ORTEGA Y GASSET / LARGA VIDA AL HOMBRE MASA
por Raquel Nogueira
(ethic / 19-4-2021)
En un ejercicio casi profético, Ortega y Gasset esculpió hace noventa años el concepto de ‘hombre-masa’, un individuo hecho de prisa, que no escucha nada pero lo opina. En medio de la revolución digital y en un momento de auge de los populismos, revisitamos el concepto del ‘hombre-masa’ de la mano de un grupo de prestigiosos pensadores y filósofos.
José Ortega y
Gasset alertaba en los primeros compases del siglo pasado de que el hombre
medio había perdido el uso de la audición. «¿Para qué oír, si ya tiene dentro
cuanto falta? Ya no es sazón de escuchar, sino, al
contrario, de juzgar, de sentenciar, de decidir. No hay
cuestión de vida pública donde no intervenga, ciego y sordo como es, imponiendo
sus opiniones». Desde los años veinte del siglo pasado hasta los de este han
cambiado muchas cosas, pero aquellas palabras del filósofo siguen plenamente
vigentes: ese individuo «hecho de prisa, montado sobre unas cuantas
abstracciones e idéntico de un cabo a otro de Europa» que describía en La rebelión de las masas, su
ensayo cumbre, se resiste a partir. Y sigue muy presente en las evocaciones
recurrentes de muchos pensadores contemporáneos cuando se refieren al ser
humano moderno: concretamente, al que vive con los cinco sentidos pendientes de
una pantalla del tamaño de su mano en la que verter sus opiniones sin filtro.
«Nuestra sociedad
tiende a hacer homogéneos e indiferenciados a los individuos»
Victoria Camps. Catedrática
de Filosofía Moral y Política
El término de
Ortega sigue vigente, aunque hayamos dejado de utilizarlo. Es la contrapartida
del individuo al que ha dado lugar la ideología liberal: libre, racional,
individualista. Pero, lejos de tener criterio propio y ser capaz de
distanciarse de la masa, es un individuo sin individualidad. Dicho de otra
forma, el que debería ser un individuo autónomo no es más que una masa informe
que se deja informar por los medios de comunicación de masas. Nuestra sociedad tiende a hacer homogéneos e indiferenciados a los
individuos. Mientras que a lo largo del siglo XX, en Europa, el
‘hombre-masa’ se refugió en el fanatismo ideológico y en los fascismos, hoy lo hace en las distintas versiones de populismo,
que le proporcionan una seguridad que no es capaz de buscar por sí mismo.
Actualmente, las
redes sociales potencian la capacidad de manipulación y de difusión de lo peor
que han tenido tradicionalmente los medios de comunicación de masas. Aunque se
presentan como herramientas para una participación más amplia de los individuos
en la opinión pública, esta se fragmenta cada vez más en grupos que se
confirman en sus propias creencias. El ‘hombre-masa’ no ejerce como ciudadano
porque se deja llevar por la masa, y las redes aumentan esa capacidad de
influencia.
«El ‘yo social’
necesita ser refrendado continuamente por el resto de la red»
José Antonio
Marina. Filósofo, escritor y pedagogo
Para Ortega, el
gran fenómeno del siglo XX es el advenimiento de las masas al pleno poder
social, que, en principio, puede entenderse como el triunfo del ideal
democrático: supone un gigantesco aumento de las posibilidades vitales de todas
las personas. Pero a ese ‘hombre-masa’ que domina la vida
pública no le preocupa nada más que su bienestar y, a la vez,
es insolidario con las causas de ese bienestar, por lo que muestra una radical
ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia: estos
dos rasgos componen la psicología del niño mimado.
Una de las
características del concepto orteguiano es
que carece de sentido crítico y glorifica la opinión. Es lo que hacen todos los populismos. Me gusta
distinguir entre democracia difícil –que se funda en el afán de encontrar
soluciones justas a los problemas– y democracia fácil –basada en las
preferencias personales–. El ‘hombre-masa’ desea esta última. Por otro lado,
las personas responsables pueden entrar en un peculiar estado, que denomino
‘estado de masa’, y mientras se encuentren en ese estado, perderán su
identidad, sufrirán un contagio emocional y se hallarán en estado de sugestión.
Las nuevas
tecnologías están favoreciendo un fenómeno análogo, pero nuevo, que denomino
vivir en estado de red. Los rasgos principales de esas personalidades
reticulares que están demasiado tiempo en ese estado son la dependencia de la
red o la hiperactividad conectiva, la impulsividad en la respuesta, la
dificultad y el poco interés en distinguir lo real de lo virtual –que ha dado
lugar a la posverdad– y una difuminación del yo personal y de la intimidad a favor de una
hipertrofia del ‘yo social’, que necesita estar continuamente siendo
refrendado por el resto de la red.
«No existe el
‘hombre-masa’, sino muchos ciudadanos»
Javier Gomá. Filósofo y escritor
Ortega es deudor
de la sociología y la filosofía de su época, herederas de una visión
aristocrática, que articulaban como sistema lo que había sido la organización
del mundo desde el principio de los tiempos: unos gobiernan, otros mandan. Pero
no solo en un sentido jurídico, sino también moral, social y estético: un grupo
reducido –la llamada minoría selecta– se propone a sí mismo como modelo para el
resto de la sociedad y la casi totalidad de la ciudadanía –el 99% de la
población– no tiene otro deber que la docilidad del seguimiento de esa minoría.
Para Ortega, la masa sería menos masa si se comportara de manera
menos libre e independiente e imitara, callada, sumisamente, la excelencia de
esos pocos. Pero en verdad no existe el ‘hombre-masa’, sino
muchos ciudadanos.
La libertad sin
instrucciones de uso produce vulgaridad, que es una noción radicalmente contemporánea,
hija de la unión de dos fenómenos actuales: la libertad y la igualdad. Las redes aumentan la libertad del ciudadano;
ahora bien, las hemos incorporado a nuestras vidas en poco tiempo y hemos
aumentado nuestra libertad aceleradamente sin instrucciones de uso. El resultado es la apoteosis de la vulgaridad en las redes
sociales. Este estado de cosas, que es provisional, se corregirá
con una costumbre general –que involucra a todos los ciudadanos y usuarios– de
reforma de la vulgaridad en dirección a la excelencia, a medida que esa
vulgaridad sea sentida crecientemente como repugnante y digna de reproche por
la mayoría.
«El ‘hombre-masa’
actual sería un tipo acelerado que no sabe en realidad a dónde va»
Ana Carrasco Conde. Filósofa y directora de la
revista ‘Kritches Journal 2.0’
Nos pueblan
pobres abstracciones, como dijo Ortega, pero también vivimos más pobres de
experiencia, más incapacitados para poder pensar y disfrutar, más ciegos ante
otros puntos de vista, más polarizados, más presas de la ilusión de la
singularidad cuando somos más homogéneos e intercambiables en una especie de
indiferencia basada en lo cuantitativo, más acelerados… Parafraseando a Ortega, el ‘hombre-masa’ actual sería un tipo
acelerado que no sabe en realidad a dónde va, incapaz de focalizarse
en una tarea porque siempre tiene más que hacer, presionado por otros que, como
él, van acelerados. Es un tipo competitivo e individualista que ha olvidado lo
común, y que, egocéntrico, busca al otro para ser reconocido por lo que parece
y no por lo que hace. A él se debe la preocupante situación de un frenesí
perpetuo y de la necesidad de introducir novedades, que nos pasen muchas cosas
o, al menos, que lo parezca porque en realidad cada vez disfruta menos de las
experiencias.
Pero hoy, en
realidad, cada ser humano vive en su mundo y lo que creemos que es más grande
es en realidad más pequeño: con las redes sociales, las cámaras de eco y
filtros burbuja, pensamos que tenemos acceso a todo lo
que sucede, pero en realidad refuerzan nuestros propios prejuicios y
nos hacen el mundo más pequeño. Cuando las redes se emplean no como lugar de
encuentro humano entre personas, sino como lugar de exposición social de
aquellos que solo buscan reforzar su posición y no estar solos consigo mismos,
encontramos un uso que refuerza al ‘hombre-masa’ y perjudica al tejido social
al atomizarlo. En ellas, cada uno se eleva a sí mismo como fuente de autoridad,
tomando su fuerza del reconocimiento a través de los que piensan como él y el
enfrentamiento y ridiculización del diferente. Así, el ‘hombre-masa’ se
enquista y construye su mundo en torno a sus opiniones que aparecen como verdades
que hay que respetar.
«Todos corremos el
riesgo de vivir una vida inercial o mimética con nuestro entorno»
Diego S. Garrocho. Profesor
de Ética y Filosofía Política de la Universidad Autónoma de Madrid.
El ‘hombre-masa’
es todo aquel humano que renuncia a la custodia de su propia humanidad. Un
rasgo esencial es el desprecio por su propia autonomía. Es un humano
desmoralizado que desecha la posibilidad de construirse desde la exigencia, que
acepta la actual versión de sí mismo sin interrogarse por su mejor
versión posible. Pero la complejidad actual requiere una redefinición del término: el ‘hombre-masa’ de
hoy está conectado a lo remoto, pero desconectado de su realidad
concreta. Para Ortega, la masa es
una forma de indiferencia, el ‘hombre-masa’ es una boya sin rumbo que está
satisfecha en su deriva. Hoy, sin embargo, nadie está satisfecho. Todos corremos el riesgo de vivir una vida inercial
o mimética con nuestro entorno. Además, la masa
actual se construye no por una aceptación cordial de las medianías, sino por
una pulsión de singularidad narcisista que todos compartimos: todos aspiramos a
ser únicos, irrepetibles, singulares… y esa obsesión es lo que, de una forma un
tanto absurda, precisamente nos iguala. Hoy todos
creemos formar parte de una selecta minoría, lo que es imposible.
Las nuevas tecnologías han acelerado nuestro
aturdimiento existencial: el permanente contacto con realidades virtuales y nuestro apego obsesivo por lo simbólico nos ha
inoculado una extraña desconfianza en la realidad inmanente y material. La vida
global o desvinculada nos está haciendo cada vez más infelices. El gran capital tecnofílico nos ha hecho despreciar todo lo
valioso que nos ha arrebatado: un sentido firme que imprima rumbo a
la existencia, un marco familiar que sirva de refugio afectivo, una sólida
vocación profesional que nos procure una misión en la vida… La
hiperconectividad y la hiperestimulación de nuestra atención nos han impuesto
un aturdimiento no elegido contra el que deberíamos reaccionar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario