ALBERT HOFMANN
LSD: CÓMO DESCUBRÍ EL ÁCIDO Y QUÉ PASÓ DESPUÉS EN EL
MUNDO
Título original: LSD – Mein Sorgenkind
Ernst Klett, Stuttgart, 1979
Traducido por Roberto Bein
Editorial Gedisa, Barcelona, 1980 / Segunda edición, 1991
SEPTUAGESIMONOVENA ENTREGA
11 (13)
Otra experiencia con LSD
La siguiente y última
irrupción en el cosmos interior en compañía de Ernst Jünger, esta vez de nuevo
con LSD, nos alejó mucho de la conciencia cotidiana. Se convirtió en una “aproximación”
significativa a la última puerta. Según Ernst Jünger, esta sólo se nos abrirá
en el Gran Tránsito de la vida a las regiones del más allá.
Este último ensayo común
tuvo nuevamente por escenario la superintendencia de bosques de Wilflingen en
febrero de 1970. Esta vez sólo estábamos él y yo. Jünger tomó 0,5 y yo 0,10
miligramos de LSD. Luego publicó el “diario de navegación”, las notas que tomó
durante el experimento, sin comentario en Annäherungen. Son escasas e,
igual que las mías, le dicen muy poco al lector.
El ensayo duró desde la
mañana, después del desayuno, hasta el anochecer. El concierto para flauta y
arpa de Mozart, que siempre me hace muy feliz y que resonó al comienzo del
ensayo, esta vez lo viví extrañamente como “el mero girar de figuras de
porcelana”. Luego la embriaguez condujo rápidamente a almas silenciosas. Cuando
quise describirle a Jünger las desconcertantes modificaciones que había
experimentado mi conciencia, no logré avanzar más de dos o tres palabras, por
lo falsas e inadecuadas a la vivencia que me parecían. Sentí que venían de un
mundo infinitamente lejano que se había vuelto extraño, por lo cual renuncié a
mi propósito sonriendo sin esperanzas. Evidentemente, a Jünger le sucedía lo
mismo; pero no necesitábamos del lenguaje; bastaba una mirada para obtener un
entendimiento sin palabras. Sin embargo, pude verter en el papel algunos
fragmentos de oraciones. Muy al comienzo: “nuestra barca se mueve mucho”.
Luego, al contemplar los libros de lujosa encuadernación en la biblioteca: “como
el oro rojo empuja de dentro hacia fuera – transpirando áureo resplandor”.
Afuera comenzaba a nevar. En la calle pasaban niños con máscaras y carros de
carnaval tirados por tractores. Al mirar a través de la ventana al jardín, en
el que había copos de nieve, sobre el alto muro de circunvalación aparecieron
máscaras de colores embutidas en un tono azul que daba una dicha infinita: “un
jardín de Breughel – vivo con y en las cosas”. Más tarde: “Este
tiempo – no hay conexión con el mundo vivido”. Hacia el final, el reconocimiento
consolador: “Hasta ahora, confirmado en mi camino”. Esta vez, el LSD había
llevado a una aproximación feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario