CONTRA EL TRIUNFALISMO Y LA MUNDANIDAD ESPIRITUAL
por Diego Fares
(LA CIVILTÀ CATTOLICA / 19-11-2021)
El triunfalismo – el cristianismo sin Cruz – y su
forma más sutil – la mundanidad espiritual – es difícil de discernir. Si hay un
tema particularmente recurrente en la doctrina de Bergoglio-Francisco, es
precisamente este[1]. En la
Exhortación apostólica Evangelii gaudium, con su «no a la
mundanidad espiritual», Francisco puso las cosas blanco sobre negro. La
alternativa se da entre una Iglesia en movimiento de salida para evangelizar al
Mundo y una Iglesia invadida por la mundanidad espiritual: «Es una tremenda
corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en
movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los
pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o
pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro
del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos,
escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios» (EG 97).
Ya en 1984 Bergoglio afirmaba: «La actitud
triunfalista no siempre es abierta. La mayoría de las veces aparece sub
angelo lucis en la opción por nuestros métodos pastorales, pero
siempre puede reducirse a la invitación para bajar de la cruz»[2]. El
triunfalismo, y esa forma sutil que adquiere en cuanto «mundanidad espiritual»,
lo definió proféticamente Henry de Lubac como el peor daño que le puede pasar a
la Iglesia. «Siempre me causa profunda impresión leer las últimas páginas del
libro del padre De Lubac: la Meditación sobre la Iglesia[3], las últimas
tres páginas, donde habla precisamente de la mundanidad espiritual. Y dice que
es el peor daño que le puede pasar a la Iglesia; y no exagera, porque luego
dice algunos males que son terribles, y este es el peor: la mundanidad
espiritual, porque es una hermenéutica de vida, es una forma de vida; también
un modo de vivir el cristianismo»[4].
No se trata de simples tentaciones de
superficialidad, como podrían sugerir los conceptos que las caracterizan – el
triunfalismo y la mundanidad –. El Papa recuerda que la mundanidad odia a la
fe, nos roba el Evangelio, mata a los que la rechazan de plano, a nuestros
mártires[5], como mató al
Señor, y seduce a los que en algo están dispuestos a aceptarla, rechazando
alguna cruz. «Es curioso: [de] la mundanidad, alguien me puede decir: “Pero
padre, esto es una superficialidad de vida…”. ¡No nos engañemos! ¡La mundanidad
no es superficial en absoluto! Tiene raíces profundas, raíces profundas. Es
como camaleónica, cambia, va y viene según las circunstancias, pero la
sustancia es la misma: una propuesta de vida que entra en todas partes, incluso
en la Iglesia. Mundanidad, hermenéutica mundana, maquillaje, se maquilla todo
para que sea así»[6].
Una tentación difícil de discernir
Cuando el Papa dice que se trata de una tentación
que afecta nada menos que a nuestro modo de vida y a nuestra manera de
interpretar la realidad y que es difícil de discernir, esto debe ser tomado en
serio. Lo difícil no es comprender la «idea» del triunfalismo con una mirada
sociológica o sicológica, sino hacer un «discernimiento evangélico» (EG 50)
concreto en cada caso, gracias al cual cada persona o la Iglesia entera sienta,
interprete y elija lo que la lleva a salir a evangelizar, y rechace lo que la
quiere encerrar e invadir. Hay que discernir los comportamientos, las
situaciones y las estructuras en que la mundanidad se esconde y se disfraza en
cada situación. Evangelii Gaudium marca claramente que no hay
punto neutro: si no damos la Gloria a Dios, nos la damos entre nosotros (EG
93); si nuestra prédica no se incultura, se vuelve abstracta, gnóstica; si no
somos pastores que apacientan nos volvemos mercenarios neopelagianos que controlan
(EG 94); si no cargamos con las humillaciones de nuestra cruz, comienzan las
guerras internas entre nosotros (EG 98). Por eso juzgamos que el tema no solo
es importante, sino cuestión de vida o muerte. Y para combatir bien, es
necesario descubrir el «dinamismo» de esta tentación triunfalista, de manera
tal que se puedan conectar los frutos malos con la raíz que los alimenta.
Creer que se tiene la precisa: «hybris»
Entramos en el tema ayudados por una de esas
expresiones originales típicas de Francisco. Hace poco, hablando del
triunfalismo en un encuentro privado, usó una expresión que ya había usado en
sus diálogos ecuménicos con el rabino Skorka, siendo cardenal: El triunfalismo
«entra cuando uno se cree que tiene la precisa»[7]. Es decir,
cuando creemos que no necesitamos involucrarnos en el trabajo exigente que da
hacer un proceso de discernimiento o estar involucrado en las tareas pastorales
al servicio del Pueblo de Dios, que pide presencia y cosas concretas a su
pastor.
«Tener la precisa» es un modismo muy argentino que
refleja lo que tiene en la mente el que está afectado por lo que
tradicionalmente se da en llamar «síndrome de la hybris», el
síndrome del arrogante, del que cree que se las sabe todas y se siente superior
e impune. Hybris en griego (superbia en latín)
significa la arrogancia, el exceso y la desmesura del que trasgrede los límites
que marca la justicia.
No se trata solo de un fenómeno religioso ni mucho
menos[8]. Su lógica
está presente en todas las etapas y ámbitos de la vida. Baste pensar en lo
rápido que aprendemos de niños a festejar como una victoria gloriosa algún triunfo
deportivo que vemos festejar a los mayores. Esta lógica se convierte en un
verdadero paradigma: el paradigma tecnocrático que hoy es homogéneo y
unidimensional, y reduce la realidad con el fin de dominar totalmente
(triunfar) algunas áreas que son de interés para los poderosos. La (falsa) idea
del crecimiento infinito y de la «disponibilidad infinita de bienes del
Planeta, que conduce a exprimirlo hasta el límite y más allá del límite» (Laudato
si’ [LS], n. 106) fascina a economistas, políticos y tecnólogos.
La hybris es el exceso en que cae
el soberbio al humillar por placer a la víctima más débil. La lógica conecta
la hybris con un sobrepasar los límites en un tiempo, cosa que
acarrea la posterior némesis o venganza de los dioses contra el ser humano que
no se ubicó en su lugar en el universo. El que está dominado por la hybris se
alimenta de triunfos como de «presas». Es significativo que el estupro, en
griego se diga hybrisein. Debajo del horror de los abusos en la
Iglesia está el pecado de la hybris, esa arrogancia desmesurada que
suele disimularse muy bien y que, sin embargo, se la puede percibir en algunas
de sus manifestaciones, a veces aparentemente superficiales[9]. Actualmente,
al santo Padre le preocupa la conexión que se ha dado en la Iglesia en estos
últimos tiempos entre el triunfalismo manifiesto de algunos nuevos movimientos
y personajes con los abusos escondidos que convivían entre ellos[10].
El contexto de «Las Cartas de la tribulación»
Es importante recordar el contexto en que Bergoglio
trató el tema del «triunfalismo» de manera orgánica. Fue en el período de
tribulación que pasó en Córdoba, entre junio de 1990 y mayo de 1992. En
diciembre de 1990, escribió una serie de apuntes que se publicaron con el
título de «Silencio y Palabra»[11], pensados –
explicaba Bergoglio en la nota introductoria[12] – para
ayudar en el «discernimiento de una comunidad religiosa que estaba pasando por
circunstancias difíciles». Es decir, el carácter del escrito es netamente
pastoral, orientado a una comunidad concreta que vive una situación concreta.
Austen Ivereigh, su mejor biógrafo sin lugar a
dudas, encuentra «doblemente fascinante» ese texto escrito en tiempos de
tribulación: «La comunidad, claro está, era la provincia jesuita argentina, y
lo que convierte al discernimiento en algo doblemente fascinante es que las
fuerzas espirituales que según él intervenían en su crisis eran las mismas que,
años después, el Papa Francisco buscaría para combatir la que afectaba a la
Iglesia en su conjunto»[13].
Esto fue lo que llevó a La Civiltà
Cattolica, con el beneplácito del Papa, a reeditar Las Cartas de la
tribulación y comentarlas. La actitud paradigmática de una
«persecución mayor» como la que reflejan Las Cartas, «proporciona
un marco espiritual para enfrentar cualquier otra. Sigue el espíritu de la
Carta de Pedro de no maravillarse del incendio que se desata (cfr. 1 Pe 4, 12)
cuando hay una persecución»[14].
El método y las raíces del triunfalismo
Se trata de un texto que busca «el consuelo de la
fe común» en un tiempo de tribulación. El silencio se le había impuesto a
Bergoglio por el propio peso de la situación que estaba viviendo, y cuando se
decide a hablar para ayudar a otros, dado que no es posible «tener una visión
de conjunto» del conflicto, va «buscando y encontrando» en la Escritura, en
los Ejercicios y en las Cartas de la Tribulación el
«método para leer la historia»[15].
Podemos decir que el modo de leer la historia de
Bergoglio es propiamente un modo contemplativo en la acción. Se trata de un
método que incluye pasos prácticos y no solo intelectuales para hacer que
«salte» el mal espíritu del triunfalismo. Bergoglio hace un tiempo de silencio,
se anonada y no discute, se acusa a sí mismo antes que a los demás. Son modos
de hacer lugar a la luz de Dios. Bergoglio no sale del silencio con el fin de
elaborar un discurso abstracto, sino para hacer un discernimiento evangélico de
una situación real[16], a la que a
lo más se le pueden hacer “acotaciones y precisiones” allí donde se encuentran
signos en los que aflora la tentación de consolidar un proyecto propio en lugar
del proyecto de Dios.
En «Silencio y palabra», Bergoglio va describiendo
actitudes y buscando conexiones entre las diversas tentaciones contra el plan
de Dios que son más propias de un tiempo de tribulación. Las que se daban en
aquella situación eran, entre otras, la división en facciones internas: «El
activista de “internas” es uno que “se excede” de la comunidad, con su proyecto
propio: es el proagón (2 Jo 1,9)»[17]; la ambición
maquillada de piedad: «Se busca la propia promoción, pero de manera
escondida, habiendo elegido previamente el camino: “yo te sirvo,
pero de esta manera”»[18]; la falta de
pobreza de la festichola[19], en lugar de
la fiesta: la que hace que la «fiesta del Señor», que siempre tiene una
dimensión escatológica, se reduzca a la festichola.
Otra tentación es el apego a la penumbra y la
suspicacia: el suspicaz «posee una megalómana confianza en sí mismo, crecida
por los muchos o pocos éxitos que su conducta le ha deparado»[20]. También está
el negocio: «El simple negocio humano es siempre, en la Compañía, primero o
segundo binario. Si se renuncia a negociar mal, será la señal de que uno busca
el bien del todo sobre el de la parte»[21]. Finalmente,
el triunfalismo y su expresión más sutil, la mundanidad espiritual, que siempre
suelen terminar en algún encarnizamiento con el justo[22]. La fuerza
que tienen las caracterizaciones que hace Bergoglio se debe a que no analiza
«ideas», sino situaciones reales.
Por otra parte, Bergoglio va profundizando en las
tentaciones hasta hacer ver la raíz común a todas: la cruz rechazada y el
propio perfeccionamiento en vez de la mayor Gloria de Dios; luego busca los
remedios concretos y personalísimos para descubrir, enfrentar y
rechazar esta tentación señalando también a los «verdaderos protagonistas» de
esta guerra: Dios y Satanás.
El triunfalismo, que está en la raíz de todas las
tentaciones contra la cruz de Cristo y la gloria del Padre[23], parecía solo
una tentación más, pero aquí es desenmascarado como la contradicción principal
al plan de Dios. Hablando de los jesuitas en 1985, Bergoglio expresaba algo que
es válido para todos: «Si, como decíamos antes, el núcleo de la identidad
jesuita está – según san Ignacio – en la adhesión a la cruz (por la pobreza y
las humillaciones), la cruz como verdadero triunfo, el pecado fundamental del
jesuita será precisamente la caricatura del triunfo de la cruz: el triunfalismo
como formalidad de todas sus acciones; el exitismo, la búsqueda de
sí mismo, de sus cosas, de su propio parecer, la acepción de personas, el
poder»[24].
Talante mariano: los remedios contra el triunfalismo
A la hora de buscar remedio y ayuda para luchar
bien contra el Maligno, señalamos que la Santísima Virgen juega un papel
decisivo en la espiritualidad de Bergoglio – Francisco, cuyo talante es
netamente mariano: «María aparece en la reflexión cuando Bergoglio evoca la
Encarnación, la contradicción, la cruz. La Madre es símbolo de carne, de
corazón, de ternura»[25].
En «Silencio y Palabra» Bergoglio centra sus
reflexiones en torno a seis imágenes fuertes de Nuestra Señora: María que hace
silencio y medita las cosas en su corazón; María que «desata los nudos» que se
nos arman; María que protege a sus hijos bajo su manto; María que, con un
corazón fatigado resiste al mal y canta el Magnificat en casa
de Isabel; María orando en el Cenáculo y, en torno a Ella, agolpados «como
piojo en costura», los apóstoles, esperando al Señor. La imagen más fuerte es
la de nuestra Señora al pie de la cruz: «El triunfalismo quedó destruido en el
corazón fatigado de nuestra Señora al pie de la cruz»[26].
El antídoto contra el triunfalismo está en esa
peculiar fatiga del corazón que san Juan Pablo II hizo notar en Nuestra Señora
y que Bergoglio retoma siempre como signo de fe: «Ante los duros y dolorosos
acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta “una particular
fatiga del corazón”[27]. Es la noche
de la fe. En el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa:
su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el triunfalismo,
destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente destruido en el
corazón de la Madre; ambos supieron callar»[28].
La fatiga del corazón de María se inscribe en la
historia de una nube de testigos que vivieron y viven en medio del Pueblo fiel
de Dios. Los pueblos disciernen y explicitan lo que son, no solo con su hacer,
sino también con su padecer: con su resistencia al mal, pasiva en cuanto a que
es no violenta, pero activa en una fe que opera por la caridad. Bergoglio toma
esta doctrina de san Agustín, para el cual: «El criterio de sanidad y ortodoxia
cristiana no está tanto en el modo de actuar como en el modo de resistir»[29]. Y explicita
algunos signos de resistencia a los que califica como «signos cristianos»: «La
lucha de los pobres, de los humildes, de los niños […], que se expresa en
gestos y actitudes de niño, tales como la receptividad, la capacidad de
escuchar, el caminar… [Esta resistencia] descarta todo tipo de triunfalismo»[30].
El pueblo fiel tiene conciencia del verdadero
enemigo y sabe encontrar refugio en la Virgen Madre. «En el techo de la Capilla
Doméstica de la Residencia de la Compañía en Córdoba – donde rezaba Bergoglio –
hay una imagen muy cara a Bergoglio. Allí, los hermanos novicios están bajo el
manto de María, protegidos; y debajo escrito un clamor: Monstra te esse
matrem («¡Muestra que eres madre!»). En los momentos de turbulencia
espiritual, cuando Dios quiere pelear, nuestro sitio está bajo el manto de la
Santa Madre de Dios»[31]. Allí no
puede entrar el diablo. Refugiarse bajo el manto de nuestra Señora implica que
en esos momentos en los que se hace patente una desmedida ferocidad en la
lucha, uno toma conciencia de la verdadera dimensión de la guerra: no se trata
de una guerra nuestra, sino de Dios, el cual es el verdadero protagonista
contra el que lucha el demonio[32].
Saber leer la historia desde la fe y vivirla coherentemente,
todo esto fatiga el corazón, pero no olvidemos que corde intelligitur.
Saber discernir la voluntad de Dios en medio de la ambigüedad de la vida, causa
fatiga en el corazón, pero como es fatiga buena, vuelve más lúcido y sólido al
discernimiento, aunque a veces la ambigüedad se torne densa y las decisiones a
tomar sean crucificantes. La fatiga del corazón de nuestra Señora es el lugar
por excelencia desde donde resiste el pueblo fiel de Dios. También el pastor se
define por su capacidad de resistir al mal, junto con su pueblo. Por eso,
nuestro cansancio es precioso a los ojos de Dios. Nuestra fatiga luego del
trabajo pastoral es preciosa a los ojos de Jesús[33].
En definitva, Bergoglio opone a la hibrys del
triunfalismo la fatiga del trabajo que conlleva ir descubriendo la voluntad de Dios
y realizarla en nuestra vida. Dar un paso adelante en la fe, interpretar bien
los signos de los tiempos, saber leer la historia desde la fe, como María,
fatiga el corazón porque lleva consigo trabajo y discernimiento.
