MICHAEL FARADAY Y EL ESPIRITISMO
(Ese punto azul pálido / 2-7-2019)
Como bien saben los seguidores de esta humilde bitácora, algo abandonada
durante los últimos meses, considero a Michael Faraday (1791-1867)
como uno de los mejores científicos (y divulgadores) de la Historia de la
Ciencia, con una vida de entrega y superación digna de una película de
Hollywood.
Hoy no hablaré de su obra científica o divulgadora, sino de una faceta menos
conocida de su vida. La de escéptico. Sí, porque aunque Faraday fue una persona
muy religiosa, ya que pertenecía a la Comunidad Sandemaniana, una escisión de
la Iglesia protestante que creía en la literalidad de la Biblia, cultivó el
escepticismo, y en concreto, el relativo al surgimiento del movimiento
espiritista en el siglo XIX.
Ahora nos puede parecer exótico, pero lo cierto es que a mediados del siglo
XIX, el espiritismo era seguido por grandes figuras de la cultura e incluso la
ciencia. Y despertó el interés de Michael Faraday.
Una de las demostraciones más impactantes era la de las mesas giratorias, una
sesión en la que los participantes se sentaban alrededor de una mesa, colocando
sus manos sobre ella y guiados por la fuerza de los espíritus la mesa comenzaba
a rotar. En ocasiones se elevaba en el aire e incluso podía utilizarse para
comunicarse con el otro mundo inclinándose hacia un alfabeto y deletreando
mensajes.
Esta energía misteriosa llamó la atención de Faraday y en 1852 reunió a un
grupo de practicantes de esta modalidad espiritista para hacer un experimento
en tres etapas. En la primera de las fases, pegó una serie de materiales sobre
la mesa como cartones, madera, papel de lija, vidrio, goma, láminas de
estaño... para después comprobar que los 'espíritus' movían la mesa de esa
forma inquietante como la había visto en otras ocasiones. En esta etapa Faraday
concluyó que los materiales no afectaban al movimiento.
En una segunda fase, el sagaz científico utilizó los materiales de la primera
fase del experimento para fabricar unas láminas de cinco capas separadas por
unas bolitas pequeñas de caucho a modo de unión, una unión lo suficientemente
fuerte para mantener las láminas en una nueva posición pero también lo
suficientemente débiles para ceder ante una fuerza ininterrumpida. Faraday
colocó las láminas sobre la mesa, sujetó la base al tablero y dibujó una línea
de lápiz sobre las esquinas de las láminas.
La idea era que, si realmente había una fuerza espiritual, la mesa debería
moverse antes que las láminas que preparó Faraday. ¿Y qué ocurrió? Que tanto a
simple vista como observando las líneas marcadas las manos se movían antes que
la mesa. Los participantes imaginaban que la mesa se movía y, sin percibirlo,
ejecutaban coordinada e inconscientemente, los pequeños movimientos de manos y
dedos necesarios para hacer realidad sus intenciones. No había fraude por parte
de los ejecutores, solo una interpretación errónea atribuyendo a los espíritus
lo que era explicable de una forma natural.
Por último, y para zanjar definitivamente la supuesta influencia de los
espíritus en el movimiento de la mesa, quedaba comprobar que si se retiraban
las manos la mesa ya no podía moverse. Y para esto, el gran Faraday ideó unas
láminas separadas por barras de cristal unido por gomas elásticas que asoció a
una caña de unos cuarenta centímetros de forma que se conectaba a modo de
palanca, amplificando los minúsculos movimientos de los dedos y manos.
Faraday reunió a los 'rotadores de mesas' y les pidió que invocaran a
los espíritus para mover la mesa sin que la caña perdiera su verticalidad. Fue
imposible. La mesa no se movió. Era la prueba de lo que ahora conocemos
como respuesta ideomotora, el movimiento de los músculos
independientemente del pensamiento deliberado.
Faraday publicó el resultado de sus conclusiones un año después en la
revista Athenaeum, lo que provocó el ataque furibundo de los
creyentes espiritistas. Pero ninguno de ellos accedió a acudir al laboratorio
de Faraday para someterse a una sesión en condiciones controladas.
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