuitas de todos los dominios hispánicos. Ese mismo día comenzó el éxodo que, junto con los miembros provenientes de las colonias, que recién se enteraron de todo esto alrededor del mes de junio, deportaría a casi 6 mil jesuitas a los Estados Papales y finalmente culminaría con la disolución de la orden en 1773.
El evento, tan
llamativo por sí sólo, cobra nuevos significados si se lo considera como tan
sólo uno de los síntomas de una inmensa enemistad que venía gestándose desde
hacía siglos. Porque la Compañía de Jesús, ciertamente, no era algo nuevo. La
orden había sido creada casi 250 años antes, en 1534, por Ignacio Loyola y en
1540 sus promotores, imbuidos por el espíritu de la Contrarreforma, lograron
conseguir el favor del Papa. Marcados por su empuje, su perfil intelectual y su
predisposición activa para ir a donde fueran necesitados, rápidamente se
transformaron en un arma de evangelización de gran efectividad. Establecieron
universidades por todo Europa y, ganando favores de diferentes coronas, fueron
capaces de establecer misiones en lugares tan diversos como India, Japón, China
y América, continente en el cual se transformaron en una de las órdenes más
influyentes.
En lo que respecta
a su relación con la monarquía española, no llama la atención que, con lo vasto
y siempre necesitado de recursos del Imperio Español, las misiones jesuíticas
se llegaron a transformar en un inmenso aliado, especialmente en las zonas de
frontera. Desde 1568 habían empezado a desembarcar miembros de la organización
en toda América, destacándose el trabajo que llegarían a hacer en la zona de
Paraguay. Allí, además de educar y evangelizar a cerca de 100 mil indígenas,
los jesuitas llegaron incluso a formar milicias y actuar como una barrera
protectora frente a los avances de los bandeirantes portugueses.
Esta relación entre
los jesuitas y la corona, aparentemente idílica, sin embargo, empezó a
deteriorase hacia mediados del siglo XVIII. Se suele citar como principal
disparador del problema al “Motín de Esquilache” – una serie de revueltas
producidas en 1766 en España en contra de las reformas impulsadas por el
marqués del mismo nombre que se acusó a los jesuitas de organizar – pero hoy
queda claro que, si bien catalizó la expulsión, detrás de todo esto había
fuerzas más importantes operando.
Esta época, como
prueban las expulsiones de los jesuitas de Portugal en 1759 y de Francia en
1764, el sentimiento antijesuita era una tendencia europea. Lejos de ser un
mero capricho, como bien indicó el historiador Magnus Mörner, no se puede
entender lo que estaba en juego entonces si no se tiene en cuenta el fenómeno
del regalismo. Esta actitud, que él define como “la afirmación de los derechos
del soberano en asuntos eclesiásticos a expensas del papa”, estaba en boga en
esos años de anticlericalismo y se alineaba perfectamente con las aspiraciones
absolutistas de los monarcas europeos del siglo de las luces. En España,
específicamente, gracias al Real Patronato de Indias, instaurado en 1503, el
rey ya contaba con el derecho de nombrar prelados en las colonias, pudiendo
ejercer un control efectivo sobre la Iglesia allí, pero las excepciones
abundaban y muchos creyeron ver que favorecían especialmente a los jesuitas.
Así, su independencia y su lealtad
al Papa les permitió zafarse de controles como el diezmo a pagar a la corona o
la capacidad de reclutar miembros fuera de Hispanoamérica. Esta presencia
extranjera, sumada al hecho de que los intereses económicos jesuitas
prosperaron como ningún otro, suscitó envidias y sospechas que, aunque se
dieron principalmente en las colonias, rápidamente permearon a la Metrópolis.
Así, con el ascenso
al trono de Carlos III, ferviente antijesuita, en 1750, se empezó a gestar un
cambio. Purgó a los jesuitas, antes tan presentes en la corte española, y les
quitó muchos de los privilegios que les habían sido concedidos. Finalmente, con
los antecedentes europeos y con la excusa de los desmanes de 1766, avanzó en su
contra y los expulsó. Todo, con el fin de acrecentar su control y demostrar su
poderío frente a la Iglesia.
La partida de los
jesuitas, por supuesto, tuvo serias secuelas. A nivel educativo, sus
institutos, presentes en todo el mundo, debieron pasar a manos de otras órdenes
o secularizarse y, de paso, cambiar sus programas. Quien lo quiera juzgar a una
luz más positiva, podrá leer en esta acción una apertura a nuevos saberes, pero
considerando también que ahora todo pasaba a estar dominado por las ideas
monarquistas. Así y todo, el cambio de currículo parece bastante menor
comparado con lo que sucedió con la obra realizada por los jesuitas en América.
Allí las misiones sufrieron distintos tipos de destino, desde la venta o
apropiación por la corona, hasta su traspaso a otras órdenes, pero la
decadencia terminó por instalarse en casi todas las empresas, desterrando así
su influencia además de su presencia física.
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