Tres actitudes que amenazan la fatiga del corazón
Francisco señala algunas actitudes que delatan
mundanidad y triunfalismo: una actitud tiene que ver con el tiempo y la fiesta.
El triunfalista se delata por «festejar antes de tiempo»: «Contra la fatiga del
corazón atenta la falta de esperanza, el gesto omnipotente de adelantar el
triunfo por medio de otros caminos más rápidos, por medio del atajo del
negocio, adelantar el triunfo sin pasar por la cruz»[34]. Es bueno
«festejar cada paso adelante que se da en la evangelización» (EG 24). Pero la
fiesta que adelanta el triunfo es la Eucaristía, no cualquier festichola. Una
Eucaristía que, al mismo tiempo que es consuelo y premio, es viático para el
camino de la Iglesia que sale. La Fiesta Eucarística es inclusiva, no como la
festichola triunfalista, que es de elite. Y es fiesta con pan compartido y
lavatorio de pies, que es el gesto profético que nuclea y expande
apostólicamente el pontificado del Papa Francisco.
Adelantar triunfos tiene poder adictivo y se va
convirtiendo en una manera de leer y de vivir la historia. La festichola
debilita la tensión fecunda de la Esperanza[35], que nos hace
«mantener las posiciones», resistiendo al mal, y que nos lleva a prepararnos
para salir de nuevo a la batalla, siempre para mayor gloria de Dios.
Esta manera de vivir el tiempo privilegiando el
momento, atenta contra la Esperanza y se refleja en el lenguaje. Hablando en
general, «el triunfalismo tiene su relato o, mejor aún, consiste en su
relato, en gran parte. Este relato es una caricatura de la historia de la
Salvación, porque se alimenta de logros parciales y busca palabras para
explicarlos, pero con la diferencia de que no han pasado por el crisol de la
cruz ni por la visión de la fe»[36].
Otra actitud que delata la hybris: los
triunfalistas «aman las estadísticas»[37]. Pero las
usan porque necesitan comparar sus logros con otros, y por eso eligen siempre a
los que son, a su parecer, peores que ellos. El prototipo es el fariseo que
reza de pie y necesita compararse con el publicano, despreciándolo. Bergoglio
termina diciendo que el triunfalista come carroña y que es una hiena. Este
carácter comparativo hace perder la tensión fecunda hacia el ser perfectos (en
misericordia), como lo es el Padre.
En nuestra Señora, podemos ver que el triunfo que
se consuma al pie de la Cruz estuvo presente desde el comienzo de su camino de
fe. Apenas recibido el lieto anuncio ella se pone en camino
para servir. No se quedó «elaborando un relato de lo sucedido», sino que fue
meditando las cosas en su corazón, cuya fatiga se puede captar después de la
caminata apresurada a Ain Karim (cfr Lc 1,39). Es precisamente
a causa de esa fatiga del corazón que resuena limpio y puro de toda ambición el
más bello himno de alabanza a Dios: el Magnificat, a cuya luz
leemos e interpretamos la historia.
«La abstracción, para mí, es siempre un problema»
Nos detenemos un momento a reflexionar sobre el lenguaje abstracto de la
mundanidad espiritual. Hay un error y un defecto metódico en querer pensar e
instrumentalizar las verdades reveladas por Jesucristo, la Palabra hecha carne,
solo por medio de palabras abstractas y discursos racionales. Es propio de la
teología como ciencia usar la abstracción y el discurso racional, pero es
triunfalismo pretender que las conclusiones de una determinada teología
coincidan con la verdad revelada de manera excluyente y que se deban imponer a
todos. Este no es el camino que Jesús, el Verbo Encarnado, eligió para
revelarse. En su breve exposición ante los cardenales en las Congregaciones
Generales, días antes del cónclave, el cardenal Bergoglio usó esta expresión para
indicar la «imagen de Iglesia» que se debía evitar en el futuro: «La Iglesia,
cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja
de ser el mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que
es la mundanidad espiritual. Ese vivir para darse gloria los unos a
otros. Simplificando, hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora
que sale de sí, la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans,
o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí. Esto debe dar luz a los
posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvación de las almas»[38].
