ALAIN CUGNO
¿SAN JUAN DE LA CRUZ SIGUE HABLANDO A
NUESTROS CONTEMPORÁNEOS?
por Sophie de
Villeneuve
(LA CROIX / 10-12-2020)
Este 14 de
diciembre celebramos a un gran místico español, san Juan de la Cruz. Alain
Cugno, filósofo, autor de Jean de la Croix ou le désir absolu (Juan
de la Cruz o el deseo absoluto), presenta a este religioso, que dibujó, con
el lenguaje de la poesía, un camino de deseo y amor a Dios.
San Juan de la Cruz, gran místico
español del siglo XVI, nos ha dejado una obra escrita bajo forma de una larga y
magnífica poesía, pero que puede desconcertar a muchos de nuestros
contemporáneos. Este carmelita reformó el Carmelo con Teresa de Ávila. En su
obra describe un largo camino iniciático, difícil, incluso oscuro para algunos.
Juan de la Cruz ¿puede hablar a nuestros contemporáneos?
Es difícil, es verdad, pero si nos acercamos
verdaderamente a lo que leemos, es un autor muy claro, incluso transparente. En
su pensamiento no hay confusión, no es difícil leer lo que escribe. Pero lo que
escribe atañe a cosas sumamente importantes y profundas y, por ende, difíciles.
Nos habla de nuestra vida profunda
con Dios. ¿Es arduo explicar esta vida?
Sí, porque nos distraemos continuamente. Ahora
bien, es necesario tener una gran concentración para descubrir qué es lo más
importante en nosotros. No lo vemos espontáneamente, tenemos que acercarnos a
ello.
¿Cómo llegó san Juan de la Cruz a
describir de este modo los meandros de la vida espiritual, del alma, como decía
él?
No sabemos mucho de él, y su obra es de todo menos
autobiográfica. Él habla del alma, pero del alma de cada uno, no de la suya. El
alma es un personaje conceptual, en el que nos podemos reconocer, comprometidos
en el itinerario de la existencia. Pasa el tiempo buscando una respuesta a la
pregunta: ¿qué es importante, esencial? ¿Dónde está el absoluto? Juan de la
Cruz había encontrado su camino muy pronto, pensando que sería un
contemplativo. Pensó en ser cartujo. Pero Teresa de Ávila, que fue a su primera
misa, lo reclutó para una vida mucho más activa de lo que él imaginaba.
Conocemos los poemas que escribió, y los comentarios que hizo.
¿Sus poemas exaltan la vida del alma
enamorada de Dios?
Es, efectivamente, el gran tema de Juan de la Cruz:
el deseo. Cuando el deseo quiere alcanzar el absoluto, es el deseo de Dios. Es
lo que él describe con una gran belleza en sus poesías, pero no podemos
comprenderlas totalmente si no leemos los comentarios, que explican,
desarrollan, el tema central, que es, ni más ni menos, que toda la existencia,
todo el ser humano.
¿Quiso dar puntos de referencia
espiritual a través de su obra?
En un cierto sentido, sí, porque presenta sus
comentarios como una suerte de manual práctico para llegar a la unión divina,
ser solo uno con Dios. Pero no busca, de ninguna manera, adueñarse del espíritu
de nadie para llevarle a Él. Hay páginas muy duras contra los directores espirituales
que quieren interponerse entre la persona que ellos dirigen y Dios. San Juan de
la Cruz tiene un sentido muy claro de la singularidad de las personas y su
itinerario espiritual. Los poemas funcionan, no como un camino en el que todo
ha sido indicado, sino como un mapa que permite situar el lugar en el que nos
encontramos. Como un mapa de la ternura, un mapa del amor de Dios.
Teresa de Ávila daba muchos consejos.
Como sobre la oración, por ejemplo.
Él a veces también, en notitas que escribía a las carmelitas.
Consejos sobre la oración, sobre la manera de vivir. Consejos a veces
paradójicos, porque estaban dirigidos a personas que vivían en comunidad: «Vive
como si no existiera nadie más que tú y Dios», le escribió a una de ellas. Es
evidente que si la comunidad debe romper la soledad con Dios, no es una buena
comunidad. Y que si la soledad no es compatible con la vida de comunidad, no es
una buena soledad. Sin embargo, su gran obra son los poemas y sus comentarios.
Conocemos el poema Llama de
amor viva, que es un intenso poema de amor. ¿Cómo hay que leerlo hoy en
día?
Como leemos la poesía. Y si se puede leer en
español, es aun más bonito. Pero hay muy buenas traducciones.
San Juan de la Cruz vivió en el siglo
XVI, y se dirige a personas que viven en comunidades religiosas. ¿También hoy
se puede vivir ese impulso?
Claro. No podemos vivir su obra interpretándola
como un manual que permite entrar en la vida espiritual y avanzar en ella. No
era en absoluto la intención de san Juan de la Cruz. Es el autor menos pasado
de moda que yo conozco. Hace más de cuarenta años que lo leo y cada vez
encuentro algo nuevo. Y cada vez me digo que es un adelantado a su tiempo. En
él nunca hay cosas que nos hagan decir que pertenece al siglo XVI, que habla de
algo que no podemos seguir ahora. Y creo que esto es debido a que la poesía de
san Juan de la Cruz es un verdadero instrumento de búsqueda espiritual. Sus
poemas, dice explícitamente, saben más que él mismo de lo que él escribe. Es
sorprendente, porque esta es nuestra concepción de la poesía ahora. Y sus
comentarios están siempre como en retirada, como si se desvanecieran, no
respecto a lo que él vivió, sino a lo que dicen los poemas. Es esta seriedad en
lo que está en juego en la poesía, en la intimidad de la misma, lo que hace que
sea del siglo XVI, pero perteneciendo, sin embargo, a todo tipo de pensamiento
humano.
Porque es a través de la poesía que
él llega a nosotros.
Es por la poesía, porque la poesía explora, con el
lenguaje, la parte más acuciante, más profunda de la vida humana. Yo, que soy
filósofo, me siento obligado a decir que la poesía va más lejos que la
filosofía.
¿Qué nos dice, hoy en día, san Juan
de la Cruz?
Que hay que ser libre, pero que no hay libertad si
no nos despojamos, si no nos libramos de todo. También, dice, de lo espiritual.
Estamos acostumbrados a discursos que nos invitan a eliminar lo temporal para
acceder a lo espiritual. Pero ¡librarnos de lo espiritual! Y sin embargo, dice
que debemos librarnos de ese impulso de amor para estar totalmente disponibles
a lo que el Señor quiera de nosotros.
Entonces, estaremos inmersos en la
felicidad y la alegría.
Sí, porque entonces alcanzaremos el gozo de la
existencia. Estamos hechos para la felicidad, y la felicidad aquí abajo.
Con la condición de que renunciemos a
todo.
Y es muy duro. Es un camino constituido de etapas:
la subida al monte Carmelo, que exige un despojamiento total. Luego viene la
noche oscura, terrible y, a continuación, el cántico espiritual. Por último, la
llama de amor viva, que trae la exuberancia.
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