Para el Papa, este es un tiempo de ideologías y hay
que desenmascararlas, pero no anecdóticamente, sino yendo a las raíces y
mostrando en sus frutos por qué son ideologías. Les decía Francisco a los
jesuitas que trabajan en Eslovaquia en su reciente encuentro con ocasión del
viaje apostólico: «Cuando hablo de ideología, hablo de la idea, de la
abstracción que permite que todo sea posible, no de la vida concreta de las
personas y de su situación real»[39]. Su
afirmación espontánea: «la abstracción, para mí, es siempre un problema», es
muy sugestiva, porque aclara tantas cosas de la manera de pensar de Francisco.
En la apertura del Sínodo, el Papa hizo referencia
a esta tentación: «Un segundo riesgo es el intelectualismo — es decir, la
abstracción; la realidad va por un lado y nosotros con nuestras reflexiones
vamos por otro —: convertir el Sínodo en una especie de grupo de estudio, con
intervenciones cultas pero abstractas sobre los problemas de la Iglesia y los
males del mundo; una suerte de “hablar por hablar”, donde se actúa de manera
superficial y mundana, terminando por caer otra vez en las
habituales y estériles clasificaciones ideológicas y partidistas, y alejándose
de la realidad del Pueblo santo de Dios y de la vida concreta de las
comunidades dispersas por el mundo»[40].
Pensar, reflexionar, para Francisco implica involucrarse en un proceso
de discernimiento de situaciones concretas, y no elaborar (y mucho menos
discutir acerca de) teorías abstractas. Su alergia a la abstracción dice mucho
también acerca de su manera de comunicar narrativamente más que con
definiciones; y de su forma de conducir, manteniéndose siempre como pastor,
incluso del que lo critica o no obedece, sin caer en política.
¡Sé pastor!
Si a nivel intelectual el triunfalismo se vuelve
ideológico (toda ideología es en sí misma triunfalista), a nivel práctico, de
gobierno, al querer imponerse por proselitismo y prescripciones en vez de
privilegiar un gobierno pastoral, se cae en política y en funcionalismos. Valga
aquí para ilustrar esto el relato de lo que dijo Francisco en el vuelo de regreso
de su viaje apostólico a Budapest y Eslovaquia[41]. Tocando el
tema candente de la excomunión al presidente Biden, una pregunta del periodista
irlandés Gerard O’Connell acerca de «¿qué le aconsejaría a los Obispos
norteamericanos?» suscitó una respuesta magistral del Papa. Francisco expresó
lo que le diría al Obispo que tiene dudas «teóricas»: «Tú, sé pastor, y el
pastor sabe qué cosa debe hacer en cada momento, pero como pastor, pero si sale
de esta pastoralidad de la Iglesia, inmediatamente se convierte en político. Y
esto lo verá en todas las denuncias y condenas no pastorales que hace la
Iglesia. Con este principio creo que un pastor puede moverse bien. Los
principios son de la teología. La pastoral es la teología y el Espíritu Santo
que te va conduciendo a hacerlo al estilo de Dios».
Pero yendo a la respuesta de fondo sobre la excomunión: «El problema no
es un problema teológico, esto es sencillo. El problema es pastoral [con
énfasis, como tocando el problema con la mano]. ¿Cómo nosotros los obispos
gestionamos pastoralmente este principio? Si miramos la historia de la Iglesia
veremos que, cada vez que los obispos han gestionado un problema no como
pastores se alinearon en la vida política, en el problema político […]. Cuando
la Iglesia para defender un principio no lo hace pastoralmente se mete en el
plano político y esto siempre ha sido así. Basta con mirar la historia. Y, ¿qué
debe hacer el pastor? Ser pastor y no ir condenando o no condenando, ser
pastor. ¿Pero también pastor de los excomulgados? Sí. Y debe ser pastor con él,
debe ser pastor con el estilo de Dios y el estilo de Dios es cercanía,
compasión y ternura […]. Un pastor que no sabe gestionar con el estilo de Dios
se resbala y se mete en muchas cosas que no son de pastor».
El secreto de Francisco es que nunca se sale de su
ser pastor. También se pone en su lugar de pastor incluso frente al que lo
quiere arrastrar para el campo de los hechos políticos o de la teología
abstracta o de la moral casuística. La svolta, el giro, de
Francisco consiste en poner a la Iglesia, una y otra vez, en salida. Sin
necesidad de decir nada, el solo hecho de «tener que volver a salir», anula en
su raíz todo triunfalismo, cuya condición es creer «que uno ya ha llegado».
Resuenan aquí las veces en que Jesús se pone nuevamente en movimiento hacia sus
«otros rebaños»: «Tengo además otras ovejas que no son de este corral, a las
que también debo guiar […]. Este es el mandato que recibí de mi Padre» (Jn 10,1-18).
Le hace eco Pablo: «Olvidando lo que dejé atrás, persigo lo que está al frente,
y corro así en dirección a la meta» (Fil 3,13-14).
El volver a salir para la Iglesia es «sinodal», lo
que hará que la fatiga del corazón sea compartida por todos. Como dijo
Francisco al abrir el sínodo: «El Espíritu nos guiará y nos dará la gracia para
seguir adelante juntos, para escucharnos recíprocamente y para comenzar un
discernimiento en nuestro tiempo, siendo solidarios con las fatigas y
los deseos de la humanidad»[42].
Copyright © La Civiltà Cattolica 2021
Reproducción reservada
J. M. Bergoglio, «La cruz y la misión», Boletín de Espiritualidad, n. 89, set-oct 1984. ↑
H. de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, Bilbao, Brouwer,1958. ↑
Francisco, Homilía en Santa Marta, 16 de mayo de 2020. ↑
Actitudes de soberbia y desprecio mundano de los martirizadores suelen estar presentes en el martirio de los que son coherentes con la fe. ↑
Francisco, Homilía en Santa Marta, 16 de mayo de 2020, cit. ↑
«Uno a veces cree tener la precisa, pero no es así […]. Al hombre le digo que no conozca a Dios de oídas. El Dios vivo es el que va a ver con sus ojos, dentro de su corazón» (J. M. Bergoglio – A. Skorka, Entre cielo y tierra. Conversación del Papa Francisco y un rabino sobre Dios, Buenos Aires, Aletheia, 2013. ↑
Es curioso ver cómo en la mitología son muchísimos y variados los castigados y los castigos por algún tipo de hybris. Creerse superior es el detalle común. El filósofo epicúreo Lucrecio interpreta el mito de Sísifo come la personificación de los políticos que aspiran a un puesto político pero son constantemente derrotados. La búsqueda del poder, en sí misma una «cosa vacía», es comparada con el rodar de la piedra por la colina. Tántalo fue castigado por robar la ambrosía y condenado a tener para siempre una sed y un hambre imposibles de saciar. Ícaro peca de hybris al querer alcanzar el sol. La raíz mimética del triunfalismo es espiritual y de ahí que tome tantas formas con la misma pasión, de acuerdo a lo que le hace a uno sentirse triunfador. Esto es lo engañoso y oculto para quienes son poseídos por este vicio. ↑
Como dice el proverbio: «Suele castigar Dios la secreta soberbia con manifiesta lujuria». ↑
«El Espíritu Santo, sin duda, sopla donde quiere y cuando quiere. […] A mí particularmente, sin embargo, me llama la atención que este fenómeno vaya, a veces, acompañado de cierto triunfalismo. Y el triunfalismo, realmente, no me convence. Desconfío de esas manifestaciones de fecundidad como “in vitro”, o de esas manifestaciones o mensajes triunfalistas que nos hablan de que la salvación está aquí o allí» (Francisco, La fuerza de la vocación, España, Claretianas, 2018, 69-70). ↑
Título inspirado en Guardini, que habla de la tensión polar entre silencio y palabra, lejos de los extremos del mutismo y el ruido (cfr R. Guardini, Ética. Lecciones en la universidad de Munich, BAC, Madrid, 2000, 180-186). ↑
J. M. Bergoglio, «Silencio y Palabra», en Reflexiones Espirituales, Buenos Aires, USAL, 1992, 19. ↑
A. Ivereigh, El gran reformador, Edición de Kindle, Posición 4589. ↑
D. Fares, «Contra el espíritu de “ensañamiento”», en J. M. Bergoglio-Francisco, Las Cartas de la tribulación, Barcelona, Herder, 2019, 68. ↑
Cfr J. M. Bergoglio, «Silencio y palabra», cit., 98. ↑
Es clave su discernimiento de que el triunfalismo es una tentación bajo apariencia de bien. Poseer una claridad que se impone (al menos en el momento del apogeo del relato) requiere de nuestra parte, no más luz (rebatir una formulación triunfalista con otras ideas), sino jugar al tiempo. Como su claridad es de flash, no de luz mansa de Dios, hay que esperar a que pase la luz fuerte. ↑
Cfr J. M. Bergoglio, «Silencio y palabra», cit., 90. ↑
Ibid, 91. ↑
Término coloquial usado en Argentina y Uruguay para designar una «fiesta ruidosa entre amigos» (RAE). ↑
Ibid, 94. ↑
Ibid, 97. ↑
«De igual manera, los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley se burlaban comentando entre ellos: “¡Salvó a otros y él no puede salvarse a sí mismo! Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz para que, al verlo, creamos”» (Mt 27, 41-42). ↑
En Dante, por ejemplo, se asocia el pecado original al deseo de ser como Dios de Adán y Eva. Apropiarse de lo que no es propio de uno es hybris. ↑
J. M. Bergoglio, Conferencia pronunciada en el Templo de la Compañía de Jesús en Mendoza, el 23 de agosto de 1985, en el marco de la conmemoración del IV Centenario de la llegada de los jesuitas a nuestras tierras (cfr J. M. Bergoglio, Reflexiones espirituales, cit. 244). ↑
A. Awi Mello, María – Iglesia. Madre del pueblo misionero, Daytona, Marian Library, 2017, 213. ↑
J. M. Bergoglio, «Silencio y palabra», cit., 100. ↑
Juan Pablo II, s. Encíclica Redemptoris Mater, 17. ↑
Francisco, Homilía de domingo de ramos, 14 de abril de 2019. ↑
Cfr J. M. Bergoglio, «Servicio de la fe y promoción de la justicia. Algunas reflexiones acerca del decreto IV de la CG 32», en Stromata, nn. 1/2, 1988, 7-22. La frase de san Agustín citada está en De pastoribus, Discurso 46, 13. ↑
Ibid, 20. ↑
Ibid, 106. ↑
Cfr ibid, 106 s. Lucifer se caracteriza en la Biblia por la hybris de «subir más arriba del Altísimo» y caer rápidamente. «¡Él con sus ángeles fueron arrojados a la tierra!» (Ap 12,7-9). El Señor afirma en el Evangelio de Lucas: «¡Como un rayo veía a Satanás caer del cielo!» (Lc 10,18). El origen de todos los pecados es la soberbia. Los santos Padres y los teólogos aplican tipológicamente al pecado del diablo la frase que Israel pronuncia en su rebelión contra Dios: «¡No te serviré!» (Jr 2,20). ↑
Francisco, Homilía del Jueves Santo, 2 de abril de 2015. ↑
Francisco, «Silencio y palabra», cit., 99. ↑
«Cuando elegimos la esperanza de Jesús, la que germinó en la cruz, poco a poco descubrimos que la forma de vivir vencedora es la de la semilla, la del amor humilde. No hay otro camino para vencer el mal y dar esperanza al mundo» (Francisco, Audiencia general, 12 de abril de 2017). ↑
Francisco, «Silencio y palabra», cit., 99. ↑
Ibid, 100. ↑
El texto completo del manuscrito entregado por Bergoglio al cardenal Ortega, apareció en Clarín, 26 de marzo de 2013 (https://www.clarin.com/mundo/texto-manuscrito-entregado-bergoglio-ortega_0_By2WJpYsP7e.html). A pedido del Arzobispo de La Havana (Cuba), el cardenal Jaime Ortega, Bergoglio le entregó manuscrito un texto con los cuatro puntos de su breve discurso a los cardenales. En el tercer punto subraya – literalmente – justo la expresión «mundanidad espiritual» y cita a Henri de Lubac. ↑
Francisco, «La libertad nos asusta», Civ. Catt. Disponible en: www.laciviltacattolica.es/2021/09/21/la-libertad-nos-asusta/ ↑
Id., Discurso en la apertura del sínodo, 9 de octubre de 2021. ↑
Cfr Id., Conferencia de prensa durante el vuelo de retorno desde Bratislava, 15 de septiembre de 2021. ↑
Id., Discurso en la apertura del sínodo, 9 de octubre de 2021. ↑
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